ENCANTACIONES
El último editorial del
P. Bouchacourt se titula “Sin la fe…”,
pero pensamos que más le conviene el título de “Con hipocresía…”. Explicaremos por qué.
Como viene pasando con
los últimos números de la revista Iesus
Christus, órgano oficial publicitario e informativo del Distrito América
del Sur de la FSSPX, la reciente edición número 142 se enmarca en la “retirada
estratégica” de Mons. Fellay, a la espera de mejores tiempos para el acuerdo.
La revista acusa al concilio que Mons. Fellay excusa. Si no se entiende que la FSSPX lleva adelante,
en todo el mundo, una maniobra de falso reposicionamiento, no se puede
comprender bien este texto del P. Bouchacourt. El fin principal de esta estrategia
es hacer recuperar la confianza en Mons. Fellay. Pero hay otra estrategia,
clásica en este tipo de asuntos, que también estamos viendo actualmente en la
FSSPX: la vieja “táctica del policía bueno y el policía malo”. Proviene de las
técnicas de interrogatorios y consiste en fingir que dentro de un mismo bando
hay unos elementos exaltados y duros opuestos a otros elementos moderados y
benignos. El interrogado es golpeado por el “policía malo”. El “policía bueno”
no lo golpea, se muestra comprensivo y hasta promete ayuda. De ese modo se gana
la confianza del prisionero, que confiesa todo. En la FSSPX, Mons. Fellay
cumple el papel del “policía bueno” mientras las demás autoridades generalmente
cumplen el papel del “policía malo”. Los encargados de “elevar el tono” ante
Roma son estos últimos, mientras Mons. Fellay se mantiene “incontaminado”, a un
nivel muy superior al de esos dimes y diretes, observando compasiva y serenamente
los reveses de los pobres mortales desde el Olimpo de los parajes idílicos y
apacibles de Menzingen. Y si Roma le pregunta alguna vez sobre esas “efusiones”
de sus hombres, Mons. Fellay responderá con una simpática sonrisa “llena de
bondad, comprensión y misericordia”, como diciendo: “oh… sí, esos chicos… son
muy buenos pero a veces muy impulsivos… ustedes saben… esos jóvenes, esos
jóvenes…”. Todos felices y todo arreglado. En esa misma estrategia se incluye
–como ya lo destacamos en su oportunidad- la declaración oficial por el 25
aniversario de las consagraciones episcopales, donde luego de “matonear” al
concilio en algunos párrafos, llega de pronto el “policía bueno” en el párrafo
11 para abrir la puerta a un acuerdo a pesar de todo lo anterior, de manera que
en Roma se queden tranquilos porque no hay ninguna ruptura.
Hay algunas cosas del
editorial del P. Bouchacourt (completo aquí) que vale la pena destacar. Y lo haremos porque una
vez más se demuestra la incoherencia y doblez del mensaje pretendidamente firme
en la fe que se vierte, contrastante con el obrar en relación a Roma.
Precisamente
de la fe empieza discurriendo el editorial. Dice bien el Padre Bouchacourt:
La fe también es un todo. No se
pueden seleccionar las verdades que la constituyen, adhiriendo a aquellas que
nos gustan y rechazando las que no nos convienen o disgustan.
Quien esto realiza pierde la fe
católica, como dice Santo Tomás de Aquino, porque en lugar de adherir a Dios,
adhiere a su propia voluntad. Con esto incurre en el error y si persevera
pertinazmente en él, se coloca fuera de la Iglesia y pone en peligro, por el
mismo hecho, su eterna salvación. Esta selección orgullosa es la que hicieron,
por ejemplo, heresiarcas tales como Lutero y Calvino.
Si
esto es así, nos preguntamos, ¿por qué se busca un “reconocimiento”, por qué se
pide una “libertad de acción” y se mendiga un “poder de criticar” a quienes en
Roma han rechazado la fe católica y la Tradición adoptando y difundiendo las
falsas enseñanzas modernistas? ¿Por qué se desea un acuerdo respetando a la
Roma modernista “tal como es” (en palabras de Mons. de Galarreta), sabiendo que
lo que Roma profesa son herejías? Es cierto, una cosa es escribir acerca de la
fe en la revista interna de una congregación y otra cosa es actuar de acuerdo con ella frente a los
enemigos más poderosos. Pero, si somos herederos de Monseñor Lefebvre, ¿no
debemos actuar en conformidad con el valeroso ejemplo que nuestro Fundador nos
ha legado, sabiendo que con la gracia de Dios nos será posible luchar aunque no
tengamos que vencer ahora?
Entonces llega el Concilio Vaticano
II. La Iglesia se pone a dudar. El modernismo denunciado por San Pío X levantó
su cabeza de modo insolente. Los condenados de ayer —los Padres Congar, Rahner,
Teilhard de Chardin, de Lubac— se convirtieron en maestros del pensamiento. La
fidelidad a Dios pasó a segundo plano para privilegiar una reconciliación con
el mundo.
Bueno,
¿pero acaso la FSSPX no sigue la política del GREC de reconciliación con Roma? ¿Por
qué el Padre Bouchacourt no hace ninguna referencia al GREC, manteniendo a los
fieles en la ignorancia?
Y
note el lector, además, que se cuida de condenar directamente el Concilio, pues
no le niega la calidad de “Magisterio”, ni dice que haya sido obra del demonio
(cosa evidente), ni opina que debe ser desechado en su totalidad, ni -en
definitiva- lo condena clara e inequívocamente. Es así como, con “anteojos rosas”,
es posible interpretar sus palabras en el sentido de que el Vaticano II es más
una ocasión que una causa de la crisis de la Iglesia. ¿Cómo
podría condenar drástica e inequívocamente el Concilio, si su jefe ha dicho que
es aceptable en un 95%?
Para conseguirlo era preciso
abandonar las condenaciones y preparar un trato. Una ingenuidad mortífera guio
esta nueva era. La humanidad habría llegado a un grado suficiente de madurez
que le impediría dejarse engañar.
Un “trato”. Por razones
obvias, se cuidó el Padre de usar la palabra sinónima “acuerdo”…
Y hablando de ingenuidad,
¿qué decir de las palabras de Monseñor Fellay?:
“…aquella capacidad de santidad, de santificación,
reside todavía en esa Iglesia que vemos por el piso. Si tenemos la fe, es en
esta Iglesia, si recibimos la gracia del bautismo hasta el último de los
Sacramentos, es en esta Iglesia y por Ella. Esta Iglesia no es una idea, es
real, está ante nosotros, se llama la Iglesia Católica romana, la Iglesia con
su Papa, con sus obispos, que también pueden tener un estado de debilidad-iba a
decir que son débiles”.
(11 de noviembre de 2012)
O de estas otras palabras
del Superior general:
“Endosamos a las autoridades presentes todos los
errores y todos los males que se encuentran en la Iglesia, olvidando que ellas
intentan al menos en parte de liberarse de los más graves (…) En sí, la
solución de una Prelatura personal propuesta no es una trampa. Resulta, por
principio, que la situación presente en abril del 2012 es muy diferente de la
de 1988. Pretender que nada ha cambiado es un error histórico. Los mismos males
hacen sufrir a la Iglesia, las consecuencias son todavía más graves y manifiestas
que entonces, pero al mismo tiempo se puede constatar un cambio de actitud en
la Iglesia, ayudado por los actos y los gestos de Benedicto XVI hacia la
Tradición”.
(Respuesta a la Carta de los tres obispos)
O incluso de estas otras,
entre muchas más:
“Después de las discusiones, nos hemos dado
cuenta que los errores que creíamos provenientes del Concilio de hecho son
resultado de la interpretación común que se ha hecho de él”. “El Papa dice que
(…) el Concilio debe ser colocado en la gran tradición de la Iglesia, que debe
ser comprendido en acuerdo con ella. Estas son declaraciones con las cuales
estamos completamente de acuerdo, entera, absolutamente”.
(Entrevista a “Catholic News Services”, 11 de
mayo de 2012).
Parece que las cosas se torcieron un poco en los
últimos años. ¿O sólo es un defecto del diagramador? ¿Es la imagen de un
declive o de un ascenso? ¿Por qué torcer la foto? ¿Es una confesión
involuntaria de que las cosas no andan derechas?
Y
continúa el P. Bouchacourt su editorial:
Un pacifismo letal se instaura pues
en la Iglesia. Ya no es necesario intentar convertir al prójimo sino buscar
comprenderlo. Se suprimieron todas las asperezas que podían impedir este
compromiso tan deseado con aquellos que no comparten nuestra fe. La unidad del
género humano se privilegió ex profeso a la integridad de la fe, a su defensa y
a su transmisión.
Pero
resulta que la misma Fraternidad ha incurrido en lo mismo, ya que se ha
resignado a evitar (o no esperar) la conversión de Roma:
“Por supuesto que lo mejor sería que Roma renunciara a los
errores conciliares, regresara a la Tradición y únicamente después, sobre esta
base, la Fraternidad obtuviera automáticamente un estatus canónico regularizado
en la Iglesia. Sin embargo, la realidad nos incita a no hacer depender un
eventual acuerdo de una gran autocrítica de Roma, sino de una atribución de
garantías reales que Roma,
tal cual ella es, permitiera a la Fraternidad permanecer tal
como es” (Mons. de Galarreta, 7 de abril de 2013).
Y
unas líneas más adelante escribe el Superior de distrito y editorialista:
Además, las afirmaciones
conciliares sobre la libertad religiosa, el ecumenismo y la colegialidad se
oponen de manera notoria a la enseñanza tradicional de los Papas.
¡Ay!,
pero el mismo Monseñor Fellay había dejado de usar este lenguaje tan audaz hace
mucho tiempo, por ejemplo cuando decía públicamente:
“…Vimos
en las discusiones que, muchas cosas que nosotros hubiéramos condenado como del
Concilio son, de hecho, no del Concilio sino del entendimiento común del
Concilio […] Mucha gente entiende mal el Concilio […] El concilio presenta una
libertad religiosa muy, muy limitada” (Monseñor Fellay, entrevista con CNS el
11 de mayo de 2012).
A
continuación, como suele hacer Mons. Fellay, el editorial nos muestra unas
cifras estadísticas para mensurar la gravedad de la crisis de la Iglesia, con
esta perogrullada ¡La fe está en peligro como nunca antes! que, ubicada al inicio de
un párrafo, sirve para introducir la parte final de la editorial, que es
destacar una vez más (una vez más el orgullo institucional, como en cada sermón
o cada editorial) la misión providencial de la Fraternidad y la fidelidad que
la mantiene en el camino trazado por Mons. Lefebvre.
Desde
luego, se trata de recordar en este número las consagraciones episcopales de
Mons. Lefebvre y las razones que tuvo para hacerlas, pero una vez más el
silencio sobre lo que ocurrió internamente durante el transcurso del 2012, el
escamoteo de la crisis interna suena necesariamente artificial, más allá de que
se haga mención al difícil combate que deben afrontar los fieles:
Ustedes mismos, queridos fieles,
debieron abandonar sus parroquias para recibir y guardar la fe de siempre.
Ustedes, queridos padres de familia, hacen sacrificios edificantes para enviar
a sus hijos a nuestras escuelas y así lograr que reciban una enseñanza
católica. Ustedes forman parte de este combate. Esta fidelidad es difícil.
Exige renuncias sociales, materiales, familiares, a veces en grado heroico. ¡Cuántas
familias se dividieron, cuántas amistades cesaron para guardar la fe de
nuestros padres, la de los mártires y la de los santos que nos precedieron!
Sobre
todo porque eso mismo que allí se da cuenta como sucedido en el pasado, es
exactamente lo que está ocurriendo ahora con un obispo, muchos sacerdotes y
muchos fieles, y no por culpa de las autoridades de la iglesia conciliar, sino
de las autoridades de la Nueva Fraternidad.
Sigue
el P. Bouchacourt:
Cristo lo había predicho: “No
penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz,
sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su
padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos
del hombre serán los de su casa”.
Por
supuesto que menciona lo ocurrido en la Fraternidad, pero como algo que pasó en
un lugar muy lejano, muy atrás en el tiempo, algo superado que desde la altura
se ve muy pequeño: no hay tiempo para atender a ese temita, para escuchar a los
heridos (¿y los muertos, quiénes serán?).
Se
trata de la clásica “táctica del avestruz”. “Muchachos, todos tranquilos porque
acá no ha pasado nada, y si algo ha pasado, fue mínimo y está superado con
daños insignificantes. Demos vuelta de página y sigamos avanzando…” Sí, desde
luego, hacia el precipicio bajo las órdenes de Mons. Fellay.
Continúa
el Padre Bouchacourt:
No cabe duda que, como en todo
combate, hay que lamentar heridos y muertos. Entre nosotros han sobrevenido
divisiones y deserciones. No nos escandalicemos. Cristo mismo tuvo que vivirlas
durante su pasión y otro tanto los Apóstoles y los primeros cristianos en los
tiempos de persecución.
Lo
que hace entre líneas el Padre Bouchacourt es comparar la situación de la
Resistencia con el abandono de Cristo en la pasión por parte de los apóstoles.
Pero, ¡qué claramente puede verse que a la vez que unos siguen en la pelea
contra los enemigos de Cristo, y son despreciados, sancionados, silenciados y
expulsados, mientras dan la cara, se ven obligados a vivir solos y en
condiciones muy difíciles; los otros han elegido mantener las comodidades y la
vida tranquila de los prioratos, temiendo resultar chocantes en su confesión de
la fe y haciendo la vista gorda en las desviaciones de Monseñor Fellay y sus
cómplices! ¡Qué fácil es hablar de combatir por la fe, cuando nadie nos
persigue o nos rechaza!
“Entre nosotros han sobrevenido divisiones y
deserciones”. Faltó agregar una palabrita: “expulsiones”. ¿Mons. Williamson
y varios Padres fueron y están siendo expulsados por rehuir el combate? ¿Por
haberse desviado hacia el liberalismo? ¿Acaso no fueron expulsados por oponerse
a la deriva liberal de la FSSPX? ¡Qué hipocresía!
Recemos por aquellos que han tomado
un camino distinto del nuestro y prosigamos nuestra ruta suplicando a Dios que
nos conceda la gracia de la fidelidad. Por el amor de Dios, no nos prestemos a
polémicas estériles, que nos hacen perder el tiempo y nos apartan de lo
esencial.
Siempre
se agradecen las oraciones sinceras, pero sería también muy provechoso para
quienes “han tomado un camino distinto” (¿se pone ecuménico aquí el P.
Bouchacourt?) que los que creen que siguen el camino de siempre se presten a
algún tipo de polémica “no estéril”. Hablamos de la polémica donde se está
dispuesto sinceramente a conocer la verdad. Al respecto ya hemos dado algunas
pautas e indicaciones en nuestro blog (por ejemplo acá, acá y acá). Coincidimos
en que no debe perderse el tiempo en polémicas estériles, lo cual no significa
que se tema o se rehúya la investigación de la verdad, que sólo con nuestro
esfuerzo nos es otorgada, Dios mediante (como dijo San Agustín: “En la
disciplina humana, el esfuerzo de hacer el trabajo precede a la alegría de
captar la verdad”). Pero ¿acaso hablará así el P. Bouchacourt, tras la
fracasada polémica o diálogo doctrinal sostenido con los modernistas romanos,
que resultaron absolutamente estériles (para la verdad)? Lo cierto es que la
Fraternidad hoy en día prefiere no prestarse a ninguna clase de polémica,
discusión o intercambio intelectual, porque parece que todo le resulta estéril…
o en realidad muestra su incapacidad para rebatir los argumentos usados en su
contra, por lo cual debe recurrir a esforzados y rebuscados sofismas, insólitas
comparaciones, graves omisiones, editoriales propagandísticas y sermones
barnizados de forzada piedad. Así que es mejor no discutir ni polemizar, por
las dudas…
Tal vez este libro les vendría bien, para por lo
menos en alguna materia poder ponerse a discutir con verdaderas posibilidades
de convencer a algún interlocutor.
Ya
cerca del final, se dice:
Esta fidelidad —convenzámonos— es
una gracia de Dios. Se merece por la oración, la penitencia, una vida santa y
una buena formación, no mediante encantaciones y declaraciones de matamoros.
A
lo cual diremos que los cuatro medios allí mencionados no les son ajenos a quienes
resisten el acuerdismo de la Nueva Fraternidad, a lo que debe agregarse algo
que el Padre Bouchacourt pasa por alto olímpicamente, como ocurre hoy en la
Fraternidad: el amor a la verdad y el odio al error. “Quienquiera que ama la
verdad aborrece el error y este aborrecimiento del error es la piedra de toque
mediante la cual se reconoce el amor a la verdad. Si no amáis la verdad,
podréis decir que la amáis e incluso hacerlo creer a los demás; pero estad
seguros que, en ese caso, careceréis de horror a lo que es falso, y por ésta
señal se reconocerá que no amáis la verdad” (Ernest Hello). ¿A qué se refiere
con “encantaciones” y “declaraciones de matamoros”? ¿Qué clase de encantamiento
o seducción (o ¡declaraciones de matamoros!) podrían encontrarse en la
Resistencia? ¿Qué es todo eso sino una simplificación infantil de un problema
muy vasto y que se saca de encima en dos líneas? Pero es al final cuando viene
lo peor, porque se lo usa a Monseñor Lefebvre para intentar darle sustento a
esa posición:
Tengamos en mente estos consejos
que Monseñor Lefebvre daba a sus seminaristas: “Nuestro combate es
sobrenatural, contra las potencias espirituales del demonio y de sus ángeles
malvados; un combate de gigantes, no un combate de discusiones, de justas
intelectuales. Al ingresar al seminario ustedes entran en la historia de la
Iglesia y llevan adelante un combate que no está en el plano natural; de lo
contrario, se sitúan fuera de la verdad. Nuestro combate se sitúa a nivel de la
gracia divina. Prepárense filosóficamente, pero la gracia que convierte a las
almas no la obtendrán más que por la oración, el sacrificio, la mortificación y
la santidad vivida”.
Sería
bueno que estas sabias palabras de Monseñor Lefebvre las tuvieran en cuenta los
tres obispos de la FSSPX, pues a lo único que aspiran es a “regularizar” la
situación de la FSSPX negociando con el enemigo a través de interminables
discusiones y diálogos diplomáticos. El P. Bouchacourt no distingue como debe y
reduce o asocia la busca del esclarecimiento y la difusión de la verdad –que
los Papas tradicionales y el mismo Mons. Lefebvre promovieron calurosamente
apoyando diversos medios de prensa- con transformarse en un discutidor
profesional que deja de lado sus deberes. En el fondo lo que parece pretender
es que los miembros de la Fraternidad eviten todo contacto con medios no
oficiales para no contagiarse de un mal espíritu que sólo resultaría estéril y
peligroso para su alma. En definitiva, una forma sutil de silenciamiento.
Un
último párrafo:
Demos gracias a Dios por el acto
heroico que Monseñor Lefebvre realizó hace veinticinco años. Gracias a él
tenemos sacerdotes, prioratos y escuelas. Los frutos de la misa pueden seguir
difundiéndose. Sin embargo, ¡no nos durmamos!
Bien. Si no quiere que los fieles y sacerdotes
se duerman entonces debe permitir la libertad de discusión interna en la
Fraternidad y el libre acceso a los medios de comunicación como Internet –con
las debidas cautelas prudenciales- para mantenerse despierto. ¿Qué es estar
despierto? Seguir usando la cabeza para vivir en la realidad. Porque el que
duerme no piensa, sueña. Y muy bien esos sueños placenteros –esas
“encantaciones”- pueden tornarse pesadillas que se materializan en la realidad
cuando el soñador menos lo espera, por no haber querido estar despierto al
aceptar un cómodo sueño, tranquilizante pero irreal.
Fray Llaneza