A
continuación transcribimos un texto de suma importancia de Monseñor
Straubinger (1), respecto a la piedad y su deformación.
Más
de una persona que quiere ser piadosa, se dedica a una piedad sentimental, y
está convencida de que no será oída por Dios, sino recitando tal fórmula
determinada, y esto delante de tal imagen determinada y no de otra, y en tal
día y no en otro, y cree esto con tanta firmeza como si lo hubiese leído en el
Evangelio, mientras ignora casi por completo las palabras de vida que allí nos
dejó nuestro divino Salvador.
A
tal persona no le falta lo que se llama devoción -es tal vez la más piadosa de
la parroquia- pero sí, la recta espiritualidad. No sabe distinguir entre lo
esencial y lo secundario, y así se trastorna en ella el orden de los valores,
de modo que los de poco valor le parecen más importantes que los de primera
categoría. Es porque esa alma se deja llevar, sin darse cuenta, de un espíritu
seudo religioso, que es precisamente la mejor arma del diablo para corromper
las almas piadosas.
Peor
es el caso de los que tienen una religiosidad enfermiza, como aquélla que San
Pablo estigmatiza en II Tim. 4, 3-4, diciendo que habrá hombres, que "no
soportarán más la santa doctrina, antes bien con prurito de oír se amontonarán
maestros con arreglo a sus concupiscencias. Apartarán de la verdad el oído y
se volverán a las fábulas". El Papa Benedicto XV cita este pasaje en la
Encíclica "Humani Generis", donde exhorta a los predicadores a no
ambicionar el aplauso de los oyentes, y agrega: "A éstos les llama San
Pablo halagadores de oídos. De ahí esos gestos nada reposados y descensos de la
voz unas veces, y otras esos trágicos esfuerzos; de ahí esa terminología propia
únicamente de los periódicos: de ahí esa multitud de sentencias sacadas de los
escritos de los impíos, y no de la Sagrada Escritura, ni de los Santos
Padres".
Agradecemos
al Sumo Pontífice la franqueza con que azota aquí las faltas que algunos hacen
en la predicación, con lo cual da a entender que las aberraciones espirituales
de los fieles tienen su paralelo en las desviaciones de los predicadores.
La
religiosidad de esta clase de cristianos es un problema. "Tendrán, como
dice San Pablo, ciertamente apariencia de piedad, mas niegan su fuerza"
(II Tim. 3, 5), o sea, su espíritu. A la gran masa le gusta tal deformación de
la religión, porque exige poco: solamente algunas "apariencias"
piadosas, las más baratas posibles: en lo demás, libertad para vivir la vida,
pues esos hombres son "amadores de los placeres más que de Dios" (II
Tim. 3, 4). ¡Con qué claridad San Pablo ha visto nuestro tiempo! Y le dio también
el nombre que le corresponde: tiempo de apostasía, apostasía práctica, por
supuesto, ya que las "apariencias" de piedad impiden la apostasía formal.
La apostasía disfrazada es para el Apóstol de los Gentiles "el misterio
de la iniquidad", del cual habla en II Tes. 2, 7 ss., para abrirnos los
ojos sobre los espíritus que nos engañan bajo forma de piedad y aparatosa religiosidad,
incluso apariciones.
(1) Espiritualidad
Bíblica, pág. 26-27
“Boletín
de la Tradición Católica. FSSPX. Córdoba. Enero de 1989”.