La política del paso a
paso
“La teoría de que la
libertad, la justicia, etc., se van obteniendo por una política de paso a paso,
igual que la noción de que nuestras instituciones mejoran lentamente, están
fundadas en débiles coincidencias, pero no en la realidad. De fondo hay una
equivocación acerca de la naturaleza humana. Un hombre que decide pelear hasta
morir por algo, no lo hace poco a poco. Por supuesto, no se deja quemar hoy la
mitad y vuelve años más tarde para que le quemen la otra mitad”. (G. K. Chesterton)
Estas
palabras de Chesterton nos hacen recordar cuando algunos sacerdotes y fieles,
después del motu proprio de Benedicto XVI sobre la misa, y aún bastante
después, sostenían que el Papa daba lo que podía, y que no podía esperarse que
se convirtiera de golpe. Así, se esperaba que por etapas, primero pusiera casi
en pie de igualdad la misa católica con la bastarda, luego en el mismo nivel,
más tarde la Misa tradicional por encima de la Misa nueva hasta que finalmente,
ya del todo convertido, el Papa dejaría sólo la Misa tradicional y volaría de
un plumazo la Misa nueva. ¡Con qué candidez algunos nos decían eso, tildándonos
a nosotros de cándidos, ingenuos o reaccionarios por esperar que hubiera una
conversión súbita o ninguna conversión! Pero Chesterton viene a poner el dedo
en el problema de base: uno no se convierte a la verdad a medias, uno decide
abrazar la verdad o no lo decide. Luego, esa decisión implica el empezar a
conocer distintos aspectos de esa verdad que se van aclarando con el tiempo. La
política del “paso a paso” viene a continuación de un “primer paso”, y ese
primer paso es el decisivo, es el que con toda determinación hace que uno salga
de la oscuridad hacia la luz donde después los ojos, acostumbrados a la
oscuridad, se habituarán y empezarán a distinguir distintos aspectos y paisajes
de esa zona iluminada por donde se podrá caminar. Por eso la posición de
Monseñor Fellay y sus seguidores acerca de la “política del paso a paso”
siempre fue irreal, porque no entienden que es la voluntad la que decide que la
inteligencia abrace la verdad, y la voluntad de los modernistas romanos nunca
se manifestó en tal sentido, más bien todo lo contrario, con las dos medidas
pedidas por Mons. Fellay y hábilmente trampeadas por ellos. Entonces, ¿qué
puede esperarse de bueno en la nueva Fraternidad con líderes tan ciegos o tan
estúpidos? Recordamos otra sabia frase de Chesterton: “La verdad es generalmente la aliada de la virtud; pero una verdad a
medias es siempre aliada de algún vicio”.
Dejaron de pensar por
la Iglesia
Vamos
ahora con algo que dijo el padre Castellani: “Los diarios dispensan a la masa
del pensar; que es la cosa más necesaria, penosa y peligrosa que existe”. De
igual modo los superiores de la GREC-FSSPSX y sus publicaciones dispensan a
muchos sacerdotes y fieles que no quieren pensar, de hacerlo. Les basta
con que el Superior general y sus compinches piensen por ellos, ¿para qué
hacerse problemas? El Gran Padre nos dice lo que tenemos que pensar, ¿para qué
complicarse? Además, pensar es una cosa penosa y peligrosa, a ver si descubren
que las cosas no están tan bien como se las pintan.
Decía
una nota de una vieja edición de la “Iesus Christus”, “Dejaron de sufrir por la
Iglesia”, en referencia a los sacerdotes de Campos, lo siguiente: “Bajo el
pretexto de seguir el principio “sentire
cum Ecclesia” ya no sienten el mal y no sufren. Se han auto-anestesiado. Los
autores católicos dicen con razón: el
amor por la verdad se juzgará en base al odio profesado por el error”.
El
silencio del pensamiento –o el temor a pensar- se traduce en el silencio o
miedo a hablar, el cual conduce finalmente al silencio del actuar y el “dejar
hacer, dejar pasar” liberal.
Desde
luego que “sólo el silencio puede darnos esos santuarios interiores que tanta
falta nos hacen para reposar, y que son como aquellos jardines ocultos, donde
el hombre antes de su caída, caminaba al lado de Dios en la frescura del
atardecer” (Mons. Fulton Sheen), pero ese silencio sólo puede aposentarse sobre
la verdad, no sobre el autoengaño. El silencio que hoy cunde en la neo-Fraternidad
es el silencio vacío que ya no valora la verdad. No es el silencio del descanso
ni el silencio meditativo, es un silencio que sólo da que pensar a los que no
quisieron dejar de pensar. Y a los que callan los encierra no en sus
pensamientos, sino en su lastimosa comodidad. Porque siempre es más cómodo no
pensar y callar cuando se debe hablar. Pero ya se han visto las consecuencias
en aquellos “hermanos mayores en la apostasía”, los desgraciados de Campos.
¡Dios nos guarde y nos haga bien pensar para saber cuándo es tiempo de silencio
y cuándo de hablar!
La indiferencia
“Las
cosas son fortificaciones contra la indiferencia”, dice un escritor que prologa
la novela de Chesterton “La hostería volante” (o también “La taberna errante”).
Por
eso al deshacerse de lo que llaman “pompa” –en realidad atributos simbólicos
indispensables- en y alrededor de la figura del Sumo Pontífice de la Iglesia,
los modernistas de la iglesia conciliar no hacen otra cosa sino, derribando
esas fortificaciones que son símbolos de profundas y misteriosas realidades-
retornar a la indiferencia. Por eso los mass-media no dejan de insistir y
aplaudir esa “austeridad” de Francisco, porque de tal modo el Papa –pese a la
admiración que parece todo el mundo le profesa- cuando ya ha arrojado de sí la
corona y el trono, y al rebajarse éste cada vez más y actuar como si no fuera
Papa (¿y acaso lo será? podemos preguntarnos como en su momento lo hacía Mons. Lefebvre
sin ser sedevacantista), ya no puede ser amado por el pueblo ni odiado por el
mundo. Simplemente se ha de transformar en un político que se torna indiferente
para la gente –decimos gente y no fieles, porque los fieles son un puñado y la
gente que se ha vuelto infiel pese a su bautismo es la multitud.
¿Y
en la neo-Fraternidad, qué pasa? Como este avasallamiento sobre las cosas, este
avance de lo abstracto se ha introducido mediante la falta de claridad y
justeza de las palabras, mediante la ambigüedad y la contradicción. Y además…
Falsificaciones
Con
la llegada del Cardenal Bergoglio al Vaticano se ha instalado oficialmente y de
manera ostentosa la “austeridad” litúrgica, la “sencillez franciscana”, de
manera tal que esa imagen y esos gestos exteriores hagan entender al mundo que
quien es “austero”, “despojado” y “descontracturado” tiene la fe católica, y
quien no es un insensato y un retrógrado que ama la opulencia de los ricos. Como
dice uno de estos periodistuchos, “pero basta seguir las retransmisiones
televisadas del Papa, ver su atuendo –y, sobre todo, el de quienes le asisten-
para observar que el encaje regresa a su confinamiento alcanforado. Ahora se
teme más al “síndrome Feijoó”, a que afloren fotos donde la aparatosidad del
ropaje apenas dejaba ver la piedad del celebrante” (José Lorenzo, Revista Vida
Nueva, España).
Pero
en la neo-Fraternidad San Pío X parece estar viéndose lo contrario, tal vez
como reacción a esto, pero también como desecamiento de la fe y la piedad –signos
de contagio farisaico, ya muy bien lo explica en muchas de sus obras el Padre Castellani-.
A medida que el fervor disminuye y la confesión pública de la fe y la crítica
de las herejías de la iglesia conciliar disminuyen o desaparecen, parecen
aumentar las obras exteriores de embellecimiento de iglesias o seminarios, las
imágenes religiosas, los ornamentos y cálices, los coros cada vez más
profesionales, etc.
Entonces,
unos piensan que la sencillez vulgar de las vestiduras, la falta de
aparatosidad y lujos, es señal de fe católica.
Otros,
que el culto con toda la pompa y puntillosidad y brillo, es señal de fe
católica.
Ambos
se apartan de la fe, pues ambos creen más en las exterioridades que en la
interioridad.
Unos
desprecian la exterioridad. Otros se quedan en ella.
Para
unos no es un medio. Los otros olvidan que lo es.
Y
ambos se anclan en tales signos exteriores para buscar una confirmación de su
fe o de lo que creen que es su fe.
Viene
bien entonces recordar algunas enseñanzas bíblicas al respecto:
“El
profeta Isaías nos revela -enseña Mons.
Straubinger- “que no agrada a Dios el culto meramente externo. Dueño y autor
del universo, ¿para qué necesita El de nuestros templos, si en ellos no ha de
adorársele “en espíritu y en verdad”?”(Coment. a Is. 66,1).
“El templo de Dios
somos nosotros. De ahí que El mire ante todo al interior de ese templo, para
ver si allí se le rinde el culto máximo que, según San Agustín, consiste en la
fe, la esperanza y la caridad. La disposición del corazón contrito, que es
también un don de Dios, se requiere como condición previa: es, como dice un
maestro de vida espiritual, “la zanja indispensable para hundir el cimiento que
es la fe, el cual será tanto más seguro cuanto más hondo se haya cavado en la
negación de sí mismo”. (Mons. Straubinger, Coment. a Is. 66, 2).
Sedevacantismo
A
veces uno tiene la sensación de que muchos que ahora se declaran
sedevacantistas con Francisco, o que se confirman en tal idea, lo hacen porque
de ese modo pueden dedicarse con mayor virulencia y ferocidad a criticarlo
(donde llamarlo payaso es lo más suave de su catálogo) evitando así toda sombra
de culpa, pues de lo contrario tendrían el prurito del exceso y, al no poderse
contener, deben –necesitan- autoconfirmarse en la idea de que no se trata de un
Papa, sino de un impostor, receptáculo de sus más arrebatadas invectivas.
Cicatrices
Bien
dijo el Padre Castellani: “Dios no nos
pedirá cuentas de las batallas ganadas sino de las cicatrices de la lucha”.
Esto nos hace pensar en el “levantamiento de las excomuniones” por parte de
Roma a los obispos de la FSSPX. ¿Por qué? Porque esas “excomuniones” no eran
otra cosa que las cicatrices de la batalla (algo así como las marcas de los
latigazos o los clavos) cuya existencia señalaba la identidad militante de la
Fraternidad y el carácter culpable de la Roma modernista. Ahora bien, al
recibir la cirugía estética que borró esas marcas afrentosas (afrentosas para
Roma y gloriosas para la Fraternidad “porque hay vergüenza que conduce al pecado, y
hay vergüenza que acarrea gloria y gracia”, Ecl. 4, 25 ), la Fraternidad perdió su identidad pues
renegó de lo que era, ya que de haber ocurrido por las vías naturales, es
decir, volviendo Roma a la tradición, esas marcas se habrían limpiado solas a
los ojos humanos, pero seguirían visibles a los ojos de Dios, que ve todos
nuestros combates. Pero ahora que la propia Fraternidad ha decidido “lavarse”
de esas cicatrices a cambio de nada, ¿qué queda sino una identidad desdibujada
y una desorientación mortal?
Pero
Dios ha permitido que en aquellos que han combatido esto -tarde o temprano, con
más o menos ardor, pero al fin con decisión- reciban su correspondiente
cicatriz por parte de los liberales de la Neo-Fraternidad, ya sea con la
expulsión, la persecución, la demonización u otras formas, de manera tal que la
identidad dada a la Fraternidad por parte de Mons. Lefebvre en su gloriosa
lucha se transmita a sus seguidores de hoy, fuera de la estructura oficial de
la FSSPX.
Sin firma
Es lo que sacan a relucir los que ven sólo la superficie
de las cosas. “Monseñor Fellay no firmó nada, no firmó ningún acuerdo”. Parece que hablaran del contrato que un
jugador de fútbol no firmó con x club, y por lo tanto no va a jugar en él.
¡Queda libre! Hasta tal punto simplifican las cosas. Pero las cosas hay que
decirlas: no hace falta que Mons. Fellay firme la libreta y se “case” con Roma
porque ya han cohabitado el tiempo suficiente para el contagio del SIDA
espiritual (palabras de Mons. Lefebvre). De manera que no es preciso firmar
nada para destruir a la FSSPX. El virus liberal ya ha sido inoculado y es sólo
cuestión de tiempo. Cuando la enfermedad se haya expandido tanto que sea
imposible de curar, el enfermo firmará, precisamente porque estará tan grave
que ya nada le habrá de importar. La diferencia será que entonces no firmará la
libreta de casamiento, sino el certificado de defunción.
Contagio
¿Qué cómo se llegó a la infección liberal-farisaica
en la Fraternidad? Retengamos estas palabras de sabiduría porque no fueron
dichas en vano:
“De los
buenos aprenderás cosas buenas, pero si te mezclas con los malos, perderás
hasta el entendimiento que tengas”.
(Jenofonte,
“Recuerdos de Sócrates”).
“Tú serás
santo con el santo, y con el torcido te torcerás”.
(Salmo
XVII 26-27).