RADIOMENSAJE
A ESPAÑA DE S. S. PÍO XII
16
de abril de 1939
Con
inmenso gozo Nos dirigimos a vosotros, hijos queridísimos de la católica
España, para expresaros nuestra paternal congratulación por el don de la paz y
de la victoria con que Dios se ha dignado coronar el heroísmo cristiano de
vuestra fe y caridad, probadas en tantos y tan generosos sufrimientos.
Anhelante
y confiado esperaba nuestro predecesor, de santa memoria, esta paz
providencial, fruto, sin duda, de aquella fecunda bendición que, en los albores
mismos de la contienda, enviaba “a cuantos se habían propuesto la difícil y
peligrosa tarea de defender y restaurar los derechos y el honor de Dios y de la
religión”. Y Nos no dudamos de que esta paz ha de ser la misma que Él mismo
entonces auguraba, “anuncio de un porvenir de tranquilidad en el orden y de
honor en la prosperidad”.
Los
designios de la Providencia, amadísimos hijos, se han vuelto a manifestar, una
vez más, sobre la heroica España. La nación elegida por Dios como principal
instrumento de evangelización del nuevo mundo y como baluarte inexpugnable de
la fe católica, acaba de dar a los prosélitos del ateísmo materialista de
nuestro siglo la prueba más excelsa de que por encima de todo están los valores
eternos de la religión y del espíritu.
La
propaganda tenaz y los esfuerzos constantes de los enemigos de Jesucristo
parece que han querido hacer de España un experimento supremo de las fuerzas
disolventes que tienen a su disposición repartidas por todo el mundo. Y aunque
es verdad que el Omnipotente no ha permitido, por ahora, que lograran su
intento, pero ha tolerado al menos algunos de sus terribles efectos, para que
el mundo viera cómo la persecución religiosa, minando las bases mismas de la
justicia y de la caridad, que son el amor de Dios y el respeto a su santa ley,
puede arrastrar a la sociedad moderna a los abismos no sospechados de inicua
destrucción y apasionada discordia.
Persuadido
de esta verdad, el sano pueblo español, con las dos notas características de su
nobilísimo espíritu, que son la generosidad y la franqueza, se alzó en defensa
de los ideales de fe y civilización cristianas, profundamente arraigados en el
suelo fecundo de España, y ayudado de Dios, “que no abandona a los que esperan
de Él”, supo resistir el empuje de los que, engañados con los que creían un
ideal humanitario de exaltación del humilde, en realidad no luchaban sino en
provecho del ateísmo.
Este
primordial significado de vuestra victoria Nos hace concebir las más halagüeñas
esperanzas de que Dios, en su misericordia, se dignará conducir a España por el
seguro camino de su tradicional y católica grandeza, la cual ha de ser el norte
que oriente a todos los españoles amantes de su religión y de su Patria en el
esfuerzo de organizar la vida de la nación en perfecta consonancia con su
nobilísima historia de fe, piedad y civilización católica.
Por
esto exhortamos a los gobernantes y a los pastores de la católica España que
iluminen la mente de los engañados mostrándoles con amor las raíces del
materialismo y del laicismo, de donde han procedido sus errores y desdichas y
de donde podrían retoñar nuevamente.
Proponedles
los principios de justicia individual y social, sin los cuales la paz y
prosperidad de las naciones, por poderosas que sean, no pueden subsistir. Y son
los que se contienen en el Santo Evangelio y en la doctrina de la Iglesia.
No
dudamos que así habrá de ser, y la garantía de nuestra firme esperanza son los
nobilísimos y cristianos sentimientos de que han dado pruebas inequívocas el
Jefe del Estado y tantos caballeros, sus fieles colaboradores, con la legal
protección que han dispensado a los supremos intereses religiosos y sociales,
conforme a las enseñanzas de la Sede Apostólica. La misma esperanza se funda,
además, en el celo iluminado y abnegación de vuestros Obispos y sacerdotes,
acrisolados por el dolor, y también en la fe, piedad y espíritu de sacrificio
de que en horas terribles han dado heroica prueba las clases todas de la
sociedad española.
Y
ahora, ante el recuerdo de las ruinas acumuladas en la guerra civil más
sangrienta que recuerda la historia de los tiempos modernos, Nos, con piadoso
impulso, inclinamos, ante todo, nuestra frente a la santa memoria de los
Obispos, sacerdotes, religiosos de uno y otro sexo y fieles de todas edades y
condiciones que, en tan elevado número, han sellado con sangre su fe en Jesucristo
y su amor a la religión católica. Maiorem hac dilectionem nemo habet. No hay
mayor prueba de amor.
Reconocemos
también nuestro deber de gratitud hacia todos aquellos que han sabido
sacrificarse hasta el heroísmo en defensa de los derechos inalienables de Dios
y de la religión, ya sea en los campos de batalla, ya también consagrados a los
sublimes oficios de caridad cristiana en cárceles y hospitales…
¡Ea,
pues, queridísimos hijos! Ya que el arco iris de la paz ha vuelto a
resplandecer en el cielo de España, unámonos todos de corazón en un himno
ferviente de acción de gracias al Dios de la paz y en una plegaria de perdón y
misericordia para todos los que murieron, y a fin de que esta paz sea fecunda y
duradera, con todo el fervor de nuestro corazón os exhortamos a “mantener la
unión del espíritu en el vínculo de la paz”. Así, unidos y obedientes a vuestro
venerable Episcopado, dedicaos con gozo y sin demora a la obra urgente de
reconstrucción que Dios y la Patria esperan de vosotros.
En
prenda de las copiosas gracias que os obtendrán la Virgen Inmaculada y el
Apóstol Santiago, Patronos de España, y de todas las que os merecieron los
grandes santos españoles, hacemos descender sobre vosotros, nuestros queridos
hijos de la católica España, sobre el Jefe del Estado y su ilustre Gobierno,
sobre el celante Episcopado y su abnegado clero, sobre los heroicos combatientes
y sobre todos los fieles, nuestra bendición apostólica.