Estimado
Federico: leí su entrevista en Azul y
Blanco n.° 164 y caí de acuerdo con su «pesimismo». Para mí no es
pesimismo, sino ver las cosas como están —condición de historiador. Por algo
dijo uno:
Poeta fino, historiador
ladino,
caballero rural y
ciudadano,
Ibarguren es hito del camino
y es argentino como yo
argen-tano.
Como
historiador, usted ve a nuestra nación por dentro. Quiero decir esto: que una
persona vista por fuera es una sustancia viviente que solamente cambia en sus
vestidos o en sus muecas o ademanes; pero vista por dentro es un alma, que
conforme a la idea cristiana, puede «perderse». «Una nación histórica vive en
continua posibilidad de perecer.» Puede incluso desaparecer. ¿Cuántas naciones
históricas no han desaparecido? ¿Es una «nación» la Grecia actual comparada a
la Grecia de Pericles? ¿Qué se hicieron Cartago, Sidón y Tiro?
Solamente
los hombres tienen alma, propiamente hablando. El «alma» de una nación o una
colectividad es una resultante de cierta mancomunidad de las almas individuales
que la integran; y si desaparece esa mancomunidad, la nación «se convierte en
un nombre vacío, en una palabra; y en una palabra mentirosa». «La música es un
soplo; es un soplo en el aire» —dice por radio uno de tantos papagayos que por
LRA hacen hoy justamente eso: aire. Pero la música no es un soplo. Una nación
tampoco. La música es una armonía y un espíritu, y una nación es una armonía y
un espíritu; y los dos espíritus, obras del hombre; que pueden perecer por la
falibilidad del hombre.
El
pecado de los que ahora detentan el poder (todos los poderes, eclesiástico
incluso) es que están destruyendo o dejando destruir la mancomunidad argentina;
eliminando, despreciando o simplemente ignorando su principio de unidad, que es
espíritu. Este es el peor de los pecados, un pecado contra la luz.
Comparto
su repugnancia por la «política» actual, que ni siquiera es mala política, ya
que no es política sino otra cosa muy fea. Es tan despreciable que ni vale la
pena conocerla, a no ser para estudiar fisiología... social patológica. ¿Qué
me importan a mí los meneos y parloteos de cuatro tahúres y de cuatro tontos
que se agitan en torno a un «torno» pestilencial o dentro de los desacreditados
«partidos»? ¿Qué me importa a mí por dónde van, si sé de antemano dónde van a
ir? Así que no leo diarios, y si oigo alguna vez una arenga vibrante,
«patriótica» y democrática por LRA, es para puntuarla de sardónicas carcajadas:
una interrupción placentera de mi trabajo.
Creo
que falta coraje moral entre nosotros; digo entre los «buenos». Es decir, la
virtud de la Fortaleza, sin la cual las otras no son virtudes «adultas», si es
que existen; pues actualmente no puede haber ni Prudencia ni Justicia sin
Fortaleza. Nos falta la reciedumbre española. La reciedumbre española cuando se
enrancia en cerrazón, rusticidad y chucarez es fea, de acuerdo; pero la
reciedumbre en sí es buena. Aquí no hay corridas de toros porque no hay toros;
zoológicamente hablando, somos el país que produce más novillos, incluso en la
raza humana: novillitos y papagayos, como esos que ahora acaparan las radios.
La radio es un gran invento, porque se puede cortar.
Mas las circunstancias actuales nos
obligarán a crecer las astas. Bien sé que los de Azul y Blanco son toros en su rodeo, torazos en el ajeno. Pero son
pocos. Haría falta que tirasen 100.000 números, como Tribuna.
Una
nación puede perecer como nación: puede convertirse en un abyecto
amontonamiento de tiranuelos, tahúres y esclavos. Pero ésta no perecerá;
primero perecerán los que ahora ensucian y profanan su espíritu.
Creo,
o al menos quiero creer, que el fondo de nuestro país es sano, y que ahora está
flotando la hez. Mucha hez es, y mucho dura —dirá alguno. Verdad; pero los avatares
de una nación no se miden por el breve trecho de una vida de hombre. Una frase
que puse arriba, entre comillas, es de Menéndez Pelayo. Menéndez Pelayo joven
sintió ante la España de su tiempo el abatimiento que sentimos nosotros hoy
ante la Argentina; e hizo un cuadro apocalíptico, que es picante leer hoy para
ver que nihil sub sole novum. Y él
murió, y España se ha sacudido y levantado. Y se levantó gracias, en parte, a
la obra que el impertérrito santanderino le legó.
Mientras
uno pueda distinguir entre la hez y la mies, entre el bien y el mal moral,
entre la estulticia y la sabiduría, y
pueda dar a cada cosa su nombre, puede morir tranquilo, dejando a los
impenetrables designios de Dios los resultados
de su pequeño trabajo. No cumple a uno que trabaja para Dios amargarse porque
su trabajo prenda poco, remueva nada, e incluso sea por violencia o fraude
sepultado. Tanto peor... para los sepultureros.
Caro
Federico, he aquí el resumen de nuestra conversación del 11; y para terminar
los versitos hechos el 31 de diciembre del año pasado:
No les pido que
brindemos
por el año que se va,
sino por el que
vendrá...
Hubo una pena tirana
del diez por ciento
mensual
y una política hermana
en este año bagual.
Hubo pestes, hubo
muertes,
golpes y arbitrariedad.
Hubo temor, odios
fuertes,
en el año que se va.
Pido a Dios que ya se
vaya
llevándose su morral
este año de chuya chaya
para ver el que vendrá.
Que si viene igual que
estotro,
pocos años quedarán
a los que ponen su
potro
de pecho en el
vendaval.
¿Y si viene un pior?
¿Qué hacemos?
Esperemos otro más,
manos limpias y alma en
paz.
Leonardo
Castellani, Pluma en ristre. Libros Libres,
Madrid, 2010, págs. 270 a 273.