Ninguna otra cosa deseo a mis
lectores como don pascual, sino la Sabiduría. Este don pascual no es una
ópera, sino el regalo que en otro tiempo se hacían los amigos por Pascua. Por
la Sabiduría hizo Dios los cielos y la tierra. La Sabiduría asistía al trono de
Dios cuando hacía el mundo, y ella jugaba en su presencia con todas las cosas,
los formidables juegos del cielo y del infierno, que son más serios aún que el
terrible juego de la guerra, y el ardiente juego de la revolución. Dijo el rey
Alfonso el Sabio que este mundo si no está mal hecho, por lo menos lo parece.
En realidad ahora está mal hecho, está al revés; está desordenado por el
Pecado, que es el receso de la Sabiduría. Por falta de Sapiencia el mundo está
patas arriba y Dios se está divirtiendo en ponerlo de pie, cueste lo que
cueste.
Dice Jules Romains en una de sus
novelas (Verdún) esta blasfemia: “El dulce Cristo de los Evangelios ¿no
tenía otro modo de enseñar religión al mundo que esta masacre?”. Pues, no
señor, no tenía. Y uno de los culpables de eso es usted, judío pérfido...
¡Oh Sapiencia de Dios! ven
aprisa ven,
mi nurse y mi novia veraz te he
pedido
al Señor en la misa de la fiesta
de Santo Tomás.
En tiempo de Santo Tomás había
monjes que no hacían más que rezar, cantaban el breviario seis veces al día
durante largas horas. Con ellos se educó Santo Tomás en Montecasino. Ahora
también los hay, pero la gente cree que son una especie de Open Door, que hay
que dejarlos solos, ya que les da por eso. “Déjenlos no más que hagan iglesias
—pensaban nuestros padres los liberales— total cuando necesitemos plata les
quitamos los conventos y chau”. Pero la gente antigua iba a estos conventos
siempre abiertos: y miraba y oía cantar Vísperas y Maitines sin entender gran
cosa: y aprendía una gran lección de Sabiduría, la lección de no hacer nada
fuera de conocer a Dios. Veía interminablemente esos hombres muertos,
inmovilizados, automatizados, en cuerpo y alma dedicados a cantar la palabra
de Dios, porque una palabra no es del todo inteligible mientras no se
convierta en canto. Y entonces el pueblo que no es zonzo cuando le muestran
cosas —aunque lo es cuando lo emborrachan con palabras- entendía la lección de
los Absortos en el Más Allá; que lo más importante de la vida es entender a
Dios, mucho más que ganarse la vida; y que hay que cesar a ratos de ganarse la
vida y reprimir el trajín de lo temporal, para ver si suena allá adentro la
Voz antigua y nueva.
Ahora todo se acabó. El pueblo
tiene la radio y oye la palabra de Dios, de Jesucristo y del “obispo de los
obreros” por boca de Soiza Reilly a través de Radio Belgrano. Entonces, como
Dios está de parte de la Sapiencia —que es su Hijo—, enseña la sapiencia a los
pueblos como puede, con otro sistema que todos oyen incluso por radio, aunque
tiene más de ruido que de canto. ¿Qué creen ustedes que saca Dios de la guerra?
¿Castigar los pecados? Desde luego. Pero ningún sabio castiga sin sacar algo
del castigo, dice Santo Tomás de Aquino. Lo único que saca y puede sacar Dios
de la guerra es sabiduría para los que queden. Es tan grande cosa la
sabiduría, que juzga Dios bien empleados los miles de vidas jóvenes tronchadas
en flor —¡y qué pérdida de mano de obra para la industria y el comercio!— con
tal de que un solo joven acrezca un solo grado su conocimiento de lo divino.
Para que un solo hombre lo conociese, hizo Dios todas las estrellas; y sería
también capaz de deshacerlas, si fuera necesario.
Las admirables costumbres de los
viejos pueblos europeos, ese equilibrio vivaz del italiano, esa sensatez recia
del español, esos dichos, máximas, lenguajes, modos, normas de vida, rituales,
rutinas y hasta supersticiones henchidas de luz y de sentido que hoy vamos a
desenterrar a las aldeas fueron hechas a fuerza de siglos de lucha, de
paciencia, de riesgo, de infatigable enseñanza. Ahora todo eso acabó; no lo
salvarán los “folkloristas”. “Et erunt docibiles Dei”. Serán enseñables
a Dios. Sólo Dios puede enseñarnos de nuevo. Y para eso debe hacernos primero “docibiles”, es decir, dóciles. La letra con la
sangre entra. ¡Cuán gran conciencia está entrando poco a poco en la humanidad
de que todos los esfuerzos humanos, aun los mejor intencionados, sin Dios no
son más que Cartas del Atlántico!
El mundo está al revés. La
Argentina está en el mundo. Por ejemplo, aquí en la Argentina hay maestros
frívolos, y también escandalosos, que no pueden educar a ningún niño; antes al
contrario. Esto es sabido desde que yo nací; y también lo saben en La Prensa y
La Nación. Hay maestros de los que dijo el Divino Maestro: “Más les valiera
que atada al cuello una rueda molinera, los echaran al mar”. Si una madre
advertida quiere defender a sus hijos del mal ejemplo, no puede: a causa de la
“obligatoriedad escolar”. Para mejor, en la Provincia han suprimido hasta la
precaria escapatoria de inscribir al niño, educarlo la madre y dar los exámenes
como libre. Pues bien, todo eso: arrancar al niño pobre del hogar para
entregarlo a la mala maestra es contra el derecho natural. ¿Han protestado
alguna vez La Prensa y La Nación, esos “defensores de la persona humana”?
Jamás. Viene el doctor Olmedo y pone en comisión al magisterio a ver si puede
mejorarlo un poco; y estos hipócritas ponen el grito en las nubes, porque el
doctor Olmedo ha cometido un sacrilegio. Los 50.000 abribocas que todavía se zampan los editoriales de La
Prensa empiezan a decir: “¡Miren lo que hizo Olmedo! ¡Miren lo que hizo
Olmedo!” y la gente se conmueve ¡oh, por poco tiempo! A esto lo llamamos
nosotros el mundo al revés.
Y así podíamos seguir con los
ejemplos hasta la página del extracto de la lotería. Le cuesta a la gente
convencerse de que estamos en tiempo no ordinario. Por eso esta semana santa no
he hecho más que pedir a Dios la Sabiduría. Europa ha entrado en la primavera
sangrienta, y la Argentina en el invierno crítico. No nos distraigamos
demasiado. Son los deseos de Militis Militorum.
Leonardo Castellani, Cabildo, Buenos Aires, N° 544, 12 de abril de 1944.