Esa LINEA MEDIA que, como bien la define el artículo que sigue, se ubica “entre la fidelidad a la Tradición católica y el progresismo neto”, que es “una doctrina de obsecuencia”, que “manda callar la verdad ante la autoridad, como si la verdad tuviera derecho a enseñar el error”, que “recibe aplausos de un aparato eclesiástico que se suele calificar como ‘conservador’, y trata de acomodar las cosas, navegando entre dos aguas, con una pericia digna de mejor causa”; esa LINEA MEDIA que durante tantos años en las filas de la Fraternidad San Pío X se ha criticado y con razón, pero a veces con un orgullo farisaico (“Yo soy de la Tradición, no soy como ése, de la línea media”); esa LINEA MEDIA que se ha tragado el Vaticano II, el culto juanpablista y la misa nueva, entre otras atrocidades; esa LINEA MEDIA se ha instalado y gobierna la FSSPX, todavía criticando el concilio, pero cada vez de forma más leve y moderada. Esa LINEA MEDIA, conforme sigan los contactos con Roma –y Mons. Fellay dijo que había que “dejar la puerta abierta”- dejará de hablar de ciertos temas, por temor a la autoridad, o cuando lo haga será para denunciar lo más obvio y fácil de criticar.
Pero no profesará la verdad íntegra, aquella capaz de salvar -o enojar- a los enemigos (porque ahora parece que ya no lo son tanto).
EL EJEMPLO DEL DANTE
Pero no profesará la verdad íntegra, aquella capaz de salvar -o enojar- a los enemigos (porque ahora parece que ya no lo son tanto).
“No tienen vino”, dijo Nuestra Señora en las Bodas de Caná. Y Nuestro Señor ofreció el mejor vino, el vino puro de su doctrina, el vino de su verdad. Sabiendo, claro está, que no sería desperdiciado.
Los conciliares modernistas no tienen el vino bueno de la verdad. Lo desprecian. ¿Y qué quieren, si al buen vino de la verdad católica siempre lo han rechazado?
Quieren un vino adulterado, un vino diluido, con agua, con Coca-Cola o con lo que fuere, ya que sus estómagos no resisten el vino puro y sano de Nuestro Señor.
Eso es lo que se ofrece a darles, en odres tradicionalistas, la dirección de la FSSPX. Un vino ya no puro, ya no fino, ya no bueno. Porque hay estómagos delicados.
Un vino para la LINEA MEDIA.
Dante Alighieri (1265-1321) es, sin duda alguna, uno de los escritores más grandes de todos los tiempos. Su obra: “La Divina Comedia” es un clásico de la literatura universal. La descripción que hace del infierno, del purgatorio y del Cielo, es una expresión artística sublime sobre el destino final de los hombres, y un libro que puede servir para la meditación sobre la inmensidad de las verdades de la Fe.
Esta obra cumbre ha sido reproducida en múltiples expresiones del arte cristiano, en iglesias y en conventos. Siempre se tuvo al Dante por un auténtico literato católico.
El gran poeta escribió en una época en la que la Iglesia detentaba todo el poder para castigar a los que se apartaban de la recta doctrina, y en la que los Estados auxiliaban en esta tarea al poder espiritual, imponiendo penas gravísimas a los que envenenaban a las almas y a la sociedad con teorías heréticas. Dante Alighieri no fue perseguido por la “La Divina Comedia”, a pesar de su vida política agitada, en la que llegó a militar en el bando opuesto a la política pontificia de los siglos XIII y XIV. Nunca oímos tampoco que la Inquisición, la que veló sobre la pureza de la Fe verdadera durante siglos, haya objetado a este poema.
Sin embargo el príncipe de los poetas cristianos no vacila en ubicar en el infierno a sacerdotes, obispos, cardenales y hasta a... Papas. No solo ubica allí a Pontífices indeterminados, sino que nombra y describe a algunos contemporáneos suyos, colocándolos en ese lugar de eterna reprobación. Y lo notable es que la “La Divina Comedia” pone en ese sitio espantoso a Papas de la época de la obra, de vida personal ejemplarísima, modelos de virtudes, pero los que, según el autor, fallaron en el gobierno de la Sede
Apostólica.
Es el pretendido mal gobierno de la Iglesia lo que merece la condena.
La defección a los deberes inherentes al Augusto Vicariato es la que trae consigo, en el libro, la muerte eterna.
La posición del Dante no fue anatematizada, que sepamos, por la Iglesia. No se lo declaró tampoco escritor escandaloso. El mismo está enterrado en una iglesia. Últimamente Pablo VI hizo el gran elogio de está gloria de las letras italianas, presentándolo como modelo para los autores católicos, señalándolo como un ejemplo del pensar cristiano.
No tiene mayor importancia que Dante Alighieri haya errado en el juicio concertó sobre la actuación de los Papas que condena. Lo que importa es la lección histórica: en plena Edad Media, en una sociedad que rendía la pleitesía debida a la Iglesia Católica, se podía criticar a los Sumos Pontífices y no solo por defectos de vida privada.
Pero he aquí que lo que en el Dante se admite, se anatemiza hoy. Aunque la censura se haga de un modo mucho más suave que en “La Divina Comedia”, ésta es juzgada inadmisible y escandalosa. Lo que se podía hacer en el Medioevo, usando de la libertad católica en siglos en que no se toleraba para nada impugnar la Revelación divina, no se permite en épocas de “pluralismo”, en los que el mismo Papa Wojtyla proclama ser “derecho humano” poder predicar cuanta herejía y superstición anda por el mundo para la perdición de las almas. Para el aparato eclesiástico contemporáneo, la palabra de Dios es cuestionable, la del Papa, no.
Los obispos conciliares, tan dialogantes con los errores, rechazan considerar siquiera las críticas fundadas a Pablo VI y a Juan Pablo II, con el argumento de que no se puede disentir con el Papa. Porque vemos que nunca se examinan estas críticas, refutándolas con argumentos, sino se los rechaza de plano, descalificando a sus autores, con el estribillo: “están contra el Papa”.
Con motivo del escándalo público dado por Juan Pablo II, con la reunión interconfesional de Asís del 27 de octubre de 1986, mons. Marcel Lefebvre hizo notar al Romano Pontífice, por medio de unos dibujos alegóricos[1]— dado que los escritos documentados y las exposiciones fundadas elevados durante los últimos quince años no produjeron efecto— que la vía adoptada en Asís conducía la infierno.
Con este acto, el arzobispo cumplió con una obra de misericordia espiritual expresamente recomendada por el Catecismo: corregir al que yerra. También enseña Santo Tomás de Aquino:
“Habiendo peligro próximo para la Fe, los prelados deben ser argüidos, inclusive públicamente, por los subditos. Así, San Pablo que era súbdito de San Pedro, le arguyó públicamente, en razón de un peligro” inminente de escándalo en materia de Fe. Y, como dice la Glosa de San Agustín, “el propio San Pedro dio el ejemplo a los que gobiernan, a fin de que éstos apartándose alguna vez del buen camino, no recusasen como indigna una corrección venida inclusive de sus súbditos”[2].
“Que los superiores pueden ser reprendidos, con humildad y caridad, por los inferiores, a fin de que la verdad sea defendida, es lo que declaran, con base en este pasaje (Gal. 2, 11), San Agustín (Epist. 19), San Cipriano, San Gregorio; Santo Tomás y otros más arriba citados. Ellos claramente enseñan que San Pedro, siendo superior, fue reprendido por San Pablo... Con razón, pues, dice San Gregorio (Homil. 18 in Ezech) “Pedro se calló a fin de que, siendo el primero en la jerarquía apostólica, fuese también el primero en la humildad”. Y San Agustín escribió (Epist. 19 ad Hieronymum): “Enseñando que los superiores no rehúsen dejarse reprender por los inferiores, San Pedro dio a la posteridad un ejemplo más en común y más santo del que dio San Pablo al enseñar que, en la defensa de la verdad, y con caridad, a los menores es dado tener la audacia de resistir sin temor a los mayores”[3].
Frente a este derecho y a este deber de defender la Fe, aunque haya que objetar actos de la Autoridad eclesiástica suprema, se levanta, en los ambientes de la LINEA MEDIA ubicada entre la fidelidad a la Tradición Católica y el progresismo neto, una doctrina de obsecuencia, que manda callar la verdad ante la autoridad, como si la autoridad tuviera derecho a ensenar el error.
Pero “el derecho de la autoridad al error” no se puede predicar, porque es un absurdo evidente. Sostenerlo alejaría de los conductores de la “Línea Media” a todo hombre recto que no hubiese perdido totalmente el sentido común, aún cuando su formación religiosa no fuera del todo sólida. Es precisamente en esta falta de solidez de criterio que se cimenta la “Línea Media”. Se olvida la norma moral obligatoria de la superioridad de \a verdad. La Religión Católica es la Religión de la verdad.
Pero la confusión imperante y la carencia de un auténtico criterio católico evitan que la “La Línea Media”, para poder permanecer en su postura actual, tenga que proclamar “el derecho de la autoridad al error”. El ocultamiento de lo que pasa y la deformación del significado de acontecimientos y declaraciones llevan a negar la evidencia de que ciertos documentos conciliares y pronunciamientos de Juan Pablo II CONTRADICEN lo que la Iglesia ha enseñado comprometiendo su INFALIBILIDAD. No se quiere ver lo que es de dominio público que el liberalismo campea en el Vaticano.
La caridad nos urge a hacer un llamado a todos los que militan en esta “Línea Media”, y los que quizás hasta hoy no han meditado sobre la gravedad de su actitud. Vemos que muchas personas de la “Línea Media” observan una vida privada ejemplar y practican las virtudes cristianas. Coronen esta vida virtuosa con la profesión valiente de la verdad íntegra, volviendo a lo que la Iglesia enseñó siempre y en todos lados, a la fidelidad a la Tradición Católica, a la obediencia de todas las exigencias de nuestra Fe sacrosanta, dando la espalda a arreglos y componendas tan contrarios al Evangelio.
Estos temas evidentemente atañen a la salvación eterna. Suplicamos a todos que lo tengan muy en cuenta. Sabemos, pues la Iglesia lo dice, que IMPUGNAR LA VERDAD CONOCIDA ES PECADO CONTRA EL ESPÍRITU SANTO.
Revista Roma Aeterna, Nº 98, sin fecha.
[1] Cf. “La Alegoría de Asís”, CREDIDIMUS CARITATI, revista del Seminario Nuestra Señora Corredentora, año III, nº 11/12, donde se reproducen estos dibujos.
[2] Summa Theologica, II - II - 33, 4, 2.
[3] Ad. Gal. 2, 11.