¿Diálogo,
discusión, polémica, explicación? Depende qué, depende con quién, depende cómo
y cuándo. Donoso Cortés imagina unos párrafos que un “socialista democrático”
le estampa a un liberal, en su célebre “Ensayo…”. De igual modo pueden
aplicarse tales sabias palabras a los que se niegan –por orgullo, fanatismo o
lo que fuere- a escuchar y reflexionar (como dijo Churchill en célebre frase: “Un fanático es alguien que no puede cambiar
de opinión y no quiere cambiar de tema”), a los cínicos y sofistas,
campeones de “diabólicos prestigios” que en definitiva no quieren la verdad
sino “su” verdad, para lo cual necesitan “discutir” para perder a quien sostiene
una verdad que no les pertenece a aquellos.
“Cuando me provocas a
discutir, te perdono, porque no sabes lo que haces; la discusión, disolvente
universal, cuya virtud secreta no conoces, acabó ya con tus adversarios y va a
acabar contigo ahora; por lo que hace a mí, tengo propósito firme de ganarla
por la mano, matándola para que no me mate. La discusión es espada espiritual
que revuelve el espíritu con ojos vendados; contra ella, ni vale la industria
ni la malla de acero; la discusión es el título con que viaja la muerte cuando
no quiere ser conocida y anda de incógnito. Roma la sesuda la conoció, a pesar
de sus disfraces, cuando entró por sus muros en traje de sofista; por eso,
prudente y avisada, la refrendó su pasaporte. El hombre, al decir de los
católicos, no se perdió sino porque entró en discusiones con la mujer, ni la
mujer sino por haber discutido con el diablo. Más adelante, hacia la mitad de
los tiempos, dicen que este mismo demonio se apareció a Jesús en un desierto,
provocándole a una batalla espiritual, o como quien diría, a una discusión de
tribuna; pero aquí parece que tuvo que habérselas con otro más avisado, el cual
le hubo de contestar: Vade Satana, con cuya palabra puso fin a un mismo tiempo
a la discusión y a los diabólicos prestigios. Es fuerza confesar que los
católicos tienen gracia especial para poner de bulto grandes verdades y para
vestirlas con ingeniosas ficciones. La antigüedad toda hubiera condenado
unánimemente al insensato que hubiera puesto en pública discusión a un tiempo
mismo las cosas divinas y las humanas, las instituciones religiosas y las
sociales, los magistrados y los dioses. Contra él hubieran fallado de consumo
Sócrates, Platón y Aristóteles; en el gran duelo hubieran sido sus campeones
los cínicos y los sofistas”.
Juan Donoso Cortés,
“Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo”.