Veritas liberavit vos
Por Pío de la Dolorosa
Bien dicen que no se ama lo que no
se conoce y, obviamente, poco se amará lo que poco se conoce.
Porque uno de los elementos
esenciales para mover nuestra voluntad al ejercicio de una virtud, la
búsqueda de un bien o el rechazo y/o fuga de un mal, será la comprensión
de las ventajas que nos procuraremos si tendemos nuestro pensar, sentir y obrar
hacia un objeto particular, por ejemplo, las consecuencias de permanecer
en un trabajo o la conveniencia de buscar otro mejor, la necesidad de cuidar la
salud personal y las posibilidades de acción que una buena salud nos
proporciona, así como las limitaciones que nos atrae carecer de ella, etc.
Pero enmarcar la relación
conocimiento – voluntad en un mero sentido utilitarista de valorar las cosas
por las ventajas que nos otorgan, restaría en mucho el reconocimiento pleno y
real de lo que el objeto de nuestro conocimiento por sí mismo representa, y que
es independiente del grado de comprensión y de simpatía o antipatía que
tengamos al respecto.
Evidentemente, en la medida que
profundicemos las cosas y lo que de ellas sepamos sean nociones seguras y
verdaderas, nuestras ideas serán más claras y se ajustarán mejor a la realidad
de lo que estudiamos. Esto, en cuanto a conocer.
Sin embargo, ningún conocimiento por
certísimo que éste pueda ser bastará de por sí para movernos a actuar
según lo que hemos aprendido, conforme a lo que tenemos por bueno,
juicioso y digno de ser acatado si no lo acompañamos con nuestra voluntad.
Tal es el caso de personas que
padecen una enfermedad: conocen por su médico o la experiencia propia a qué
remedio acudir y, sin embargo, son negligentes en tomarlo o,
incluso por diferentes causas, se niegan a usarlo.
Otro ejemplo es el del padre de
familia con problemas de alcoholismo que reconoce su responsabilidad ante sus
hijos y su esposa de procurarles sustento, conoce las consecuencias de su
despilfarro en bebidas embriagantes, el perjuicio para sí y sus seres queridos
y, no obstante, continúa desperdiciando su salario, manteniendo la
degradación moral, para luego lamentar su proceder cuando se encuentre sobrio y
con necesidades que cubrir.
Esta es la realidad que a la mayoría
de los seres humanos nos toca vivir repetidamente; es decir, es lo
que hablaba San Pablo de que hacemos el mal que no queremos y
dejamos de hacer el bien que queremos, que hay una ley en nuestros miembros que
se opone a la ley del espíritu y que Cristo lo resumirá en una frase
célebre y muy iluminadora, pronunciada justamente en un momento en que dará
cumplimiento a una decisión nada placentera ni fácil, pero justísima y
necesaria, cuál fue aceptar Su rol divino de Redentor y Expiador: “el espíritu
está pronto, pero la carne es débil.”
Contamos con continuas luces del
cielo, poseemos conciencia, sabemos que el auxilio de Dios no está lejos de
nosotros, nos alegramos del bien, pero somos débiles en nuestros propósitos,
estamos acostumbrados a tratar sobre las cosas terrenas y a sumergirnos en mil
preocupaciones como si éstas agotaran toda la vitalidad de nuestra existencia,
en fin, resentimos una especie de ausencia de Dios, no porque Su Presencia no
lo llene todo, sino porque descuidamos colocarnos bajo Su voluntad y
contemplarlo, no solo en los momentos de oración que le ofrezcamos, pero
también, y es de capital importancia, en la ejecución de nuestras distintas
actividades diarias.
Añadamos, pues, al conocimiento que
nos otorga la ciencia y la fe católica, y toda verdad que viene del Espíritu
Santo, el amor y afecto hacia el Sumo Bien y a los demás bienes inferiores que
de Él nos vienen. Reconozcamos nuestra debilidad, pero no perdamos la esperanza
de ser mejores y de poder ser útiles a los demás, recordando
que el mayor privilegio del hombre es haber sido creado capax Dei, capaz
de Dios, por tanto, facultado para conocerle y amarle desde ahora, en esta
vida.
Inútil sería emprender el camino de
la regeneración y la vida espiritual, sin la ayuda imprescindible de la gracia
y sin detenernos a considerar y contemplar las distintas perfecciones divinas.
Su plan creador, Su Providencia que sostiene y encamina todo hacia su fin
último, la obra de la Redención, la invitación a la intimidad del alma con Su
Padre celestial, la belleza del espíritu viviendo en amistad con el Señor, la
alegría que produce obrar el bien y la tristeza, desgracia, hambre y atadura
que causa el pecado, la brevedad de lo temporal y la inmensidad de lo eterno,
entre tantas otras meditaciones.
Esto, acompañado de una oración
humilde y constante, confiada y generosa, nos encaminará a producir un afecto e
inclinación al Señor, a los bienes celestiales y a hermosear nuestra propia
alma, que ya nuestros pensamientos, deseos y obras no actuarán principalmente
por interés puramente propio, aunque bueno, sino más allá, por el hecho de que
vivir cristianamente nos hace descubrir gradualmente la belleza única y dignidad
sublime del Señor.
Porque proceder según la voluntad
divina, aunque a veces sabe amargo en el paladar, al digerirlo produce
satisfacción más agradable que la miel, y poco a poco desaparecerá nuestro yo y
nuestras cosas a favor del Tú sempiterno y lo que le ha de contentar.
Estas reflexiones de carácter
general, producirán mejor efecto si incluimos a Dios, a María Santísima y a la
práctica del Santo Rosario como un ejemplo viviente de una enorme e
inimaginable relación de conocimiento-voluntad.
El Santo Rosario nos
ayudará, a través de la meditación, a conocer mejor las cosas de
Dios y lo que Él y Su Madre son en esencia y, por medio de la
contemplación de los misterios divinos y la reproducción de sus aspectos operativos,
a encaminar nuestra voluntad según el beneplático divino.
Démosle espacio ahora a la enseñanza
del gran santo mariano San Luis Grignon de Montfort, sin olvidar que el rezo
del Santo Rosario es benéfico si es hecho individualmente pero es mucho más
eficaz cuando se lo reza a nivel grupal y familiar porque atrae muchas gracias
y bienes, incluso las indulgencias obtenidas son mayores.
Aprendamos de este grandioso
medio de santificación y salvación, la imitación de los afectos y
virtudes de la Madre de Dios, especialmente su obediencia a la ley divina, su
humildad sin par y su caridad fraterna, los cuales nos llevarán a
apreciar y gustar más el Corazón Sagrado y Santísimo de Nuestro
Señor Jesucristo para luego suplicar que Su Nombre, sobre todo nombre,
extienda Su reino en nuestros corazones de manera duradera
En su libro, “El Secreto admirable
del Santísimo Rosario”, San Luis nos dice: “Guardaos, si no lo lleváis a mal,
de mirar esta práctica como insignificante y de escasas consecuencias, como
hace el vulgo y aun muchos sabios orgullosos; es verdaderamente grande,
sublime, divina. El cielo es quien os la ha dado para convertir a los pecadores
más endurecidos y los herejes más obstinados. Dios ha vinculado a ella la
gracia en esta vida y la gloria en la otra. Los santos la han ejercitado y los
Soberanos Pontífices la han autorizado”. ¡Afirmaciones y promesas
que bien vale la pena atender!
Acerca de la recitación del Avemaría
y del Rosario, nuestro santo nos exhorta en su “Tratado de la verdadera
devoción a María Santísima”, en el número 249: “Recitarán con gran devoción el
Avemaría…cuyo valor, mérito, excelencia y necesidad apenas conocen
los cristianos, aun los más instruidos.
Ha sido necesario que la Sma.
Virgen se haya aparecido muchas veces a grandes y muy esclarecidos santos –como
Santo Domingo, San Juan de Capistrano o el Beato Alano de la Roche- para
manifestarle por sí misma el valor del Avemaría…
Proclamaron a voces y predicaron
públicamente que habiendo comenzado la salvación del mundo por el Avemaría, a
esta oración está vinculada también la salvación de cada uno en particular; que
esta oración hizo que la tierra seca y estéril produjese el fruto de vida y
que, por tanto, esta oración bien rezada hará germinar en nuestras almas la
palabra de Dios y producir el fruto de vida, Jesucristo; que el Avemaría es un
rocío celestial que riega la tierra, es decir, el alma para producir fruto en
tiempo oportuno y que un alma que no es regada por esta oración o rocío
celestial, no produce fruto sino malezas y espinas y está cerca de recibir la
maldición.”
Prosigue en el 250: “He aquí lo que
la Sma. Virgen reveló al Beato Alano de la Roche…en…De dignitate
Rosarii…:’Sabe, hijo mío, y hazlo conocer a todos, que es señal probable y
próxima de condenación eterna el tener aversión, tibieza y negligencia a la
recitación de la salutación angélica, que trajo la salvación a todo el mundo ‘
[La trajo, porque del saludo del ángel a María y la aceptación de Ella al plan
de Dios, se hizo posible la Encarnación del Verbo divino y consigo, la
ejecución de la obra redentora. Nota del escritor]…Pues siempre se ha observado
que llevan la señal de la reprobación –como los herejes, impíos, orgullosos y mundanos-
odian y desprecian el Avemaría y el Rosario.
Los herejes aprenden a rezar el
Padrenuestro, pero no el Avemaría, ni el Rosario. ¡A éste lo consideran con
horror! Antes llevarían una serpiente que un rosario.
Asimismo los orgullosos, aunque
católicos, teniendo como tienen las mismas inclinaciones que su padre, Lucifer,
desprecian o miran con indiferencia el Avemaría y consideran el Rosario como
devoción de mujercillas, solo buena para ignorantes y analfabetos.
Por el contrario, la experiencia
enseña que quienes manifiestan grandes señales de predestinación, estiman y
rezan con gusto y placer el Avemaría, y cuanto más unidos viven a Dios, más
aprecian esta oración…”
Preguntémonos: ¿qué tanto apreciamos
esta sublime devoción? ¿Nos parecemos más en nuestras actitudes a los
reprobados o a los predestinados? ¿Qué haremos en el futuro para mejorar
nuestra oración y meditación?
Número 251: “No sé cómo ni por qué,
pero es real: no tengo mejor secreto para conocer si una persona es de Dios,
que observar si gusta de rezar el Avemaría y el Rosario. Digo si gusta porque
puede suceder que una persona esté natural o sobrenaturalmente imposibilitada
de rezarlos, pero siempre los estima y recomienda a otros” [No vayamos a ser
presuntuosos y excusarnos de nuestras negligencias espirituales, si fácilmente
justificamos el no rezar estas bellas oraciones, alegando que supuestamente es
un impedimento que Dios nos ha permitido. A veces, esto es cierto, pero no la
mayor parte de los casos cuyas causas se encontrarán más bien en nuestra falta
de fervor, obstinación pecaminosa o indiferencia. Nota del escritor]
Número 252: “Recuerden, almas
predestinadas, esclavas de Jesús en María, que el Avemaría es la más hermosa de
todas las oraciones después del Padrenuestro. El Avemaría es el más perfecto
saludo que pueden dirigir a María. Es…el saludo que el Altísimo le envió por
medio de un arcángel para conquistar su corazón y fue tan poderoso sobre el
Corazón de María, que no obstante su profunda humildad, Ella dio su
consentimiento a la Encarnación del Verbo. Con este saludo debidamente
recitado, también ustedes conquistarán infaliblemente su Corazón.
Número 253: “El Avemaría bien dicha,
es decir, con atención, devoción y modestia, es –según los santos- el enemigo
del diablo, a quien hace huir, y el martillo que lo aplasta. Es la
santificación del alma, la alegría de los ángeles, la melodía de los
predestinados, el cántico del Nuevo Testamento, el gozo de la Sma. Virgen y la
gloria de la Sma. Trinidad…”.
Concluimos con San Luis, motivándonos
en el número 254: “Les ruego, pues, con la mayor insistencia y por el amor que
les profeso en Jesús y María…que recen también el Rosario y, si tienen tiempo,
los quince misterios, todos los días. A la hora de la muerte bendecirán el día
y la hora en que aceptaron mi consejo. Y después de haber sembrado en las
bendiciones de Jesús y María, cosecharán las bendiciones eternas. ‘Quien hace
siembras generosas, generosas cosechas tendrá’ (2 Cor 9,6).”