Dejando
a un lado ahora el amor a Dios, ¿quién, con la contemplación de la Virgen
Inmaculada, no se siente movido a observar fielmente el precepto que Jesús hizo
suyo por antonomasia: que nos amemos unos a otros como él nos amó?
Una
señal grande, así describe el apóstol Juan la visión que le fue enviada por
Dios, una señal grande apareció en el
cielo: una mujer vestida de sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre la
cabeza una corona de doce estrellas. Nadie ignora que aquella mujer
simbolizaba a la Virgen María que, sin dejar de serlo, dio a luz nuestra
cabeza. Y sigue el Apóstol: y estando
encinta, gritaba con los dolores del parto y las ansias de parir. Así pues,
Juan vio a la Santísima Madre de Dios gozando ya de la eterna bienaventuranza y
sin embargo con las ansias de un misterioso parto. ¿De qué parto? Sin duda del
nuestro, porque nosotros, detenidos todavía en el destierro, tenemos que ser
aún engendrados a la perfecta caridad de Dios y la felicidad eterna. Los
trabajos de la parturienta indican interés y amor; con ellos la Virgen, desde
su trono celestial, vigila y procura con su asidua oración que se engrose el
número de los elegidos.
Deseamos
ardientemente que todos cuantos se llaman cristianos se esfuercen por lograr
esta misma caridad, sobre todo aprovechando de estas solemnes celebraciones de
la inmaculada concepción de la Madre de Dios. ¡Con qué acritud, con qué
violencia se combate a Cristo y a la santísima religión por El fundada! Se está
poniendo a muchos en peligro de que se aparten de la fe, arrastrados por
errores que les engañan: Así pues, quien
piensa que se mantiene en pie, mire no caiga. Y al mismo tiempo pidan todos
a Dios con ruegos y peticiones humildes que, por la intercesión de la Madre,
vuelvan los que se han apartado de la verdad. Sabemos por experiencia que tal
oración, nacida de la caridad y apoyada por la imploración a la Virgen santa,
nunca ha sido inútil. Ciertamente en ningún momento, ni siquiera en el futuro,
se dejará de atacar a la Iglesia: pues es
preciso que haya escisiones a fin de que se destaquen los de probada virtud
entre vosotros. Pero nunca dejará la Virgen en persona de asistir a
nuestros problemas, por difíciles que sean, y de proseguir la lucha que comenzó
a mantener ya desde su concepción, de manera que se pueda repetir cada día: Hoy ella ha pisado la cabeza de la serpiente
antigua.
San
Pío X, Carta Encíclica Ad Diem illum
Laetissimum