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jueves, 18 de julio de 2013

LA DISCUSIÓN


¿Diálogo, discusión, polémica, explicación? Depende qué, depende con quién, depende cómo y cuándo. Donoso Cortés imagina unos párrafos que un “socialista democrático” le estampa a un liberal, en su célebre “Ensayo…”. De igual modo pueden aplicarse tales sabias palabras a los que se niegan –por orgullo, fanatismo o lo que fuere- a escuchar y reflexionar (como dijo Churchill en célebre frase: “Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema”), a los cínicos y sofistas, campeones de “diabólicos prestigios” que en definitiva no quieren la verdad sino “su” verdad, para lo cual necesitan “discutir” para perder a quien sostiene una verdad que no les pertenece a aquellos.

“Cuando me provocas a discutir, te perdono, porque no sabes lo que haces; la discusión, disolvente universal, cuya virtud secreta no conoces, acabó ya con tus adversarios y va a acabar contigo ahora; por lo que hace a mí, tengo propósito firme de ganarla por la mano, matándola para que no me mate. La discusión es espada espiritual que revuelve el espíritu con ojos vendados; contra ella, ni vale la industria ni la malla de acero; la discusión es el título con que viaja la muerte cuando no quiere ser conocida y anda de incógnito. Roma la sesuda la conoció, a pesar de sus disfraces, cuando entró por sus muros en traje de sofista; por eso, prudente y avisada, la refrendó su pasaporte. El hombre, al decir de los católicos, no se perdió sino porque entró en discusiones con la mujer, ni la mujer sino por haber discutido con el diablo. Más adelante, hacia la mitad de los tiempos, dicen que este mismo demonio se apareció a Jesús en un desierto, provocándole a una batalla espiritual, o como quien diría, a una discusión de tribuna; pero aquí parece que tuvo que habérselas con otro más avisado, el cual le hubo de contestar: Vade Satana, con cuya palabra puso fin a un mismo tiempo a la discusión y a los diabólicos prestigios. Es fuerza confesar que los católicos tienen gracia especial para poner de bulto grandes verdades y para vestirlas con ingeniosas ficciones. La antigüedad toda hubiera condenado unánimemente al insensato que hubiera puesto en pública discusión a un tiempo mismo las cosas divinas y las humanas, las instituciones religiosas y las sociales, los magistrados y los dioses. Contra él hubieran fallado de consumo Sócrates, Platón y Aristóteles; en el gran duelo hubieran sido sus campeones los cínicos y los sofistas”.

Juan Donoso Cortés, “Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo”.