MOTU
PROPRIO "SUMMORUM PONTIFICUM", CONCILIACIÓN DE LOS OPUESTOS O LA
TOLERANCIA LIBERAL
El Novus Ordo celebrado por el Papa Benedicto XVI. Nótese que el Cristo detrás de la mesa no tiene cruz: símbolo exacto de lo que es la Misa Nueva, o mejor dicho, de lo que no es: un sacrificio.
Forma extraordinaria del rito romano, según el Papa. Los fieles pueden ir tanto a uno como al otro. "Se'igual", diría Minguito Tinguitella en la Argentina.
Que el
liberalismo ha penetrado el pensamiento de muchísimos tradicionalistas –sin que
éstos se den cuenta- nos lo confirma el seguir escuchando en distintas
conversaciones, y por parte de gente que se supone bien formada, la defensa del
Motu proprio del Papa sobre la Misa
tradicional y la actitud de aceptación de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. Es
un tema sumamente importante sobre el que no se reflexiona bastante. ¿Pero
acaso hay algo sobre lo que se reflexione bastante, cuando de unos años a esta
parte se ha impuesto la actitud de obediencia ciega y “que las autoridades
piensen por nosotros”, o, siguiendo a Chesterton, “saquémonos el sombrero y la
cabeza”, no vaya a ser que caigamos en el celo amargo “radiocristiandánico”?
Pero el
mal igualado al bien no disminuye el mal, sino que disminuye el bien. Es la
aceptación del mal menor donde no puede ser aceptado: en los principios. Contra
esto se arguye que liberando la Misa tradicional ésta de a poco irá ocupando cada
vez más lugar y al fin terminará por desplazar a la Misa nueva. Otra falacia
liberal. Alguien entonces podría razonar así: “Es como si el señor del kiosco
hubiera sacado la “Iesus Christus” que tenía escondida y la pone en exhibición
en su kiosco, colocándola a la vista junto a la “Criterio”. Es cierto que el kiosco
vende basura, pero por lo menos ahora alguien podrá leer algo bueno”. Eso, le
respondemos, plantea tres problemas: primero, por una “Iesus Christus” (digamos
de las de antes), hay cien “Criterio” o “30 giorni” (revistas liberales).
Segundo, si el kiosquero vende una “Iesus Christus” por cada cien de las otras,
sencillamente va a terminar por volver a guardar la “Iesus Christus” donde nadie
la vea, porque no es negocio: ya no le interesa venderla. Tercero: si aceptamos
que el Papa pueda actuar como un kiosquero, estamos fritos. Porque el Papa, la
Iglesia, debe enseñar la Verdad, debe transmitir intacto el depósito recibido
en toda su integridad. Y en eso no se puede negociar. Aunque todo el mundo le
reclamara la “30 giorni”, él tendría que decir: “No tengo eso, no vendo
porquerías”. Por eso, y más tratándose de una cuestión tan grave como es el
Santo Sacrificio de la Misa, el centro de la vida cristiana, el Papa no puede
actuar como un tendero o como un político, como interpretó bien Mons. Fellay en
su carta de agradecimiento del Motu
proprio. Porque ahí se dice que el Papa- y se lo dice comprendiéndolo o
como disculpándolo, no en un tono condenatorio sino diplomático- que el Papa
afirma la existencia de un solo rito en dos formas iguales en derecho, para no
chocar con las Conferencias episcopales. Lo que debe decirse es que el Papa
debe hacer las cosas para no chocar con Jesucristo, con la voluntad de Dios y
con la Tradición católica, aunque eso le cueste la vida. Si le pedimos al Papa “el
mal menor”, entonces estamos sonados.
Mons.
Lefebvre aclara bien el error de esta especulación propia de los liberales: “Si continuáis la lectura de las actas de los
Papas una después de la otra, veréis que todos han dicho lo mismo sobre las
libertades nuevas nacidas del liberalismo. La libertad de conciencia y de
cultos, la libertad de prensa, la libertad de enseñanza, son libertades
envenenadas, falsas libertades. Porque el error es siempre más fácil de
difundir que la verdad, es más fácil de propagar el mal que el bien. Es más
fácil decir a la gente: “podéis tener varias mujeres”, que decirles “no
tendréis más que una durante toda la vida”; ¡es más fácil en consecuencia
establecer el divorcio como “contrapeso” del matrimonio! Igualmente, dejad indiferentemente a lo verdadero y
a lo falso la libertad de obrar públicamente y con seguridad habéis favorecido
el error a costa de la verdad.
Actualmente les agrada decir que la verdad hace el
camino por su sola fuerza intrínseca y que para triunfar, no tiene necesidad de
la protección intempestiva y molesta del Estado y sus leyes. El favoritismo del
Estado hacia la verdad es inmediatamente tachado de injusticia, como si la justicia consistiese en mantener
equilibrada la balanza entre lo verdadero y lo falso, la virtud y el vicio...Es
falso: la primera justicia hacia los
espíritus es favorecerles el acceso a la verdad y precaverlos del error.
Es también la primera caridad: “veritatem
facietes in caritate”: En la caridad, hagamos la verdad. El equilibrismo entre todas las
opiniones, la tolerancia de todos
los comportamientos, el pluralismo moral o religioso, son la nota
característica de una sociedad en plena descomposición, sociedad liberal
querida por la masonería.” (Le destronaron. Del liberalismo a
la apostasía. La tragedia conciliar).
La
libertad que otorga el Motu proprio
sobre la Misa es una libertad liberal, una libertad envenenada, que al equiparar
la verdad con el error hace disminuir el valor de la verdad. Es como darle la
libertad al inocente…pero también al asesino. Si el inocente no se cuida el
asesino será capaz de matarle. La “libertad” de la Misa tradicional es como un
padre que da libertad a sus hijos para comer de un pastel que estaba bien
guardado y muy pocos disfrutaban, pero deja a su lado un pastel envenenado que
los llevará a la muerte eterna. ¿Puede tolerarse eso, en nombre de la libertad
para el pastel bueno? Sí, si se es o se actúa como un liberal.
Lo que
nuestros amigos resabiados de liberalismo no comprenden es que enseñar la verdad y condenar el error
van juntos. Si el Papa reconoció “el
derecho inalienable de todo sacerdote a celebrar la Misa tradicional sin tener
que recurrir a ninguna autorización especial” (editorial del P.
Bouchacourt), no condenó la Misa nueva que se opone radicalmente a la Misa
tradicional, misa aquella que además goza de todas las facilidades y cuya
imposición no puede ser disminuida por un decreto que además la sostiene como
la “forma ordinaria” del rito. Si el Papa tuviese la fe católica hubiese dicho
“Misa tradicional para todos”, pero también “Misa Nueva para nadie”. Porque la
Iglesia debe permitir pero también impedir: impedir el mal, el error que
combate aquello que debe permitir.
Por otra
parte, si el Papa dice y da la impresión de que ambas formas del rito son igual
de válidos, entonces ¿qué sentido puede tener para el que va al Novus Ordo cambiarse a la Misa tradicional?
Se queda con la que conoce antes que tener que “aprender latín”. Y se queda con
ésta porque no comprende todo el drama del combate doctrinal y litúrgico. Por
el contrario, se acercarán muchos a la “forma extraordinaria del rito romano”,
sin el debido discernimiento, buscando sólo la exterioridad, la belleza estética
del culto (como pasa incluso con homosexuales dentro de la Iglesia), de manera
que no podrán obtener todos los frutos que obtendrían si tuvieren la debida
preparación e instrucción. Por otra parte, con el Motu proprio, ¿a qué acercarse a las Misas de la Fraternidad San
Pío X, si puede el fiel de la Iglesia conciliar acercarse a la de una Iglesia
de la diócesis? De esta forma se disminuye el sentido del combate total de la
FSSPX, reduciéndolo todo –para los de afuera- a la Misa.
También
se puede argumentar, en defensa de Benedicto, que actuó prudencialmente
aplicando la tolerancia católica temporalmente,
para evitar un mal mayor, esto es, una gran división interna en la Iglesia. Pero
que esto no es así queda claro cuando el Papa no se limitó en su decreto a
reconocer la no abrogación de la Misa tradicional, sino que además le otorgó
todos los derechos (derechos inmerecidos) a la Misa Nueva, es decir, al error.
El Papa decreta la coexistencia de la verdad y el error. Su decreto es
revolucionario.
Así que la Fraternidad dijo: “La libertad de la Misa tradicional es un bien muy grande”. Pero no dijo: “La libertad de la Misa Nueva es un mal muy grande, o se está con una Misa o se está con la otra, no con las dos. Por lo tanto este decreto es inaceptable”.
En cambio,
se afirmó que el acto de Benedicto XVI, pese a los errores contenidos en su
decreto, era un acto de “coraje real” (sic). ¿Hay que tener coraje para engañar
o hay que tener coraje para afirmar íntegra la verdad? ¿Hay que tener coraje
para ser mártir como todos los primeros Papas o para sumarse al envión del
Nuevo Orden Mundial? “Mi mayor ambición
fue siempre decir la verdad a medias”, dice un personaje que en una
película simboliza al demonio (The Lightship,
Jerzy Skolimovsky, 1986).
Se afirmó
que fue un acto de “coraje real” porque se ha querido hacer creer –o se ha creído-
que Benedicto XVI no es un Papa progresista, sino “restaurador”, puesto que los
progresistas lo atacan. Con un razonamiento tan infantil podría sostenerse
también la defensa de Mauricio Macri, porque los progresistas e izquierdistas
lo atacan. Eso es una falacia absoluta, puesto que los que atacan al Papa son
los “ultraprogresistas”, y Benedicto, como alguna vez se definió a sí mismo, es
“un progresista equilibrado” (Informe
sobre la Fe, pág. 22). Un progresista que está por una “evolución tranquila de la doctrina” (Id. P. 23) y “sin nostalgias de un ayer irremediablemente
pasado” (Id. P. 24). Y, como dice un excelente artículo de la revista “Sí, sí, no, no”, “si bien él no ama el
progresismo de punta, tampoco ama la Tradición católica: “Debemos permanecer fieles al hoy de la Iglesia; no al ayer o al mañana”
(Id. P. 37).
Por si
algún distraído quiere creer que eso fue el pasado y como Papa Ratzinger ha
cambiado de parecer, le recordamos que el Papa ha dado el visto bueno a la
reedición de todas sus obras, y es Gerhard Ludwig
Müller, obispo de Ratisbona, actual Prefecto de la Congregación para la
Doctrina de la Fe (el cargo que antes ocupara Ratzinger con Juan Pablo II), el editor
de sus obras completas. Müller, se sabe, es favorable a diversas herejías y ha dicho que los que afirman que el Vaticano
II significa una ruptura con la Tradición aplican una “interpretación herética”.
Agreguemos
sobre el Motu proprio que “siendo el derecho una noción moral, se
ordena enteramente al fin y al bien. Por lo tanto no se puede de ninguna manera
reconocer el mismo derecho moral o civil al error y a la verdad, al bien y al
mal (como lo hace la declaración de los derechos del hombre)”. (P. G.
Devillers, La ideología de los derechos
humanos y libertad religiosa. Nueva teología y nueva moral). Significativo
resulta comprobar, en la mención de este texto que se refiere a la ideología de
los Derechos Humanos, que la misma se ha impuesto en la Iglesia oficial a
través del modernismo del Vaticano II y que para existir requiere de una “conciliación
de los opuestos” o “reconciliación de los contrarios”, que los documentos del
Vaticano II han promovido en especial con el ecumenismo. Lo mismo viene a
buscar el Papa con la Tradición católica (asistir a la Misa tradicional es un “Derecho
Humano”, podrían decir), sólo que para esta conciliación una de las dos
concepciones, la verdaderamente católica, tiene que contaminarse de liberalismo
para poder pactar. Ya la aceptación del Motu proprio y el “levantamiento de las
excomuniones” funcionaron como “caballos de troya” para ablandar el
“integrismo” mediante razonamientos falsos y concesiones al error. ¿No puede
afirmarse acaso que Benedicto le aplicó una hábil dialéctica marxista –que aún
no termina de dar resultados, es cierto- a la FSSPX? “La presente situación puede considerarse una confrontación de las dos
concepciones vigentes de los derechos humanos (es decir, la capitalista y la
soviética)…estas dos concepciones vigentes son, en cierto modo, complementarias
y, en cierto modo también, opuestas. Una de las tareas principales que
tenemos por delante en el futuro inmediato es el encontrar claramente algún
denominador común para el desarrollo futuro de las dos tendencias o, en términos
de dialéctica marxista, lograr la reconciliación de los dos contrarios en una
síntesis superior”.(“Memorandum y Cuestionario acerca de las Bases
Teóricas de los Derechos del Hombre”, París, 1947. Cit. por Arnold J. Lien,
“Los derechos del hombre” por E.H. Carr, Benedetto Croce, Mahatma Gandhi,
Aldous Huxley, Salvador de Madariaga, Jacques Maritain, Teilhard de Chardin y
otros, Barcelona, 1975).
Veamos
otro texto interesante sobre la manera que tienen los liberales de conceder la “libertad”:
“El régimen americano concede la libertad
a todos los cultos, con tal que no perturben el orden público [Nota
Syllabus: dada la exigua cantidad de fieles que acuden a la Misa tradicional, y
las trabas impuestas por los obispos, Roma comprendió que la libertad de esta
misa no iba a perturbar el “orden público” del Vaticano II]. La Iglesia no se queja por supuesto del beneficio que supone esta
libertad, libertad que le es negada en otros países. Lo que recuerda León XIII
a los americanos es que este sistema, incluso si permite la acción de la
Iglesia, se queda en un mal menor. En realidad el Estado no puede poner todas
las religiones al mismo nivel, tal como ocurre en los Estados Unidos. Debe
conceder un trato de privilegio y proteger solamente a la verdadera religión.
Las otras religiones pueden ser toleradas en función de determinadas
circunstancias pero en realidad nunca disfrutarán sus derechos.[Nota
Syllabus: la Misa Nueva no puede disfrutar de derechos, pero ni siquiera debe ser
tolerada] Esta es la enseñanza constante
de la Iglesia desde los orígenes, que Pío XII resumió en 1953 de esta forma: “Todo lo que no responde a la verdad y a la
ley moral no tiene objetivamente ningún derecho a la existencia, ni a la
propaganda, ni a la acción” (“La
subversión que llegó de la América sajona”, tomado de la revista Savoir et
servir Nº 56 y Iesus Christus Nº 48, Noviembre–Diciembre de 1996).
Tras
estas palabras de Pío XII, ahora nos recordamos de la admisión de Mons. De
Galarreta de que el decreto sobre las “excomuniones” no responde a la
verdad…pero se aceptó con gratitud y alegría. Contagio liberal.
Sigue diciendo
el artículo que los liberales “acceden en acordar la libertad a los
católicos pero siempre que éstos no la utilicen para el triunfo de los
principios católicos: “Somos
liberales y les ofrecemos la libertad en nombre de nuestros principios. A
cambio, su deber es respetar esta libertad que se les ofrece. No tienen ningún
derecho si pretenden utilizarla para imponer sus principios que se oponen a los
liberales”. (Idem).
Los
liberales “quieren sobre todo
transformar a los católicos en liberales, y es con esta intención que otorgan a
los católicos una cierta libertad, no para que practiquen tranquilamente su
catolicismo sino porque esperan que, insertos en un sistema liberal, se
liberalizarán poco a poco. Si los católicos resisten, entonces se emplea
contra ellos el arma psicológica, o bien se les acusa de maquiavelismo, de
ingratitud o de doblez”. (Id.).
“Ante
estas amenazas, que encubren a su vez la idea de persecución, la mayoría de los
católicos flaquea y, luego de empezar por engrosar las filas de eso que se
llama “católicos liberales”, tras muchas concesiones y renuncias, terminan
apostatando completamente”. (Id.).
Recapitulando,
se comprende entonces que el error inicial de la FSSPX fue dejar de ser
antiliberal y subestimar al enemigo, cayendo en su trampa dialéctica por
confiar en la propia astucia, recubierta con una piedad mal entendida y casi
olvidándose de las enseñanzas evangélicas. El gran error fue hacer a Roma –a la
Roma modernista, a una Roma que Mons. Lefebvre llamó apóstata y anticristo-
hacerle esas dos peticiones. Porque no puede pedírsele a un estafador, a un
corruptor –y la Roma conciliar corrompió la doctrina católica y estafa a los
fieles ¿hace falta decirlo?-, no puede pedírsele que dé algo limpio, algo sano,
algo católico, porque éste sólo puede dar cosas falsas, estropeadas,
manoseadas, imperfectas, como las que dio. Lo que debió pedir la Fraternidad es,
como quería Monseñor Lefebvre, una profesión de fe, católica, antimodernista.
Ello hubiera sido un signo verdadero de conversión, no la entrega de cosas que
pueden manipularse de muchas formas. Porque para actuar como católico se debe
pensar como católico. Y el primer paso es asumir esa fe entera públicamente,
primer paso en el camino de la verdad, único camino que conduce a la libertad. Pero,
eso sí: Nuestro Señor dijo “la verdad os hará libres”, no dijo “la verdad a
medias os hará libres”.