En la Epístola de hoy está la frase que se convirtió
en el epitafio de Monseñor Lefebvre: tradidi quod et accepi, he transmitido lo que recibí. La misión
providencial de Monseñor fue, en efecto, conservar la fe de siempre y transmitirla a
los fieles en la crisis más grave de toda la historia de la Iglesia.
Él decía en el sermón en la Consagración de los
Obispos: La vida de Nuestro Señor, de la
que tenéis necesidad para ir al Cielo, está desapareciendo por todas partes en
esta iglesia conciliar [que] sigue unos
caminos que no son los caminos católicos. Sencillamente conducen a la
apostasía… Lejos de mí el erigirme en Papa. No soy nada más que un obispo de la
Iglesia Católica que continúa transmitiendo la doctrina. Tradidi quod et accepi. Pienso… que se podrán grabar sobre mi tumba
estas palabras de San Pablo: tradidi
quod et accepi, “Os he transmitido lo que recibí”… Soy el cartero que lleva
una carta. No soy yo quien ha escrito esta carta, este mensaje, esta palabra de
Dios; es Él, Nuestro Señor Jesucristo. Y lo hemos transmitido, mediante… todos
aquellos que creyeron un deber el resistir a esta ola de apostasía en la
Iglesia, guardando la fe de siempre y
transmitiéndola a los fieles.
Leeré a continuación algunos pasajes de una conferencia dada por Mons.
Lefebvre a unos seis meses de su muerte (esto la hace especialmente importante,
pues es como una declaración de última voluntad):
El
problema sigue siendo muy grave y… no hay que minimizarlo. Es lo que debemos
contestar a [los que] preguntan si la crisis está por terminar, si no existiría la
posibilidad de tener una autorización para nuestra liturgia, para nuestros
sacramentos. Ciertamente la cuestión de
la liturgia y de los sacramentos es muy importante, pero más importante todavía
es la de la Fe. Para nosotros
esta cuestión está resuelta, pues tenemos la Fe de siempre, la del
Concilio de Trento, del Catecismo de San Pío X, de todos los concilios y de
todos los Papas anteriores al Concilio Vaticano II; en una palabra, la Fe de la
Iglesia.
Pero ¿y en Roma? La
perseverancia y la obcecación en las ideas falsas y en los graves errores del
Vaticano II siguen en pie. Está claro. No debemos hacernos ninguna ilusión.
Estamos llevando a cabo un combate fortísimo. No hemos de dudar ni tener miedo.
Algunos quisieran volver a
unirse a pesar de todo con Roma, con el Papa. Lo haríamos… si ellos se encontraran en la Tradición y
continuaran la tarea de todos los Papas del siglo XIX y de la primera mitad del
siglo XX. Pero ellos mismos (los Papas actuales) reconocen que han tomado un
camino nuevo, que el Concilio Vaticano II ha abierto una nueva era. Es el combate de Satanás contra la Ciudad
de Dios. ¿Cómo se resolverá esto? Es
el secreto de Dios, un misterio. Pero no debemos preocuparnos, debemos tener
confianza en la gracia del Buen Dios.
Que nosotros tengamos que combatir contra las ideas
actualmente en boga en Roma, las que el Papa expresa, es claro. Combatimos [contra ellos] porque no hacen más que repetir
lo contrario de lo que los Papas han dicho y afirmado solemnemente durante un
siglo y medio. Debemos elegir. Es lo que yo le decía al Papa Pablo VI. Estamos forzados a
elegir entre usted y el Concilio por una parte, y sus predecesores por otra
parte. ¿A quién debemos seguir? ¿A los predecesores que han afirmado la
doctrina de la Iglesia o bien seguir las novedades del Concilio Vaticano II
afirmadas por usted?
No debemos dudar ni un minuto. Los que nos están traicionando… dicen que hay que ser caritativos,
tener buenos sentimientos, que hay que evitar las divisiones. Dan la mano a los que destruyen la Iglesia,
a los que tienen ideas modernistas y liberales, aunque están condenadas por la
Iglesia. Hacen el trabajo del diablo.
Se encuentran en una vía sin salida porque no se puede dar la mano a los modernistas y al mismo tiempo guardar
la Tradición. Fue eso lo que
mató a la Cristiandad de Europa. Son
los liberales los que han permitido que se instale la Revolución, precisamente
porque ellos han tendido la mano a los que no tenían sus principios.
Hay que elegir. Nosotros
hemos elegido ser contra-revolucionarios, [estar] en contra de los errores
modernos, estar en la Verdad Católica y defenderla. Este combate entre la
Iglesia y los liberales modernistas es el combate en el cual nos encontramos a
raíz del Concilio Vaticano II.
Cuanto más se analizan los documentos del Vaticano II y la interpretación que
le dieron las autoridades de la Iglesia, más uno se da cuenta que no se trata
sólo de algunos errores… sino, en realidad, de una perversión del espíritu. Es
una concepción totalmente diferente
de la Revelación, de la Fe y de la Filosofía, es una perversión total.
No tenemos nada que hacer con
estas gentes, pues no tenemos nada en común con ellos. El combate que libramos es
el de Nuestro Señor, continuado por la Iglesia. No lo podemos dudar: o estamos
con la Iglesia o estamos contra Ella; no estamos con esta Iglesia conciliar que
cada vez tiene menos en común con la Iglesia Católica.
Estimados fieles: que Dios
nos conceda resistir hasta el final, firmes en la fe católica íntegra como
dignos hijos de Monseñor Lefebvre. Que cada uno de nosotros, cada Sacerdote,
cada padre y cada madre de la Resistencia Católica, pueda decir al final de su
vida, tradidi quod et accepi, he
transmitido la verdadera fe que recibí. Que por la intercesión de nuestra
Señora, así sea.