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domingo, 29 de noviembre de 2020

LA APOSTASÍA – MONS. JUAN STRAUBINGER

 



La perversión sexual tan extendida en los centros de cultura moderna, es consecuencia de la apostasía de nuestro siglo, que lo asemeja a aquellos tiempos paganos señalados por San Pablo. La santa crudeza con que habla el Apóstol nos sirva de ejemplo de sinceridad y amor a la verdad. “El mundo suele escandalizarse de las palabras claras más que de las acciones oscuras”.

(Comentario a Romanos 1,26).

 

La apostasía general no debe llenarnos de pasmo, pues es anunciada por Jesucristo (Luc. 18,8), y por San Pablo como antecedente del Anticristo y como condición previa para el triunfo de nuestro Redentor (II Tes. 2,3). Pero siempre quedará un pequeño grupo de verdaderos y fieles cristianos, el “pusillus grex” (Luc. 12,32), aun cuando se haya enfriado la caridad de la gran mayoría (Mat. 24,12) al extremo de que si fuera posible serían arrastrados aún los escogidos. (Mat. 24,24).

(Comentario a Apocalipsis 13,3).

 

Abandonar a Dios es una cosa amarga. Es ésta una verdad tan profunda, que el mundo no puede comprenderla. Y sin embargo, los goces mundanos no son más que una gota de miel que se convierte en un mar de amarguras. Lo vemos por lo que sucede al que se entrega a un vicio, a la intemperancia, a la vanidad, a los deseos de la carne o a cualquier otro goce desmedido. Vista con los ojos de la fe, la alegría del mundo es, en muchos casos, una comedia que termina en una tragedia, la tragedia más triste que pensar se pueda, la muerte. El Catecismo Romano (IV, 14, 9) cita este pasaje para enseñarnos que, por los pecados mismos, aprendamos a dolernos de ellos, y para exhortarnos a mirar bien los males que se siguen del pecado. 

(Comntario a Jeremías 2,19).

 

Lo que hemos visto en la primera mitad del siglo XX ¿no es bastante para pensar en las plagas del Apocalipsis? Así lo señalaba ya el Papa Pío X. Notemos que la apostasía en la era cristiana es para Dios más grave que la de la antigua Alianza, según enseña el mismo Apóstol. Véase Hebreos 6, 4 ss.; 10, 29. Cf. II Tesalonicenses 2, 3 ss.; Lucas 18, 8; Mateo 24, etc. 

(Comentario a Ezequiel 6,12).

 

La nueva traducción latina del Salterio y los Cánticos, que acaba de realizar el Pontificio Instituto Bíblico por disposición de Pío XII, contiene la siguiente nota: “Espero tranquilo (cf. I Reyes 25, 9; Isaías 14, 7); ya no pregunto impaciente (como en Habacuc 1, 2 s. y 17; 2, 1) hasta cuándo los inicuos nos oprimirán impunemente, sino que en quietud aguardo hasta que luzca el día de angustia en que será afligido el pueblo que nos oprime (de cuyo castigo tratan los versículos 13-15). Aunque no florezca... yo, con todo, etc.: aunque son tristísimas las condiciones presentes, yo me alegro, sin embargo, porque sé que Dios será nuestro auxilio.” He aquí el pensamiento que ha de consolarnos y alegrarnos en los tiempos calamitosos como los que Jesús anuncia que precederán a su glorioso retorno (cf. Mateo 24). El ver días de guerras y miseria, de apostasía (II Tesalonicenses 2, 3) y burla de las profecías “como en los días de Noé y de Lot” (Lucas 17, 26 ss.; II Pedro 3, 3 as.), debe hacernos “levantar la cabeza porque nuestra redención se acerca” (Lucas 21, 28), y convertir nuestra inquietud en paz y gozo, al pensar en las maravillas que para entonces nos están prometidas. Cf. versículo 19; I Tesalonicenses 4, 16 s. y nota. 

(Comentario a Habacuc 3,16).