Pongamos
un solo ejemplo, y de vieja data, acerca de este tema. Entrevista a Mons. Fellay
aparecida en octubre de 2001, en la
revista Tradición Católica Nº 169,
tomada de la revista francesa “Pacte”.
Publicamos
primero un fragmento de la entrevista y después nuestros comentarios:
“En
esos momentos es muy difícil saber exactamente dónde nos habría llevado la
firma de tales acuerdos. Una cosa es cierta: había toda una serie de elementos
externos que no eran favorables para llevar a término un acuerdo rápido, sin
precaución alguna. Estos elementos, conocidos por todos nosotros, son, en
primer lugar, la forma en que Roma se ha comportado con la Hermandad de San
Pedro imponiéndoles, como un principio, la celebración de la Nueva Misa, y esto
en contra de las constituciones y quebrantando el derecho que Roma había
concedido hace diez años a esta institución religiosa. Por lo demás hay algunos
sacerdotes de la Hermandad de San Pedro que han venido a vernos para decirnos:
no acepten la solución propuesta, no firmen nada, sería su ruina…Además nos
hemos dado cuenta enseguida de la reacción habida en cierto número de obispos y
cardenales: estaban furiosos, hasta el punto de haber amenazado a algunos (me
refiero a obispos franceses) con la desobediencia a Roma…
No
es cualquier cosa: Francia, mediante la intervención de un Cardenal, amenazando
abiertamente con desobedecer a Roma… ¿Qué reacción habría tenido Roma? Se
habría formado un tremendo combate que nosotros no habríamos podido hacerle
frente sin el apoyo incondicional de Roma. Con este espíritu hemos propuesto
previamente dos cuestiones que para nosotros constituían dos signos inequívocos
del apoyo de Roma. No se trataba en realidad, como se ha escrito en varias
partes, de dos condiciones: ¡un católico no puede condicionar en manera alguna
a Roma! No, se trataba de obtener, en esa batalla que no iba a faltar, un signo
claro de la adhesión de Roma a la Tradición.
Así
pues hemos solicitado estas dos peticiones; por una parte el levantamiento de
la excomunión y por otra la posibilidad, para todos los sacerdotes de rito
latino, sin distinción, de celebrar la Misa tradicional…Creo que estas dos
decisiones eran de tal categoría que hubieran provocado un verdadero cambio de
espíritu en la Iglesia universal”.
Vemos
un ejemplo claro de, o estupidez, o traición. Porque, primero admite Mons. Fellay que Roma
engañó a la Fraternidad San Pedro, traicionando lo acordado. Incluso los mismos
sacerdotes de esa Fraternidad le fueron a decir que sería la ruina de la FSSPX
un acuerdo con Roma. También había ocurrido aquello con los sacerdotes de
Campos. La misma FSSPX había publicado una carta del P. Rifán –que después
también caería en las garras de los modernistas romanos- a Dom Gérard del 3 de
julio de 1988, donde aquel decía:
“Al estudiar detalladamente el caso de Mons. Lefebvre,
comprobé la verdadera celada en que procuran envolverlo. Ellos no son sinceros.
Se lo demostrarán: luego, después de firmar el protocolo,
querrán más: que reconozcan los errores doctrinarios que «cometemos», la
celebración de una misa nueva, etc.
“Veamos lo que pasó con Dom
Agustín: empezó separándose de nosotros.
¡Ahora ya está dando la comunión
en la mano! El camino está abierto. Comenzó queriendo apenas la legalidad.
Después tuvo que recibir al Obispo para celebrar misa en el Monasterio.
¡Terminó con la comunión en la mano!”
“Queridísimo Dom Gérard, el amor
que le tenemos al Monasterio nos lleva a pedirle que no haga acuerdos con quien
no quiere el bien de la Iglesia. El Cardenal Gagnon declaró que la táctica
actual del Vaticano será tratar bien a los Tradicionalistas con el fin de
separarlos de Monseñor Lefebvre”.
“No sé por qué su empeño en
defender la libertad religiosa del Concilio, haciendo una exégesis tradicional
del texto, si la propia Roma lo interpreta en el sentido de Asís. Por los
frutos se conoce al árbol: el árbol malo no puede dar frutos buenos”.
“Es preciso reconocer que estamos
peleando con Modernistas y con un Concilio Modernista”.
Pero a pesar de tener presentes estos antecedentes de que no se podía
confiar en los modernistas romanos, ¿qué hace Mons. Fellay? Decide buscar la
confianza de Roma ¡cuando ésta ha demostrado ser indigna de ella! Y entonces solicita
lo que para él serían “dos signos inequívocos del apoyo de Roma”
que signifiquen “un signo claro de la adhesión de Roma a la Tradición”. ¿Les
pide acaso que renuncien al modernismo, que rechacen la Misa nueva, que abjuren
del ecumenismo, etc? No. Para Mons. Fellay un “signo claro de la adhesión de
Roma a la Tradición” sería dar libertad completa a la Misa tridentina…a la par
de la Misa nueva. ¿Acaso un adormecimiento general de la FSSPX no puede
explicar que no haya sido escandalosa esta propuesta y esta formulación liberal
del Superior general?
Además, Mons. Fellay dice que “estas dos
decisiones eran de tal categoría que hubieran provocado un verdadero cambio de
espíritu en la Iglesia universal” (la libertad de la misa tradicional y el
levantamiento de las excomuniones-atención, no habla allí de “anulación o retiro
del decreto” que es otra cosa-).
Resultado: los criminales modernistas
engañaron también a la FSSPX y esas falsas medidas “tradicionales” –aceptadas por
Mons. Fellay y su pandilla- ¿provocaron un cambio de espíritu en la Iglesia?
El lector ya conoce la respuesta.
Monseñor Fellay también. Pero no hay mea culpa. Por el contrario, Mons. Fellay
continuó –con la complicidad general- con sus tratativas y diálogos llegando a
amonestar a los otros tres obispos porque no confiaban como él en Roma y en el
Papa Benedicto, ¡tan íntegro!, el cual hizo todo lo posible por hacer caer en
la trampa a la Fraternidad, sin renegar un ápice de su modernismo (basta citar
el nombramiento de Ludwig Müller como Prefecto para la Congregación de la Fe).
La entrevista citada, así como todas las
disponibles o los diferentes documentos emitidos por la comandancia general de
la FSSPX durante todos estos años, dan muestras de estas contradicciones, de
este criticar en una respuesta duramente a Roma y el Concilio, para, dos
respuestas más adelante, decir que hay que seguir dialogando y con las puertas
abiertas, etc, etc. Este método ambiguo, diríase discreto, superficialmente
tradicional pero profundamente liberal, es el que ha imperado y el que
traicionó la causa de Mons. Lefebvre, llevando a la destrucción de su obra.
Casi todos nosotros fuimos culpables de
nuestras distracciones, por entregar una confianza ciega, descuidada o idiota a
nuestros superiores. Aprendida la lección, ya no podemos descuidarnos, ya no
podemos dejar de vigilar porque el enemigo es sutil e incansable. Continuemos
el combate con la gracia de Dios y la única actitud deseable para el católico,
la única que lo hará sobrevivir las trampas del enemigo: el integrismo. Es decir,
el amor a la verdad y el odio al error.