“UNA
NUEVA POSICIÓN EN RELACION CON LA IGLESIA OFICIAL”
(Mons.
Fellay)
Introducción, resaltado y notas al pie de Syllabus
Explica el Padre Calderón, en su excelente
libro “Prometeo. La religión del hombre” (libro deliberadamente no
traducido al inglés y al francés), que algunas de las propiedades que caracterizan
al espíritu conciliar, son el optimismo –que no es católico, pues éste
es la “esperanza cierta del bien óptimo, que es Dios”-; el inclusivismo
–contrariando el pronunciamiento “exclusivo” e intolerante de la verdad que
deja afuera al error y los que lo sostienen-, y que según el Padre Calderón se
compone de subjetivismo y ambigüedad, y, esto visto por Monseñor Lefebvre, el pacifismo
(Cfr. “Lo destronaron”).
No nos quedan dudas de que el discurso y la
actitud adoptadas por Monseñor Fellay y sus adictos se corresponden –cada vez
menos sutilmente- con estas características. La carta a los tres obispos o la
entrevista a la cadena norteamericana –cuyo video puede verse en nuestro blog-
son claras al respecto. Lo mismo sus sermones y conferencias, vistos con ojos
atentos (un buen método es, no ya compararlos con los de Mons. Williamson, sino
con los de Mons. Lefebvre; se notará la diferencia entre un lenguaje católico y
otro ambiguo, aunque por momentos sea católico). Y tal vez como pocos lo sean
estas palabras suyas que reproducimos a continuación, dirigidas solamente a los
miembros de la FSSPX, en marzo de 2012, no difundidas ni dadas a conocer ni a
los fieles ni a los miembros de la Tercera Orden, los que sin embargo tienen
derecho a conocerlas ya que está en juego la fe, y este es un bien común que no
pertenece sólo a un grupo de Superiores que pueden ponerla en riesgo mediante
transacciones diplomáticas y en el mayor de los secretos.
Monseñor Fellay, en oposición al agorero de
males de Mons. Williamson (¡como los Profetas del Antiguo Testamento!), se
muestra cada vez más con un “simpático optimismo”, que, como explica Monseñor
Straubinger, “según la Biblia es la característica de los falsos profetas”.
Los cuales deben ser aceptados por el mundo “tolerante y civilizado”
distinguiéndose y separándose de los “extremistas”, los “ultras”, los
disidentes retrógrados o “neo-nazis” (¡recuérdese a Castellani y “Su majestad
Dulcinea”!) que osan proclamar a toda costa la verdad.
Tengan, pues, esto presente los fieles de la
Fraternidad que hasta ahora han desatendido la cuestión, por miedo, falsa
prudencia, o tibieza, y que acusan con suma ligereza de exagerados, chocantes o
“salvajes” a los que ponen estos temas sobre la mesa. Y lean, estudien,
recuerden y comparen. Sepan que, como decía el Padre Garrigou-Lagrange: “Es
imposible amar profundamente la verdad sin detestar la mentira”. Porque
entonces perdemos la noción de que esta vida es un combate permanente, y
entonces subestimamos al enemigo, que nos termina engañando por no haber sabido
velar, como nos lo ordenó Nuestro Señor (Mt. 24, 42).
PALABRAS DEL SUPERIOR GENERAL
Estimados
miembros de la Fraternidad:
Como
todos ustedes ya lo saben, el otoño pasado estuvo marcado por la cuestión de
nuestras relaciones con Roma, y en particular por dos hechos sorprendentes.
El
primero fue la ausencia de evaluación por parte de Roma sobre las
discusiones doctrinales realizados durante dos años por la
Congregación para la Doctrina de la Fe. Lo único que se nos comunicó fue una
observación indirecta y no oficial según la cual estas discusiones habrían
demostrado que la Fraternidad no atacaba ningún dogma. Pero oficialmente:
nada. Ni una palabra positiva o negativa. Como si estas discusiones no hubiesen
tenido lugar[1], a pesar de que nosotros fuimos
invitados a ver el cardenal Levada para eso. De hecho, en el prólogo del
Preámbulo propuesto el 14 de septiembre, simplemente se menciona que las
discusiones han alcanzado su objetivo, que era exponer y clarificar nuestras
posiciones. Lo que equivale tan solo a establecer un status
quaestionis, pero nada más. En el mismo prólogo, se hace mención de
peticiones y preocupaciones de la Fraternidad en relación con el mantenimiento
de la integridad de la fe. Uno podría considerar esto como una alusión a favor
nuestro. Pero eso es todo.
Las
discusiones terminaron, es cierto, un tanto precipitadamente, tropezando con el
tema del Magisterio actual, con su relación con la Tradición, con el magisterio
de la Iglesia en tiempos pasados y con la evolución de la Tradición. Así pues,
todo parece indicar, por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe,
que estas discusiones efectivamente han terminado.[2]
El
segundo acontecimiento es la propuesta hecha por esta misma Congregación: de
reconocer la Fraternidad concediéndole un estatuto jurídico de prelatura
personal con la condición de firmar un texto ambiguo, del cual hablamos en el
último Cor Unum. Esto es sorprendente, ya que las discusiones han
mostrado un profundo desacuerdo en casi todas las cuestiones planteadas.[3]
Por
nuestra parte, nuestros expertos han mostrado bien la oposición que existe
entre, por un lado, la enseñanza de la Iglesia perenne, y por el otro, el
Concilio Vaticano II con sus consecuencias.[4]
Por
parte de Roma, los expertos se han esforzado en decir que nosotros estamos
equivocados, que atribuimos indebidamente los abusos y errores (que ellos
reconocen) al Concilio, cuando se deben a otras causas, porque la Iglesia no
puede hacer nada malo y porque no puede enseñar el error. Incluso fuimos
acusados de ser protestantes, porque habríamos elevado nuestra propia razón y
juicio por encima del Magisterio actual; porque elegiríamos en el pasado lo que
nos gusta para oponerlo al Magisterio actual, mientras que es a éste a quien
incumbe hacer presente las enseñanzas del pasado, ya que es también la regla
próxima de la fe.
Nuestros
expertos han respondido que el depósito de la fe, que fue confiado a la
Iglesia, no tiene ningún crecimiento nuevo, sino sólo un desarrollo
homogéneo “in eodem sensu”. El depósito quedó cerrado con la muerte
de los Apóstoles. Sin embargo, puede haber algún progreso cuando una
verdad implícita se explica más explícitamente, o se expresa por una
fórmula más precisa. El progreso subjetivo, es decir, el de los creyentes,
es también válido, pero es más difícil de delimitar: en principio, un
adulto debería conocer mejor su fe que un niño. Ambas formas de progreso
han sido reconocidas desde hace tiempo, pues San Vicente de
Lerins, ya habló de ellas en su Commonitorium. Y los
límites también fueron puestos desde ese momento. El
Concilio Vaticano I hizo lo mismo. El Vaticano II, por su parte, mezcla esas
dos formas de progreso y utiliza términos muy vagos que pueden entenderse
ya sea de manera tradicional, ya sea de
manera moderna. Los progresistas han ampliamente usado y abusado de ello.
Así
pues, hemos recibido una propuesta que trataba de hacernos entrar en el sistema
de la hermenéutica de la continuidad. Ésta afirma que el Concilio está y debe
estar en perfecta armonía con la enseñanza de la Iglesia a través de todos los
tiempos. ¡El Concilio Vaticano II! ¿Un concilio tradicional?
Hemos
respondido que efectivamente el Concilio, y toda la Iglesia, deben estar en
plena armonía con las enseñanzas del pasado, con la Tradición. Es un principio
fundamental de la Iglesia. Sin embargo, la realidad de los hechos contradice la
posibilidad de cualquier tipo de continuidad.
“Contra factum
non fit argumentum”. ¿Cómo tal cosa es posible? ¡Es un misterio! De hecho, ¿esto no
contradice la promesa de la asistencia divina dada por nuestro Señor a su
Iglesia? Al parecer, sí, y hay allí un gran misterio cuya posibilidad tratamos
de explicar por medio de distinciones y definiciones, pero reconociendo que la
realidad misma de la crisis es en sí misma un gran misterio permitido por Dios.
Por
primera vez el 1º de diciembre, y por segunda vez el 12 de enero, comunicamos a Roma la
imposibilidad en que nos encontramos de firmar un documento que contiene tales
ambigüedades. Con el fin de no cortar todos los contactos[5], hemos propuesto una
alternativa, inspirados en un pensamiento que Monseñor Lefebvre dirigió al
Cardenal Gagnon en 1987: aceptamos ser reconocidos TAL COMO SOMOS[6]. Es importante no dejar
de tener relaciones y mantener la puerta abierta[7], incluso si nada nos permite pensar que la Congregación para
la Doctrina de la Fe estaría de acuerdo en abordar, así sea de lejos, una tal
perspectiva.
Acabamos
de recibir una respuesta de esa Congregación a nuestra propuesta el 16 de
marzo. Se trata de una carta cuyo contenido es duro y se presenta como un
ultimátum[8] y, por supuesto, es un rechazo de nuestro
texto. Si mantenemos nuestra posición, en un mes vamos a ser declarados
cismáticos, porque de hecho negaríamos el Magisterio actual. Sin
embargo la discusión que siguió a la entrega de la carta permitió ver un poco
más claras las exigencias de la Congregación de la Fe.
Para
entender bien cuál es la dirección que tomamos en esta nueva situación, nos
parece bueno exponerles algunas consideraciones y precisiones:[9]
1. Nuestra
posición de principio: la fe primero y antes que todo; queremos permanecer
católicos y por ello mantener la le católica por encima de todo.
2. La
situación de la Iglesia puede obligarnos a tomar medidas de prudencia
relacionadas y correspondientes con la situación concreta. El Capítulo General
de 2006 emitió una línea de acción muy clara en lo que atañe a nuestra
situación con Roma. Damos prioridad a la fe, sin buscar de nuestro lado una
solución práctica ANTES de resolver la cuestión doctrinal.
No
se trata aquí de un principio, sino de una línea de conducta que debe regular
nuestras acciones concretas. Estamos aquí frente a un razonamiento en el que la
premisa mayor es la afirmación del principio de la primacía de la fe para
permanecer católicos. La premisa menor es una constatación histórica sobre la
situación actual de la Iglesia; y la conclusión PRÁCTICA se inspira en la
virtud de la prudencia que regula el actuar humano; nada de buscar un acuerdo
en detrimento de la fe. En 2006, las herejías siguen surgiendo, las mismas
autoridades propagan el espíritu moderno y modernista del Vaticano II y lo imponen a todos como una
aplanadora (es la premisa menor). Es imposible llegar a un acuerdo práctico a
menos que las autoridades se conviertan; de lo contrario seriamos aplastados,
despedazados, destruidos o sometidos a presiones tan fuertes que no podríamos
resistir (es la conclusión).
Si
la premisa menor cambiase, es decir, si hubiese un cambio en la situación de la
Iglesia en relación con la Tradición, esto podría llevar a un cambio
correspondiente de la conclusión, ¡sin que nuestros principios hubieran
cambiado en nada! Como la Providencia se expresa a través de la realidad de los
hechos, para conocer Su voluntad, debemos seguir con atención la realidad de la
Iglesia, observar, examinar lo que sucede.
Ahora
bien, no hay ninguna duda que desde 2006, estamos asistiendo a un desarrollo
en la Iglesia, a un cambio importante y muy interesante, aunque poco
visible[10]. Sin embargo, esta evolución,
ayudada por las medidas, aunque tímidas, llevadas a cabo por el Soberano
Pontífice en lo que concierne a la vida interna de la Iglesia, está también
contrarrestada por una gran parte de la jerarquía que no quiere saber nada de
ello. Por otra parte, el intento de restauración interna se pone “debajo del
celemín” con la afirmación constante de la importancia del Concilio
Vaticano II y de sus reformas. En particular las que tienen que ver con la vida de
la Iglesia ad extra; sus relaciones con el mundo, con las demás
religiones y con los Estados.
Estamos
asistiendo a un doble movimiento opuesto y desigual:
La
jerarquía, compuesta por la gente que hizo el Concilio (generación hoy casi
extinta) y los que han aplicado el Concilio, que pasaron de la Iglesia de antes
del Concilio -tradicional, pero ya marcada en parte, por el apetito de las
novedades- a la Iglesia conciliar o pos-conciliar, con una manía loca por la
novedad, con la catástrofe que siguió. La mayoría no quiere volver atrás; tal
vez algunos de ellos admiten que hubo abusos, etc., incluso una crisis, pero la
causa nunca podrá estar en el Concilio.
Por
el otro lado, las generaciones posteriores tienen otra mirada sobre el estado
de la Iglesia. Estas no tienen ese lazo afectivo visceral con un Concilio que
ellas mismas no han conocido. Y conocen mucho menos el pre-Concilio. Algunos en
el seno de estas generaciones, más numerosos de lo que se piensa, no saben ni
siquiera que antes había otro rito. Lo que éstos ven es una decadencia muy
triste y muy poco entusiasmante, experimentando así una frustración y una
desilusión profunda[11]: los monasterios se cierran, la
falta de vocaciones se hace sentir en todas partes, las iglesias están vacías.
Al no haber recibido una buena y sana doctrina, no saben bien lo que han
perdido, pero cuando se dan cuenta, un poco gracias al contacto con la
Tradición, entonces experimentan una gran amargura, se sienten traicionados,
privados de este inmenso tesoro. Este
movimiento está creciendo, es evidente, un poco en todo el mundo,
especialmente entre los sacerdotes jóvenes y entre los seminaristas. Escapa a
la jerarquía -en parte- la cual trata de ahogar este deseo desde sus comienzos,
esta tendencia de restauración de la Iglesia.
Los
pocos actos de Benedicto XVI en este sentido, actos ad intra que afectan a
la liturgia, la disciplina, la moral son pues importantes[12],
aunque su aplicación deja todavía que desear.
Constatamos,
sin embargo, algunos de esos elementos hasta entre los obispos jóvenes, algunos
de los cuales nos expresan claramente sus simpatías, pero discretamente, o
incluso un acuerdo de fondo: “¡Ánimo, continuad, permaneced como sois, vosotros
sois nuestra esperanza...!” ya no son palabras raras en las bocas episcopales
que nos encontramos.
¡Es
tal vez en Roma en donde estas cosas son más manifiestas! Tenemos ahora
contactos amigables en los dicasterios más importantes, ¡también entre los más
allegados al Papa![13]
Nuestra
percepción de esta situación es tal que creemos que los esfuerzos de la
jerarquía que envejece no podrán detener más este movimiento que nació y que
quiere y espera aunque vagamente - la restauración de la Iglesia. Aunque no hay
que excluir el regreso de un “Juliano el Apóstata”, no creo que este movimiento
pudiera ser detenido.
Si
esto es cierto, y de eso estoy seguro[14], eso exige de nosotros una
nueva posición en relación con la Iglesia oficial[15].
Es evidente que tenemos que apoyar con todas nuestras fuerzas a este
movimiento, posiblemente guiarlo, iluminarlo. Esto es precisamente lo que
muchos esperan de la Fraternidad.
Es
en este contexto que conviene interrogarse sobre el reconocimiento de la
Fraternidad por la Iglesia oficial. ¡No se trata para nosotros de pedir una
tarjeta de identidad que ya tenemos! No se trata tampoco de un falso complejo o
de un “sentimiento de gueto”. Se trata de una mirada sobrenatural sobre la
Iglesia y el hecho de que ella permanece en manos de Nuestro Señor Jesucristo[16],
aún desfigurada por sus enemigos. Nuestros nuevos amigos en Roma afirman que el
impacto de tal reconocimiento sería extremadamente poderoso para toda la
Iglesia, como una confirmación de la importancia de la Tradición para la
Iglesia. Sin embargo, tal realización concreta requiere dos puntos
absolutamente necesarios para asegurar nuestra supervivencia:
El
primero es que no se le pida a la Fraternidad concesiones que afecten la fe y
lo que emana de ella (la liturgia, los sacramentos, la moral, la disciplina).
El
segundo es que se le conceda a la Fraternidad una verdadera libertad y
autonomía de acción, y que éstas le permitan vivir y desarrollarse
concretamente.[17]
Humanamente
hablando, dudamos de que la jerarquía actual esté dispuesta a ello. Pero una
serie de indicaciones muy graves nos obligan a pensar que, no obstante, el
Papa Benedicto XVI estaría listo para ello.[18]
La
Iglesia está hoy en día tan debilitada, la jerarquía dividida, que no creemos
ya posible la acción de la aplanadora. Por el contrario, estamos ganando
terreno cada día, en nuestra situación actual, aunque la Fraternidad sea
todavía acusada por muchos de ser cismática.[19]
Que
quede bien claro que está totalmente excluido que entremos en un movimiento de
sometimiento que consistiría en tragarnos el veneno conciliar y en ceder en
nuestras posiciones. No se trata en absoluto de eso.
Sin
embargo, si tenemos en cuenta las lecciones de la historia de la Iglesia, vemos
que los santos, con una gran fortaleza de alma y de fe hicieron volver a las
almas perdidas en situaciones de crisis graves, usando de una gran
misericordia (y firmeza) sin caer en una excesiva rigidez reprensible[20],
como fue por ejemplo el caso de los Donatistas, o de Tertuliano. Y, sin
negarse, no obstante, a trabajar con y en la Iglesia, a pesar de la ocupación
arriana (por ejemplo) y de numerosos obispos que estaban todavía en sus
funciones.
Saquemos
las lecciones de esta historia, considerando el admirable equilibrio de nuestro
venerado fundador Monseñor Lefebvre; un equilibrio de fuerza, de fe y de
caridad, de celo misionero y de amor por la Iglesia.
Serán
las circunstancias concretas las que nos muestren cuando será el tiempo de
"dar el paso" hacia la Iglesia oficial.[21] Hoy en día, a pesar del
acercamiento romano del 14 de septiembre y debido a condiciones impuestas, esto
todavía nos parece imposible. Cuando Dios lo quiera, ese tiempo vendrá. No
podemos tampoco excluir, porque el Papa parece poner todo su peso en este
asunto, que esta situación conozca un súbito desenlace.[22] En
cuanto a nosotros, permanezcamos muy fieles y deseosos de agradar solo a Dios.
Esto basta, Él conducirá sin duda nuestros pasos, como lo ha hecho desde la fundación
de la Fraternidad.
Confiamos
y consagramos nuestra Fraternidad amada al Corazón Inmaculado de María,
terrible como un ejército formado en batalla. Que como una buena Madre, ella se
digne protegernos, guiarnos a la victoria en medio de tantos peligros: ¡su
triunfo sobre la tierra y nuestra salvación en el cielo!
Deseándoles
un final de la Cuaresma y un tiempo Pascual llenos de gracias, os bendigo,
+ Bernard
Fellay, Domingo Laetare, 18 de marzo de 2012. Cor Unum, nº
101, marzo 2012.
NOTAS DE SYLLABUS:
[1] Esto
significa que Roma manifiesta un desinterés absoluto por la Tradición católica;
un desprecio terrible por la verdad; un desdén invencible por los
tradicionalistas. “Como si estas discusiones no hubieran tenido lugar”.
¿Hay allí voluntad de conversión? Esto solo bastaría para que la FSSPX dijera
adiós y continuara su camino. Sin embargo, se busca un acuerdo más allá de lo
doctrinal, de allí que se continúen las “conversaciones”, aunque por el momento
estén “bloqueadas”.
Explica Mons. Straubinger que “el Libro de los Proverbios
confirma muchas veces cómo es más fácil enseñar al ignorante que al persuadido
de saber algo, pues éste difícilmente se coloca en la situación del discípulo
ávido de aprender”. (Nota a Romanos 15, 21).
La jerarquía orgullosa del Vaticano, como fariseos que son,
han demostrado con este silencio –o con el silencio absoluto cuando Mons.
Fellay le remitió al Papa los doce millones de rosarios de los fieles y
sacerdotes de la Fraternidad- el mayor desinterés por la verdad y el bien de la
Iglesia. Entonces ¿se debe insistir en querer dar la buena semilla a quien sólo
desea pisotearla? Mons. Fellay dirá temerariamente que sí, como se verá luego.
“Al hombre sectario, después de una y otra amonestación,
rehúyelo, sabiendo que el tal se ha pervertido y peca, condenándose por su
propia sentencia” (S. Pablo, Carta a Tito 3,10).
[2] Por lo tanto,
no hubo acuerdo doctrinal. Los modernistas quieren seguir siendo modernistas, y
los tradicionalistas, tradicionalistas. Entonces, ¿para qué seguir forzando la
situación? ¿Para qué buscar la aprobación de aquellos que contradicen la
doctrina católica de siempre y por lo tanto en su pertinacia se hacen enemigos
de Cristo? Alguien podría responder: por caridad. Ah, pero sin la debida
prudencia, pareciera más ecumenismo que caridad. Como dijo San Isidoro de
Sevilla: “Conviene que el servidor de Dios conozca las emboscadas del demonio y
esté prevenido contra ellas, y así permanezca en la vida de inocencia con simplicidad,
pero de tal modo que sea con sencillez prudente; quien no junta la prudencia
con la sencillez, según un profeta, es una paloma engañada por simple; y no
tiene corazón porque desconoce la prudencia”.
[3] Así, si la
Roma modernista no está dispuesta a aceptar la fe de siempre, a volver a la
Tradición católica, ¿no puede pensarse en buena lógica que se trata de una
trampa o de una maniobra para hacer renunciar a la FSSPX de esta doctrina
católica de siempre, tal la propuesta recibida?
[4] Comienza acá
la parte específicamente tradicional del texto.
[5] En esto se
contradice y desobedece al Fundador de la Fraternidad, Mons. Lefebvre. Que dijo
por ejemplo, en el año 1989: “En consecuencia, y ante esta situación, es
ciertamente imposible para nosotros poder mantener contactos con Roma,
porque hasta ahora Roma continúa exigiendo, para que nosotros recibamos algo
(lo que sea, bien indulto para la Santa Misa, para la liturgia o para los
seminarios) que firmemos la nueva profesión de fe, que fue redactada por el
cardenal Ratzinger, en el mes de febrero último, y que contiene explícitamente
la aceptación del Concilio y de sus consecuencias” (Sermón en el 60 aniversario
de su sacerdocio, París, Le Bourget, 19 nov. 1989).
Por lo que se ve, el cardenal Ratzinger (hoy Papa
Benedicto XVI) continúa fiel al error de entonces y sigue exigiendo lo mismo;
es la FSSPX quien ha cambiado.
[6] Mons. Fellay
se “inspira” en un pensamiento de Mons. Lefebvre dirigido al Cardenal Gagnon en
1987, pero deja de lado el pensamiento posterior de Mons. Lefebvre con respecto
a esa actitud ante Roma y específicamente al card. Gagnon. Así lo expresaba en
1989: “En este momento parecía que no formulaban exigencias a propósito de la adhesión al
Concilio. No hablaban de ello y hacían incluso una alusión a la posibilidad de
tener un obispo que fuese mi sucesor.
Parecía
un cambio bastante profundo, bastante radical. Entonces surgió la cuestión de
saber qué debíamos hacer. Yo mismo fui a Rickenbach a ver al Superior general
y a sus asistentes para preguntarles: ¿qué piensan ustedes? ¿Tomamos la mano
que se nos tiende? ¿O bien la rechazamos? Yo, personalmente, dije, no tengo
ninguna confianza. Hace años y años que frecuento este medio, años que veo la
manera en que actúan. No tengo ninguna confianza. Pero no quisiera que en la
Hermandad y en los medios de la Tradición se diga: Pudieron intentarlo.
Poco costaba discutir, dialogar. Esta ha sido su opinión: hay que tomar en
consideración el ofrecimiento que se nos hace y no despreciarlo. Vale por lo
menos la pena el hablar con ellos.
En ese
momento acepté ver al cardenal Ratzinger e insistí mucho cerca de él para que
mandaran un visitador. Esperaba que esta visita daría como resultado mostrar
los beneficios del mantenimiento de la tradición, constatando al mismo tiempo
sus efectos. Pensaba que esto habría podido reforzar nuestras posiciones en
Roma y que las peticiones que haría para obtener varios obispos y una
comisión en Roma para defender la Tradición tendrían más posibilidades de
éxito.
Pero
rápidamente nos dimos cuenta de que teníamos que tratar con personas que no son
honradas. Ya desde el regreso del cardenal Gagnon y Mons. Perl a
Roma el desprecio se lanzaba sobre nosotros. El cardenal Gagnon hacía en los
periódicos declaraciones inverosímiles. Según él, el 80% nos dejarían si yo hacía las
consagraciones. Nosotros deseábamos el reconocimiento: Roma quería la
reconciliación y que nosotros reconociésemos nuestros supuestos errores. Los
que nos habían visitado decían que después de todo no habían visto más que el
exterior, que sólo Dios ve el interior y que por consiguiente la visita no
valía lo que valía... En resumen, que no correspondían a lo que habían dicho y
hecho durante la visita. Al volver al Vaticano, y encontrar de nuevo la
mala influencia de Roma, recobran su mentalidad y se vuelven contra nosotros,
nos desprecian de nuevo”.
Por lo tanto, la poca confianza que Mons. Lefebvre tenía en
Roma se esfumó cuando se dio cuenta de que era imposible entenderse con quienes
sólo querían llevar a la FSSPX al Modernismo. Así como el “pensamiento
inspirador” de 1987 se dio contra la pared y quedó en la nada, luego de que
Mons. Lefebvre anulara el Protocolo firmado en 1988 reconociendo su error. No
fue, entonces, aquella expresión dirigida al Card. Gagnon, la última palabra de
Mons. Lefebvre. Pero ahora, ocultando la verdadera posición de Mons. Lefebvre
con respecto a Roma, se “resucita” una consigna, “ser reconocidos tal como
somos” sin ser tal como se era y sin exigirle a Roma que regrese a la
Tradición, tal como lo pedía Mons. Lefebvre. Roma no puede reconocer a la
Fraternidad sin antes reconocer la Verdad católica, sin antes reconocer el mal
del Vaticano II, sin antes reconocer que el liberalismo es pecado. Si reconoce
a la Fraternidad sin haber reconocido lo otro, eso significaría que la
Fraternidad que reconoce no es portadora de esa Verdad católica a la que Roma
modernista rechaza.
[7] Esto ya empieza a recordarnos a las ventanas abiertas de
Juan XXIII por donde dejaba entrar el aire del mundo moderno en la Iglesia.
Aunque podríamos decir que entró, por la ventana, el “humo de Satanás”, como
confesaría el Papa Pablo VI. (Una revista modernista lo recuerda así: “En una
ocasión, durante una audiencia en su biblioteca, alguien le preguntó qué
objetivo quería conseguir con el concilio. “Mire”, dijo el Papa,
levantándose y yendo hacia una de las ventanas que dan a la Plaza de San Pedro;
abriendo la ventana, continuó: “Esto va a hacer el concilio: que entre un
poco de aire fresco en la Iglesia”).
La pregunta a hacerse sería: dejar la puerta abierta
¿para qué? ¿Para que entren los ladrones de nuestra fe? En el final del párrafo
Mons. Fellay cancela toda esperanza de respuesta positiva. ¿Y entonces? Es un
párrafo ciertamente liberal.
[8] Por lo tanto
no hay en estos Romanos la intención de aceptar la doctrina católica
tradicional, sino someter a la FSSPX al Modernismo. ¿Y todavía no les queda
claro?
[9] Todo lo
anterior haría pensar que es imposible todo acuerdo con Roma, pero entonces
Mons. Fellay cambia la marcha del escrito y se muestra como un liberal, el
cual, como afirmaba Mons. Lefebvre, “es un hombre que vive perpetuamente en la
contradicción, afirma los principios pero hace lo contrario, vive perpetuamente
en la incoherencia” (Lo destronaron). Pablo VI, por ejemplo: “Luego de haber
recordado todos los beneficios del latín: lengua sagrada, lengua estable,
lengua universal, pide, en nombre de la adaptación, el “sacrificio” del latín;
confesando incluso que será una gran pérdida para la Iglesia!” (Idem).
“Ese ‘sacrificio’, -sigue diciendo Mons. Lefebvre- en el
espíritu de Pablo VI, parece haber sido definitivo. Lo explica nuevamente el 26
de noviembre de 1969 al presentar el nuevo rito de la misa: ‘ya no es el latín
sino la lengua vernácula la lengua principal de la misa. Para quien conoce la
belleza, el poder del latín, su aptitud para expresar las cosas sagradas, será
ciertamente un gran sacrificio el verlo reemplazado por la lengua vulgar. Perdemos
la lengua de los siglos cristianos, nos volvemos como intrusos y profanos en el
dominio literario de la expresión sagrada. Perdemos así en gran parte esta
admirable e incomparable riqueza artística y espiritual que es el canto
gregoriano. Tenemos sin duda razón de sentir pesar y casi desconcierto’
“Todo debería entonces disuadir a Pablo VI de realizar tal
‘sacrificio’ y persuadirlo a conservar el latín. Pero no; complaciéndose en su
‘desconcierto’ de una manera singularmente masoquista, va a actuar en sentido
contrario a los principios que acaba de enumerar, y va a decretar el
‘sacrificio’ en nombre de la ‘comprensión de la oración’, argumento especioso
que no fue más que un pretexto de los modernistas”. (Idem)
Del mismo modo, Mons. Fellay describe largamente en sus
conferencias y sermones lo mal que están las cosas en la Iglesia, lo mal que
está Roma, la falta de respuestas a las discusiones doctrinales con la
Fraternidad, la obcecación en el error, la persistencia del Papa en querer
imponerle a la Fraternidad el Concilio Vaticano II, etc. Todo debería disuadir
a Mons. Fellay de buscar un acuerdo práctico con Roma y persuadirlo a mantener
la distancia y evitar un diálogo donde no hay entendimiento posible, especialmente
con el Papa y los más influyentes cardenales. Pero no; su conclusión es la
contraria. Sustentándose en la “buena voluntad” del Papa, y en que en Roma hay
“amigos de la Fraternidad” (¿más poderosos que los masones y los judíos?), es
decir, a partir de un argumento sentimental, subjetivo –pues ¿en qué hechos se
demuestra que el Papa y estos amigos repudian el ecumenismo, la libertad
religiosa y todos los errores modernistas, los cuales no pueden convivir con la
verdad de la Tradición católica?-, insiste en comprometer la lucha de la
Fraternidad tomando medidas internas que favorecen y complacen a los
modernistas de Roma (expulsión de Mons. Williamson, etc). Es decir, dureza de
palabras –hasta cierto punto- sobre (ojo, no con) la Roma modernista,
pero dureza de acción para con los que se oponen en la Fraternidad a la Roma
modernista. He allí un doble mensaje.
[10] Lo que dice
con cierta ambigüedad aquí y en los párrafos siguientes es que la afirmación:
“En 2006, las herejías siguen surgiendo, las mismas autoridades propagan el
espíritu moderno y modernista del Vaticano II y lo imponen a todos como una
aplanadora” ya no corre más, ya no es tan así, ahora las cosas van mejor en la
Iglesia. Igualmente, la afirmación de que “es imposible llegar a un acuerdo
práctico a menos que las autoridades se conviertan; de lo contrario seríamos
aplastados, despedazados, destruidos o sometidos a presiones tan fuertes que no
podríamos resistir”, también es falsa. Según Monseñor Fellay Roma ya no tiene
tanto poder y la Fraternidad tiene mucho peso. Seguro: recordemos lo que pasó
cuando las famosas y valientes declaraciones (que muchos cobardes tildan de
torpes, ¡tendrían que decir lo mismo de Mons. Lefebvre, entonces, que debió
afrontar y perdió un juicio por “racismo y antisemitismo”) de Mons. Williamson
en el 2009, y cómo los modernistas empujados por la Sinagoga hicieron temblar a
la FSSPX, logrando de Mons. Fellay declaraciones sumisas y una medida interna
bajo presión como fue la salida de Mons. Williamson del Seminario de Argentina.
¿Acaso entonces se escuchó la voz de los “nuevos amigos” de la Fraternidad en
el Vaticano, defendiendo a un obispo católico de las intromisiones de aquellos
que fuera de la Iglesia pedían su cabeza por haber opinado de un tema histórico
determinado?
[11] Si esto
fuera así, ¿no convendría hablar más claro, confrontar con los modernistas,
decir la verdad entera y no aligerada y ambigua? La adopción de un nuevo
lenguaje, ambiguo, contradictorio, blando, conciliador, soft, está
mostrando por el contrario que la posición de la Fraternidad no es de fuerza,
sino de debilidad, ya que debe modificar el lenguaje para no “exasperar” a los
romanos modernistas.
Por otra parte, ¿qué ocurre en las filas de la Fraternidad,
frente a este optimismo acerca de los “jóvenes que descubren la Tradición en la
Roma conciliar”? El liberalismo ha ido ganando a los fieles en sus costumbres,
en sus vestimentas, en su comportamiento impropio durante las misas, en
definitiva, en su pensamiento. Para una gran parte de los jóvenes que concurren
a las capillas de la Fraternidad, Mons. Lefebvre no significa casi nada, apenas
es un prócer del que han oído hablar mucho pero cuyos libros no leen y cuya
lucha desconocen. Son jóvenes que no leen casi nada, mucho menos se forman
acerca del liberalismo. Tal vez algunos hayan recibido alguna breve formación
al respecto, pero pareciera que el liberalismo es algo lejano, algo que pasó en
el Vaticano II y se quedó en Roma, pero que no puede aparecer entre nosotros.
Como si la Fraternidad estuviera “blindada” contra este mal espíritu, duermen
tranquilos en su cómoda posición: “A nosotros no nos puede pasar porque somos
tradicionalistas”. Pero, precisamente, esa falta de espíritu combativo, de
tener presente que se está en medio de una guerra, es una señal de la
contaminación liberal. La tibieza está infectando lentamente a los fieles,
deseosos de una paz con la Roma conciliar que será a costa de la verdadera fe.
Ese adormecimiento viene de arriba hacia abajo, pero aún se está a tiempo de
reaccionar.
[12] Sin resultar
demasiado expresivo, tiene que quedar bien con Benedicto XVI, como si éste
fuera una pobre víctima más de los modernistas. Mons. Fellay plantea muchas
veces las cosas en términos políticos, dando a pensar que hay una división
entre “progresistas” y “conservadores”, y que hay que apoyarse en los segundos
para derrotar a los primeros. No ve o no dice que los segundos, modernistas
moderados, son peores que los primeros, porque no se muestran del todo en su
error y confunden introduciendo a veces en sus tremendos errores alguna verdad
católica, como esos actos que menciona Mons. Fellay. ¡Como si no conociéramos
el pensamiento del cardenal Ratzinger, a estas alturas!
[13] Como dijo
Mons. Williamson: “Si un eclesiástico de la Iglesia Conciliar decide que el
Concilio está mal, va a destruir el Concilio. O él tiene que salir de la
Iglesia Conciliar o va a hacer todo lo posible para destruir el Concilio. Para
eso se hizo el Concilio, para destruir la Iglesia. Si se da cuenta de eso, no
se puede entrar en la Iglesia conciliar. Se hace tradicionalista. Llama a la
puerta de la Fraternidad San Pío X, al igual que algunos sacerdotes lo han
hecho, y trabaja con la Fraternidad San Pío X para reconstruir la Iglesia, en
lugar de destruirla. Si se quiere destruir a la Fraternidad San Pío X, entonces
únase a la Iglesia Conciliar”.
Ciertamente, con amigos pusilánimes o impotentes que temen
hablar, como los que dice Mons. Fellay que hay en Roma, ¿piensa ir a esta Cruzada
de Reconquista?
[14] ¿Por qué
está seguro de que este “movimiento joven” se impondrá a la “jerarquía caduca”?
¿Acaso por un argumento biológico, cronológico, prófético o qué? No lo sabemos.
[15] Esto es
claro. Y lógicamente no lo dijo así para el gran público, aunque se le
escaparon algunos comentarios que muestran esto muy claramente (en especial en
la entrevista con la cadena CSN de Estados Unidos). “Una nueva posición en
relación con la Iglesia oficial”. Una nueva posición, es decir, distinta de
la que se sostuvo antes. Pese a que la Iglesia conciliar (a quien Fellay llama
“oficial”) sigue siendo lo que era, pese a que no reniega del Vaticano II sino
que lo reafirma –ahora en su cincuenta aniversario se pudo ver con toda claridad-,
la Fraternidad San Pío X debe cambiar su posición. ¿Por qué? Porque
aparentemente allí en el Vaticano hay “amigos de la Tradición”. Un argumento
emocional que no se traduce en un cambio de dirección de la nave vaticana, que
continúa su marcha hacia el Gobierno Mundial y el diálogo con los enemigos de
Cristo. ¿Y en qué consiste esa nueva posición de la Fraternidad? En un nuevo
lenguaje, que todavía critica al Vaticano II pero cada vez menos drásticamente.
Que habla benévolamente del Papa o lo critica como disculpándolo; en un
quitarse de encima a los que sigan teniendo un lenguaje claro y duro para con
los acuerdos no doctrinales con Roma (lenguaje que tuvo Mons. Lefebvre como lo
tiene hoy Mons. Williamson; sin dudas hoy Mons. Lefebvre habría sido expulsado,
tal vez no por tener un blog, sino por hacer “dibujitos” molestos).
[16] Acá habría
que entender que hay dos Iglesias: la Iglesia conciliar, comandada por herejes,
apóstatas y masones, y la Iglesia de la Tradición, que puede ser castigada
severamente –ya lo está siendo- si pacta con sus enemigos. Se trata entonces de
una guerra entre dos religiones distintas, la Religión del hombre contra la
Religión de Dios. Pero parece que ya no se piensa que se trata de una guerra
entre dos religiones, sino de una negociación diplomática entre facciones
políticas. Por eso se entabla el diálogo (llamado “conversaciones”)
interreligioso, donde una de las dos religiones debe ceder.
[17] Y todo esto
se aceptaría sin que Roma haya abjurado de sus errores y vuelto a la Tradición,
condición imprescindible que se planteaba antes (ahora Mons. Fellay lo juzga
“irrealista”; es decir, que no confía en las soluciones que Dios pueda dar como
cuando calmó súbitamente la tempestad del mar, o cuando la conversión de Pablo;
ahora todo es palabrerío y diplomacia, estériles, por supuesto). Es decir, que
si a la FSSPX se le concede esto, acepta convivir con la Roma modernista. Eso
es lo que se llama “tolerantismo” (en términos masónicos). Aquello proclamado por
los masones ahora la Fraternidad lo reclama para sí. “Queremos ser tolerados
como somos”. Eso está bien, pero, ¿por quiénes? ¿Se le pide al error que tolere
a la verdad? El católico reclama el derecho absoluto de la verdad, no que la
verdad sea tolerada. Aquí no hay conciliación posible ya que las tinieblas no
aceptan la luz, el error no acepta la verdad y en la medida que la acepta es
porque ésta ya no lo es tanto.
Recordemos las palabras de Mons. Lefebvre:
“No
tenemos la misma manera de concebir la reconciliación. El cardenal Ratzinger
la ve en el sentido de reducirnos, de conducirnos al Vaticano II. Nosotros la vemos como una
vuelta de Roma a la Tradición. Y así no hay quien se entienda. Es un diálogo de
sordos.
«[...] Suponiendo
que de aquí a un tiempo Roma nos llame, nos quiera ver y volver a conversar, en
ese caso seré yo quien ponga las condiciones [...] Y plantearé las cuestiones
desde el plano doctrinal: "¿Están de acuerdo ustedes con las grandes
encíclicas de los grandes papas precedentes? ¿Están de acuerdo con la Quanta
Cura de Pío IX, Immortale Dei y Libertas de León XIII, Pascendi de Pío X, Quas Primas de Pío XI, Humani Generis de Pío XII? ¿Están ustedes en plena comunión
con esos papas y sus afirmaciones? ¿Aceptan también el juramento antimodernista?
¿Están por el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo? Porque si no
aceptan las doctrinas de sus predecesores es inútil hablar. Mientras no acepten
reformar el Concilio considerando la doctrina de los papas anteriores, no hay
diálogo posible. Es inútil”.
[18] ¿Cuáles son
esas indicaciones muy graves? Secreto. ¿No tienen los miembros y fieles de la
Fraternidad derecho a conocerlas? No, parece que son niños que deben confiar
ciegamente en sus papás (como afirmó el Superior de Distrito de EE.UU.), así
como los laicos confiaron en sus obispos y sacerdotes durante el Vaticano II, y
cerrando los ojos obedecieron y permitieron la tragedia. Pero eso no es lo que
quiere Dios. no es lo que enseñó San Pablo
[19] Otra
ilusión, otra afirmación fuera de la realidad. ¿Quién está debilitada, Roma o
la Fraternidad, dividida en mil pedazos, con un obispo y sacerdotes expulsados,
muchos fieles desconcertados y un Superior General débil y desprestigiado? ¿Quién
muestra su debilidad sino la FSSPX, que ya no se atreve a usar el mismo
lenguaje frontal y claro que usaba antes para proclamar la verdad?
[20] ¿Qué quiere decir una “rigidez reprensible”? ¿Rigidez en qué?
¿En la doctrina? ¿En los modos? Es ambiguo. Otro cambio en el lenguaje que nos
hace recordar a Juan XXIII y su famoso discurso inaugural del Vaticano II,
cuando dijo: “Siempre se opuso la Iglesia a estos errores. Frecuentemente los
condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de
Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia más que de la
severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados mostrándoles la
validez de su doctrina sagrada más que condenándolos”.
Aquí está Juan XXIII condenando al olvido a Pío XI y San Pío
X; y Mons. Fellay condenando a Mons. Lefebvre, bajo la falaz idea de que la
condena enérgica de los errores sería una falta de misericordia o caridad. “No
sólo se trata de expresiones lamentables –decía Mons. Lefebvre sobre las
palabras de Juan XXIII- que manifiestan un pensamiento bastante confuso, sino
de todo un programa que expresa el pacifismo y que caracterizó al Concilio” (Lo
destronaron. Del liberalismo a la apostasía. La tragedia conciliar). “Se decía
–sigue Monseñor- es necesario que hagamos la paz con los masones, la paz con
los comunistas, la paz con los protestantes. ¡Hay que acabar con esas guerras
interminables, esa hostilidad permanente! Es por otra parte lo que me dijo Mons.
Montini, entonces Sustituto en la Secretaría de Estado, cuando durante una de
mis visitas a Roma en los años cincuenta, le pedí la condenación del “Rearme
moral”. Me respondió: “¡Ah, no hay que estar siempre condenando, condenando!
¡La Iglesia no va a quedar como una madrastra!”. Ese es el término que usó
Mons. Montini, Sustituto del Papa Pío XII; ¡lo recuerdo todavía como si fuera
hoy! Por lo tanto, ¡ya no más condenaciones, no más anatemas! ¡Pactemos!”
(Idem)
Hoy parece decirse: “¡Hagamos la paz con los modernistas,
hay que acabar con esta guerra interminable que ya lleva cuarenta años!
¡Pactemos!”. Para eso Mons. Fellay hace uso de una expresión como la comentada.
Pero ampliemos esto porque tiene su importancia: algunos
periodistas bobetas acusan a Mons. Williamson no sólo de querer formar un
“Palmar de Troya” (para no hablar de las histéricas marionetas del demonio que
dicen que Mons. Williamson ¡está llevando a sus seguidores a la adoración del
Anticristo!), sino que también se lo tilda de “católico salvaje”. ¿Y esto por
qué? Por no querer reducir la verdad a modales prolijos y acicalados que de tan
agradables al enemigo terminan por entibiar la verdad, aguándola y
desfigurándola con el lenguaje liberal. ¡Qué miedo tienen algunos a la verdad,
o, mejor dicho, a las consecuencias que pueden tener para ellos! Pues bien,
“Nuestro Señor y Redentor –decía San Buenaventura-, lleno de celo por la
salvación de las almas, que Él había venido a rescatar a precio de su vida,
procuraba por todos los modos atraerlas a sí y arrancarlas de las garras de sus
enemigos. Por esto usaba algunas veces de palabras blandas y humildes, otras
empleaba un lenguaje duro y severo, ya enseñaba con ejemplos y parábolas,
ya con prodigios y milagros, y ya también empleaba, cuando lo juzgaba
necesario, las amenazas y el terror. Estos varios medios de salud los ponía
en práctica según veía que era conveniente, atendiendo a la variedad de lugar,
tiempo y personas que le escuchaban (…) Considera tú ahora al Salvador sentado
humildemente entre los fariseos, pero hablándoles con autoridad, con la
fuerza y el poderío de su virtud, anunciándoles claramente su
caída”(“Meditaciones de la Vida de Cristo”).
Y así como Nuestro Señor usó de palabras dulces y suaves con
los pobres y los enfermos, no trepidó en usar el lenguaje más duro con aquellos
hipócritas que corrompían la religión.
En efecto, la caridad exige para volver a la verdad
muchas veces de un lenguaje duro, severo, chocante, como cuando Nuestro Señor
le dijo a Pedro: “¡Quítateme de delante, Satanás! ¡Un tropiezo eres para Mí,
porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres!” (Mt. 16,
23). ¿Acaso no les diría lo mismo a estos Papas modernistas del Concilio? ¿Lo
tildarían estos periodistas de estrecho panorama de “salvaje”? ¿Y Mons.
Lefebvre, qué fue lo que dijo? “Puesto que la Sede de Pedro y los puestos de
autoridad de Roma están ocupados por anticristos”, y “Esto nos ha valido la persecución de la
Roma anticristo”. Pero a estos mismos que Mons. Lefebvre calificara así,
Mons. Fellay apenas les dice con una amplia sonrisa “están equivocados, ¿por
qué no piensan que están equivocados?”.
[21] Ya no es la
Iglesia conciliar –aquí llamada “Iglesia oficial”- la que debe convertirse, la
que debe volver a lo que enseñaban los Papas anteriores al concilio, como decía
Mons. Lefebvre, y “dar el paso” hacia la Tradición; sino que es la Fraternidad,
la Tradición, la que ha de dar el paso (el mal paso) para ingresar en la
Iglesia conciliar.
[22] Esto es, que
con un decreto el Papa haga ingresar a la Fraternidad al Circo Romano de las
Religiones para devorársela, es decir, para “convertirla” al Conciliarismo.
Porque, si ahora no se condena con toda la firmeza y la dureza de la verdadera
caridad los errores del Papa y los modernistas, luego, estando dentro de Roma,
¿cree el lector que se tendrá un lenguaje más duro, más claro, más verdadero, o
en cambio un lenguaje todavía más conciliador y ambiguo que el actual? La
respuesta no es difícil de adivinar.