Extractos de la conferencia dada
por S. Exc. Mgr Lefebvre, Ecône el 9 de
septiembre de 1988
(Fuente:
Fideliter N° 66. Noviembre-diciembre de 1988).
Mis
queridos amigos:
Pienso
que ustedes, que están ahora en el Ministerio y que quisieron conservar la
Tradición, tienen la voluntad de ser sacerdotes como siempre, como lo fueron
los santos sacerdotes de antes, todos los santos párrocos y los santos
sacerdotes que nosotros mismos pudimos conocer en las parroquias. Ustedes
continúan y representan de verdad la Iglesia, la Iglesia Católica. Creo que es
necesario convencerse de esto: ustedes representan de verdad la Iglesia
Católica.
No
que no haya Iglesia fuera nosotros; no se trata de eso. Pero este último tiempo, se nos ha dicho que era
necesario que la Tradición entrase en la Iglesia visible. Pienso que se comete
allí un error muy, muy grave.
¿Dónde
es la Iglesia visible? La Iglesia visible se reconoce por las señales que
siempre ha dado para su visibilidad: es una, santa, católica y apostólica. Les
pregunto: ¿dónde están las verdaderas notas de la Iglesia? ¿Están más en la
Iglesia oficial (no se trata de la Iglesia visible, se trata de la Iglesia
oficial) o en nosotros, en lo que representamos, lo que somos? Queda claro que
somos nosotros quienes conservamos la unidad de la fe, que desapareció de la
Iglesia oficial. Un obispo cree en esto, el otro no; la fe es distinta, sus
catecismos abominables contienen herejías. ¿Dónde está la unidad de la fe en
Roma?
¿Dónde
está la unidad de la fe en el mundo? Está en nosotros, quienes la conservamos.
La unidad de la fe realizada en el mundo entero es la catolicidad. Ahora bien, esta unidad de la fe en todo el mundo no
existe ya, no hay pues más de catolicidad prácticamente. Habrá pronto tantas
Iglesias Católicas como obispos y diócesis. Cada uno tiene su manera de ver, de
pensar, de predicar, de hacer su catecismo. No hay más catolicidad. ¿La
apostolicidad? Rompieron con el pasado. Si hicieron algo bien, es éso. No
quieren saber más del pasado antes del Concilio Vaticano II. Vean el Motu
Proprio del Papa que nos condena, dice bien: “la Tradición viva, esto es
Vaticano II”. No es necesario referirse a antes del Vaticano II, eso no
significa nada. La Iglesia lleva la Tradición con ella de siglo en siglo. Lo
que pasó, pasó, desapareció. Toda la Tradición se encuentra en la Iglesia de
hoy. ¿Cuál es esta Tradición? ¿A que está vinculada? ¿Cómo está vinculada con
el pasado? Es lo que les permite decir lo contrario de lo que se dijo antes,
pretendiendo, al mismo tiempo, guardar por sí solos la Tradición.
Es
lo que nos pide el Papa: someternos a la Tradición viva. Tendríamos un mal
concepto de la Tradición, porque para ellos es viva y, en consecuencia,
evolutiva. Pero, es el error modernista: el santo Papa Pío X, en la encíclica
“Pascendi”, condena estos términos de “tradición viva”, de “Iglesia viva”, de
“fe viva”, etc., en el sentido que los modernistas lo entienden, es decir, de
la evolución que depende de las circunstancias históricas. La verdad de la
Revelación, la explicación de la Revelación, dependerían de las circunstancias
históricas.
La
apostolicidad: nosotros estamos unidos a los Apóstoles por la autoridad. Mi
sacerdocio me viene de los Apóstoles; vuestro sacerdocio les viene de los
Apóstoles. Somos los hijos de los que nos dieron el episcopado. Mi episcopado
desciende del santo Papa Pío V y por él nos remontamos a los Apóstoles. En
cuanto a la apostolicidad de la fe, creemos la misma fe que los Apóstoles. No
cambiamos nada y no queremos cambiar nada.
Y
luego, la santidad. No vamos a hacernos cumplidos o alabanzas. Si no queremos
considerarnos a nosotros mismos, consideremos a los otros y consideremos los
frutos de nuestro apostolado, los frutos de las vocaciones, de nuestras
religiosas, de los religiosos y también en las familias cristianas. De buenas y
santas familias cristianas germinan gracias a vuestro apostolado. Es un hecho,
nadie lo niega. Incluso nuestros visitantes progresistas de Roma constataron bien
la buena calidad de nuestro trabajo. Cuando Mgr Perl decía a las hermanas de
Saint Pré y a las hermanas de Fanjeaux que es sobre bases como esas que será
necesario reconstruir la Iglesia, no es, a pesar de todo, un pequeño cumplido.
Todo
eso pone de manifiesto que somos nosotros quienes tenemos las notas de la
Iglesia visible. Si hay aún una
visibilidad de la Iglesia hoy, es gracias a ustedes. Estas señales no se
encuentran ya en los otros. No hay ya en ellos la unidad de la fe; ahora bien
es la fe que es la base de toda visibilidad de la Iglesia.
La
catolicidad, es la fe una en el espacio.
La
apostolicidad, es la fe una en el tiempo.
La
santidad, es el fruto de la fe, que se concreta en las almas por la gracia del
Buen Dios, por la gracia de los Sacramentos.
Es totalmente falso considerarnos
como si no formáramos parte de la Iglesia visible.
Es increíble. Es la Iglesia oficial la que nos rechaza; pero no somos nosotros
quienes rechazamos la Iglesia, bien lejos de eso. Al contrario, siempre estamos
unidos a la Iglesia Romana e incluso al Papa por supuesto, al sucesor de Pedro.
Pienso que es necesario que tengamos esta convicción para no caer en los
errores que están extendiéndose ahora.
¿Salir
de la Iglesia? Por supuesto, podrá objetársenos: ¿”Es necesario,
obligatoriamente, salir de la Iglesia visible para no perder el alma, salir de
la sociedad de los fieles unidos al Papa”? No
somos nosotros, sino los modernistas quienes salen de la Iglesia. En cuanto
a decir “salir de la Iglesia visible”, es equivocarse asimilando Iglesia
oficial a la Iglesia visible. Nosotros pertenecemos bien a la Iglesia visible,
a la sociedad de fieles bajo la autoridad del Papa, ya que no rechazamos la
autoridad del Papa, sino lo que él hace. Reconocemos bien al Papa a su
autoridad, pero cuando se sirve de ella para hacer lo contrario de aquello para
lo cual se le ha dado, está claro que no se puede seguirlo. ¿Salir, por lo
tanto, de la Iglesia oficial? En cierta medida, ¡sí!, obviamente. Todo el libro
del Sr. Madiran “La Herejía del Siglo XX” es la historia de la herejía de los
obispos. Es necesario, pues, salir de
este medio de los obispos, si no se quiere perder el alma. Pero eso no basta,
ya que es en Roma donde se instala la herejía. Si los obispos son herejes
(incluso sin tomar este término en el sentido y con las consecuencias
canónicas), no es sin la influencia de Roma.
Si nos alejamos de esta gente, es
absolutamente de la misma manera que con las personas que tienen el SIDA. No se
tiene deseo de atraparlo. Ahora bien, tienen el SIDA espiritual, enfermedades
contagiosas. Si se quiere guardar la salud, es necesario no ir con ellos. ¡Sí!,
el liberalismo y el modernismo se introdujeron en el Concilio y dentro de la
Iglesia. Son ideas revolucionarias; y la Revolución, que se encontraba en la
sociedad civil, pasó a la Iglesia. El cardenal Ratzinger, por otra parte, no lo
oculta: adoptaron ideas, no de Iglesia, sino del mundo y consideran un deber
hacerlas entrar en la Iglesia.
Ahora
bien, las autoridades no cambiaron de una iota sus ideas sobre el Concilio, el
liberalismo y el modernismo. Son anti-tradición, anti la Tradición tal como
debe entenderse y como la Iglesia lo comprende. Eso no entra en su concepción.
El suyo es un concepto evolutivo. Están, pues, en contra de esta Tradición fija,
en la cual nos mantenemos. Consideramos que todo lo que nos enseña el catecismo
nos viene de Nuestro Señor y de los Apóstoles, y que no hay nada que cambiar.
Para ellos, no, todo eso evoluciona y evolucionó con el Vaticano II. El término actual de la evolución es
Vaticano II. Esta es la razón por la que no podemos vincularnos con Roma.
Suceda lo que suceda, debemos
seguir como lo hemos hecho, y el Buen Dios nos muestra que siguiendo esta vía,
cumplimos con nuestro deber. No negamos la Iglesia Romana. No negamos su
existencia, pero no podemos seguir sus directivas. No podemos seguir los
principios del Concilio. No podemos vincularnos.
Me di cuenta de esta voluntad de
Roma de imponernos sus ideas y su manera de ver. El cardenal Ratzinger me decía
siempre: “Pero Monseñor, sólo hay una Iglesia, no es necesario hacer una
Iglesia paralela”. ¿Cuál es esta Iglesia para él? La Iglesia conciliar, queda
claro. Cuando nos dijo explícitamente: “Obviamente, si se
les concede este protocolo, algunos privilegios, deberán aceptar también lo que
hacemos; y por lo tanto, en la iglesia Saint-Nicolas-du-Chardonnet será
necesario decir una nueva misa también todos los domingos”.
Ustedes ven que quería traernos a
la Iglesia conciliar. No es posible, ya que queda claro que quieren imponernos
estas novedades para terminar con la Tradición. No conceden nada por aprecio de
la liturgia tradicional, sino simplemente para engañar a aquellos a quienes lo
dan y para disminuir nuestra resistencia; insertar una cuña en el bloque
tradicional para destruirlo. Es su política, su táctica consciente. No se
equivocan, y ustedes conocen las presiones que ejercen…