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jueves, 3 de noviembre de 2016

DON CURZIO NITOGLIA: EL MODERNISMO ES INTRÍNSECAMENTE PERVERSO Y NO ES LÍCITA NINGUNA COOPERACIÓN CON ÉL






El modernismo es intrínsecamente perverso y no es lícita ninguna cooperación con él.


“No se debe atacar frontalmente al enemigo, sino que hay que involucrarlo en compromisos” ~ (Lenin)

Analogía entre el comunismo y modernismo

Pio XI, en su Encíclica Divini Redemptoris Missio del 19 de marzo de 1937, condenó el comunismo como “intrínsecamente perverso” por ser teóricamente materialista y ateo; en consecuencia prohibió toda colaboración incluso solo práctica con éste.

El comunismo es ante todo una práctica, pero no está privado de teoría. Por lo que actuar junto a los comunistas significa aceptar implícitamente su teoría (“cogitare sequitur esse”) cayendo, de esta manera, en la trampa puesta por el marxismo para atrapar a los cristianos ingenuos, que estrechan la mano extendida del comunismo. 

Puede aplicarse al comunismo el axioma “lex orandi, lex credendi”, es decir, se cree lo que se reza (y viceversa). De esta manera, si se actúa junto a los comunistas se empieza a pensar como los comunistas, como quien reza junto a los católicos según la liturgia católica empieza a creer la doctrina católica. Y por este motivo la Iglesia prohíbe la communicatio in sacris con los acatólicos y análogamente la acción común con los comunistas (cfr. CIC, 1917, can. 1325, § 3; can. 1258, § 1 y 2; S. Oficio, 8 julio 1927, 5 junio1948 y 20 diciembre 1949).

Hasta los años sesenta/setenta la “mano extendida” al catolicismo era la del comunismo de “rostro humano” (Gramsci, Bloch, Rodano) y muchos católicos se volvieron apóstatas pasando al comunismo materialista afirmando: “¿cómo se ha de rechazar una mano extendida unilateralmente de una entidad que parecía tan temible, pero que se ha mostrado tan caritativa?”.

Hoy, con Benedicto XVI y especialmente con Francisco I, es la del neo-modernismo, que parece haber abandonado el odio hacia la Tradición (palpable en tiempos de Paulo VI) y estar dispuesto a concederle derechos o por lo menos una tolerancia práctica. Por desgracia, el mismo estribillo que estaba en la boca de los católicos progresistas de ayer se encuentra en la boca de los tradicionalistas hoy: "Por fin un modernista con rostro humano: Francisco I. ¿Cómo se puede rechazar su mano extendida a la Tradición?".

Francisco I aplica “a-teológicamente” a todas las orientaciones y a toda sensibilidad católica, comprendidos los tradicionalistas, lo que Juan XXIII (Encíclica Pacem in terris, 1963) y Paulo VI (Encíclica Ecclesiam suam, 1964) aplicaron a la nueva práctica del marxismo “de rostro humano” respecto al cristianismo: la posibilidad de actuar juntos por la paz del mundo y la justicia social, dejando a un lado las divergencias doctrinales, tomando en cuenta lo que une y descartando lo que divide.

La táctica del comunismo

La estrategia neo-comunista de la “mano extendida” con Gramsci, Togliatti y Berlinguer – ha pillado a los cristianos ingenuos, que han sido el caballo de Troya introducido en el Santuario y han dado inicio al fenómeno de los “cristianos por el socialismo”. Los cristianos ingenuos han mordido el anzuelo basándose en la presunción falsa según la cual toda doctrina, aunque sea originalmente errónea, puede evolucionar hacia el “bien”, pero no necesariamente hacia lo verdadero, el cual ya no tiene ningún interés tanto para los pragmatistas cristianos o neo-modernistas como para los marxistas.

En breve, del campo de los principios del inmanentismo kantiano modernista (Benedicto XVI, 2005-2013) se ha pasado al marxista de la teología de la liberación y del primado absoluto de la práctica, del encuentro personal (Francisco I, 2013-2016). Pues desde el 2013, ya no se habla tanto de la continuidad con la Tradición del Vaticano II, de la plena ortodoxia de la misa de Paulo VI, sino que se encuentra, se habla, se fraterniza y termina pensando como se actúa, porque ya no se actúa como se piensa (“agere sequitur esse”).

Por desgracia, los más frágiles y vulnerables son los católicos fieles porque a diferencia de los modernistas son honestos, rectos y tal vez incluso un poco ingenuos, mientras que el modernismo y el marxismo no se preocupan del bien y la verdad, de la metafísica y la moral, sino sólo del resultado práctico.


No debemos, por lo tanto, sorprendernos si a los fieles ingenuos les sucede lo que se lee en la fábula de Caperucita Roja, la cual responde ingenuamente al lobo (como Eva responde ingenuamente a la Serpiente), que la invita a entrar a su guarida: “qué ojos tan grandes tienes, -para verte mejor… qué boca tan grande tienes, -para comerte mejor…” Y está en la naturaleza de las cosas que el pez grande se come al más pequeño, que el lobo devora a la oveja, que el perro odia al gato, que el modernismo edulcora y transforma poco a poco, insensiblemente, al cristianismo desde dentro, dejando sólo la apariencia (la bella Liturgia) sin tener más la sustancia (la filosofía, la teología, la ascética, la mística). Sin embargo, en tiempos de Arrio los católicos por una sola iota (homousios / homoiusios) se hicieron excomulgar e incluso martirizar, pero hoy no se ve un San Atanasio en la Jerarquía.

En el 1945 Palmiro Togliatti, (Discurso al Comité Central del PCI, 12 de abril) relanzó con gran estilo la idea leninista/gramsciana del encuentro, en los países de mayoría cristiana, de las masas comunistas y católicas por encima de las disidencias teoréticas y en las acciones sindicales, sociales, pacifistas. Sabiendo bien que el marxismo es la práctica pura, no tenían nada que perder, mientras que como en el cristianismo la primacía corresponde a la teoría, éste perdería la sal y se volvería insípido y "cuando la sal pierde su sabor es buena sólo para ser arrojada al suelo y pisoteada”. (Mt., V, 13).

Togliatti sugirió el encuentro entre comunistas y católicos (como Francisco I lo plantea entre modernistas y tradicionalistas) únicamente en el plano de la acción, sin ninguna referencia a la ideología (como Francisco I no hace referencia alguna sobre la teología). Togliatti dijo claramente, "si se abre un debate filosófico, no quiero entrar." Lo mismo hace Francisco I. Togliatti no cedió nada de la doctrina comunista como Francisco I no cede nada de la teología ultra-modernista. Lo importante es actuar inicialmente juntos para finalmente llegar al liderato del movimiento marxista sobre el cristiano y del modernismo práctico sobre el catolicismo romano. A modo de ejemplo, cuando el río Po desemboca en el mar Adriático, en los primeros metros todavía se distinguen las aguas del Po aunque "diluidas", pero después es el Mar que se anexa el río. Así que si los tradicionalistas entran o se lanzan en los brazos del Mundialismo modernista, al principio podrán mantener su identidad aunque un poco diluida, pero después serán inevitablemente tragados por la Globalización del modernismo mundialista.

La imprudencia, la confianza, el optimismo exagerado, la presunción de sí mismo, la utopía malsana llevó a los cristianos a las mandíbulas del marxismo, como le ocurrió a Caperucita Roja, que terminó en las del lobo. Esperamos que esto sirva de ejemplo para los tradicionalistas.

Antonio Gramsci en 1920 escribió: "En Italia, en Roma, está el Vaticano, está el Papa; el Estado liberal ha tenido que encontrar un sistema de equilibrio con la Iglesia, así el Estado obrero tendrá que también encontrar un sistema de equilibrio con el Vaticano." Bergoglio dice: hoy en el Nuevo Orden Mundial todavía ha quedado una buena rebanada de católicos no modernistas y no globalizados, así que es necesario encontrar un sistema de equilibrio para tragarlos. Para él, como para Hegel, "la astucia de la razón es el único principio que justifica o no la acción" y Bergoglio es astuto y muy autoritario. ¡Atención con infravalorarlo!

En el libro entrevista escrito por Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti titulado Papa Francisco, conversaciones con Jorge Bergolio, leemos: “La obsesión de Bergoglio puede ser resumida en dos palabras: encuentro y unidad” (pág. 7). De hecho Bergoglio se autodefine como el teórico de “la cultura del encuentro” (p. 107). Según él, se le debe dar "prioridad al encuentro entre las personas, para caminar juntos. Al hacer esto, será más fácil abandonar las diferencias” (p. 76). También de acuerdo a Bergoglio es bueno "no perderse en reflexiones teológicas vacías" (p. 39).

El programa propuesto por Francisco I es primero desideologizar, encontrarse, construir puentes, romper barreras, evitar estériles diatribas doctrinales, llevando siempre adelante el “diálogo, diálogo, diálogo…” actuar juntos y luego pensar inadvertidamente de la misma manera (“cogitare sequitur esse”). Así el modernismo, que ahora ocupa la cima del ambiente católico y eclesial, pide a los católicos fieles a la Tradición de actuar unidos para vencer el materialismo, el ateísmo y entrar a formar parte de la globalización, del mundialismo y del Nuevo Orden Mundial. Algunos católicos fieles en buena fe se dejan convencer y, a través de un transbordo ideológico inadvertido, actuando junto a los modernistas acaban siendo comidos por ellos, como "el pez más pequeño es devorado por el más grande."

Aún Togliatti en el discurso a la Convención de Bérgamo (20 marzo 1963) dice: “"Ya también la Iglesia [luego de Juan XXIII y con Paulo VI, ndr] está de acuerdo que ha terminado la era costantiniana de los anatemas, de las discriminaciones religiosas."
En la propuesta comunista y modernista del "compromiso histórico" se hacen públicas y concretas garantías para el ejercicio de la fe de los católicos, pero no se piensa intencionalmente en una pregunta que surge espontánea: "¿y después?". Fue justo esta la pregunta que San Felipe Neri le dirigió al joven  Vincenzo Zazzera, quien le había dicho que quería ser cura para luego llegar a ser obispo, cardenal y también Papa. Entonces San Felipe le preguntó: “¿y después?” El pobre infeliz no lo escuchó, no dijo como San Felipe Neri: “¡prefiero el Paraíso!”, no pensó en la eternidad sino en la carrera, se convirtió en obispo pero no encontró la paz con el Señor. Se ve la deshonestidad de la promesa marxista/modernista y, como mínimo, la ingenuidad de la aceptación católica al no pensar en el “¿y después?” terreno y ultra-terreno.

La crisis interna en el ambiente católico post-conciliar de los años sesenta/setenta que era favorable a la colaboración práctica con el marxismo, es similar a la crisis que se está mostrando hoy de manera patente en el mundo católico anti-modernista, cuando se presenta propensa a la compactación con el súper-modernismo.

En resumen, como en los años sesenta se decía que Cristo y Marx no se pueden poner de acuerdo, pero los cristianos y marxistas pueden unirse para colaborar en la conducción de los asuntos públicos; así hoy se dice que el modernismo y catolicismo son irreconciliables, pero los católicos y los modernistas pueden caminar juntos y colaborar en la conducción de la Iglesia, ayudándola a superar este largo período de crisis y sentar las bases del Nuevo Orden Mundial, en el cual sólo habrá un Templo universal en una sola República universal.

Lo importante es, como dijo Lenin, "no ataques frontalmente al enemigo, sino involúcralo en compromisos."

La táctica del modernismo

Ahora bien, el modernismo es “la cloaca de todas las herejías” (San Pio X, Encíclica Pascendi, 8 de septiembre de 1907). Pues éste es más perverso que el comunismo porque no es sólo materialista y por lo tanto ateo, sino que todos los errores contra la recta razón, todas las herejías contra la fe y todas las depravaciones contra la moral (comprendido el ateísmo) lo caracterizan y desembocan en él, como los pequeños canales de aguas residuales desembocan en la cloaca mayor.

A partir de la doctrina expuesta del magisterio de la Iglesia sobre el modernismo, cabe preguntarse si es posible un acuerdo y una colaboración incluso sólo práctica entre el catolicismo y el modernismo. Pues bien, según la enseñanza de Pio X y de Pio XI la respuesta aparece evidente: no es lícita ninguna colaboración y ningún acuerdo entre ellos, incluso al nivel de la sola acción.

Si se analiza la naturaleza del modernismo y el catolicismo se comprende el por qué de esta prohibición. De hecho, el modernismo se basa en la filosofía idealista moderna (Kant / Hegel), según la cual es el pensamiento humano que crea la realidad. La teología del catolicismo se basa sobre el sentido común natural y sobre la filosofía del realismo del conocimiento, (Aristóteles / S. Tomás), según la cual la realidad existe independientemente del pensamiento humano y éste tiene que conformarse a la realidad si quiere llegar a la verdad. Además la Revelación confirma lo que la recta razón llega a conocer, o sea que Dios ha creado al mundo y el hombre. Por tanto no es el pensamiento del hombre que crea la realidad, sino que ella sólo es un efecto de la Causa primera incausada, que se llama Dios.

En su Alocución « Accogliamo » (18 de abril de 1907), San Pio X pone bien en evidencia que la Iglesia no teme la persecución abierta como “cuando los edictos del César intimaron a los primeros cristianos a abandonar el culto a Jesucristo o morir”. Por tanto hoy, también nosotros como el papa Sarto debemos temer no tanto la persecución abierta de la Tradición apostólica, sino la mano extendida del modernismo, que al principio quiere que se actúe junto a él para que se vuelvan especulativamente modernizados e inadvertidamente “aggiornados” (Juan XXIII-Francisco I). “Quien no actúa como piensa termina por pensar como actúa”. Si el católico actúa junto a los modernistas terminará tarde o temprano pensando como ellos sin darse cuenta.

Acuerdo actual entre católicos y neo-modernistas

Hoy se plantea el problema candente de una posible cooperación o de un acuerdo entre catolicismo y modernismo, y para sostener esta posibilidad se aducen múltiples razones que no tienen fundamento en la realidad.

Veamos una por una.

1°) Muchos obispos y cardenales conservadores han levantado la voz

Respecto a las novedades contra la moral natural y divina, contenidas en la enseñanza "exhortatoria" de Francisco I, (Exhortación Amoris laetitia, 19 de marzo 2016), parecería que hay una cierta vuelta a la doctrina católica tradicional en el entorno eclesial y en la jerarquía.

Respondo: es verdad que en lo que concierne a los excesos recientes sobre la moral ha habido entre cardenales y obispos una notable y loable reacción, pero el problema que está en el origen de esta desviación es el Concilio Vaticano II, cuyos Decretos están en ruptura objetiva con la Tradición apostólica, la enseñanza del magisterio constante y tradicional de los Papas y la sana teología. Ahora bien, estos obispos y cardenales no ponen absolutamente en cuestión la discrepancia entre la enseñanza pastoral del Vaticano II y la Tradición católica. Por ejemplo el pio Card. Raymond Burke ha declarado muchas veces que toda su formación sacerdotal se ha desarrollado a la luz del Concilio Vaticano II. Así que los principios del Vaticano II son totalmente aceptables para él (Monde et Vie, n. 899).

Incluso el valiente Card. Sarah ha criticado las desviaciones en materia de moral, pero ha afirmado al mismo tiempo que hace falta seguir fielmente "la enseñanza constante del Beato Paulo VI, de San Juan Pablo II y de Benedicto XVI" y que hace falta tener confianza en la "fidelidad" de Francisco I, (Monde et vie, n. 905, p. 19).

Por otra parte, el teólogo Mons. Atanasius Schneider afirmó, "es el Concilio Vaticano II que ha dado la comprensión del misterio de la Iglesia en Lumen Gentium" (Présent, 10 de enero de 2015). Además también la exhortación Amoris laetitia de Francisco I, (19 de marzo 2016), según Mons. Schneider ha sido distorsionada por una mala interpretación de algunos obispos progresistas y en sí no contiene nada contrario a la doctrina católica, a lo sumo en ella hay solamente algunas ambigüedades, (A. Schneider, Declaración sobre Amoris laetitia, 30 de abril 2016). El Card. Burke ha hablado de leer Amoris laetitia a la luz del magisterio tradicional de la Iglesia. Como se ve su doctrina es la teoría ratzingeriana ("muy predicada, pero nunca probada", como ha demostrado Mons. Brunero Gherardini), de la hermenéutica de la continuidad entre Vaticano II y Tradición apostólica.

Incluso durante el Vaticano II había teólogos más o menos modernistas, se veían las contraposiciones (en cuanto al modo y no a la sustancia) en sus dos revistas Concilium (Rahner, Küng, Schillebeeckhx) y Communio (Daniélou, de Lubac, Ratzinger, von Balthasar). El fenómeno de los prelados más conservadoramente progresistas siempre ha existido, desde Juan XXIII hasta hoy. Pero casi ninguno ha puesto en discusión el principio del Vaticano II como siendo irreconciliable con la doctrina católica. Recientemente lo hizo Mons. Mario Oliveri, obispo de Albenga, pero fue removido de su diócesis. También lo hizo el valioso teólogo Mons. Brunero Gherardini junto a los Franciscanos de la Inmaculada, que fueron disueltos y perseguidos mientras que él fue totalmente marginado. En el pasado reciente, Mons. Antonio de Castro Mayer († 25 abril 1991) y Mons. Marcel Lefebvre († 25 marzo 1991) lo hicieron pero fueron condenados (1976/1988). Evidentemente los tradicionalistas son acogidos y tolerados sólo si aceptan el Vaticano II y la perfecta ortodoxia del Novus Ordo Missae, pero si ellos osan poner la cuestión de si el Vaticano II y la Tradición apostólica son conciliables, son condenados inevitablemente. Así que un acuerdo con los modernistas se podría hacer sólo con la condición de aceptar casi sin darse cuenta, poco a poco, el Concilio Vaticano II y la plena ortodoxia de la nueva misa de Pablo VI.

2°) Si ha habido un verdadero cambio de mentalidad en la jerarquía de la Iglesia.

El Papa ha empujado hasta al paroxismo el modernismo del Vaticano II. En cuanto al Motu proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI del 7 de julio de 2007, declaró que no quería apartarse de él, pero que el antiguo rito no debe convertirse en una barrera ideológica (Monde et vie, n. 849). Además condenó a los Franciscanos de la Inmaculada a causa del riesgo de un retorno al pasado, de un espíritu preconciliar, de una ideologización de la Misa de San Pio V. Luego hace falta "derribar los bastiones" ” (Hans Urs von Balthasar).

Sus más cercanos colaboradores, quienes realmente gobiernan la Iglesia y que no los ha hecho a un lado (como a Burke y Schneider...) también son radicalmente modernistas. Por ejemplo el Card. Müller (Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe) incluso habiendo expresado reservas sobre Amoris laetitia es un alumno y un admirador del P. Gustavo Gutiérrez, uno de los líderes de la escuela de la teología de la liberación. Recientemente ha defendido la universidad católica de Lima (Perú) de la censura del arzobispo de Lima, el Card. Thorne (La Stampa, 18 febrero 2013). Su teología está infestada de graves errores y herejías, por ejemplo, según él la Santísima Virgen es siempre virgen, pero no físicamente, la transubstanciación es reducida a transignificación, hay muchas iglesias dentro del único pueblo de Dios (cfr. Le Sel de la terre, n. 84, primavera 2013, p. 165 ss.).

Respondo: De lo anterior se deduce que Francisco I y sus colaboradores más cercanos que tienen un poder real en la Iglesia no están en absoluto dispuestos a cuestionar el Concilio Vaticano II, de hecho, están llevando el entorno eclesial radicalmente hacia una especie de “Vaticano III”.

3°). Francisco ya no pide la aceptación formal del Vaticano II y la Nueva Misa

El "Papa emérito" Benedicto XVI era un teólogo y estaba muy atado a las cuestiones doctrinales. Luego exigió la aceptación de la teología del Vaticano II, en cambio el papa Bergoglio es un hombre práctico, no se interesa en teología, pone totalmente a un lado las cuestiones especulativas. Lo importante para él es entrar en contacto con la persona (como el lobo con Caperucita roja, tal vez haciendo brillar la promesa de una capa escarlata o un bonete rojo) y caminar juntos, conocerse y luego llegar a entenderse y respetarse. Se desatan poco a poco situaciones de conflicto creadas en el pos-concilio mediante las concesiones prácticas, que (aparentemente e inicialmente) no tocan la doctrina y no exponen al riesgo de ser contaminados por el neo-modernismo.

Respondo: si la actitud externa, la forma de actuar de Francisco I, puede dar esa impresión, sigue siendo cierto que también hizo algunas declaraciones que van en la dirección opuesta y que son para él "cuestiones no negociables". De hecho el papa Bergoglio en una entrevista al diario “La Croix” (17 de mayo de 2016) declaró que "ante todo es necesario establecer un acuerdo fundamental. El Concilio Vaticano II tiene su valor”. El 24 de mayo el Card. Müller declaró que “si se quiere ser plenamente católico, debe aceptarse el Concilio Vaticano II” (Revista Herder Korrespondenz). En este mismo sentido van las declaraciones de Mons. Guido Pozzo (cfr. Zenit, 25 febrero 2016; La Croix, 7 abril 2016), ciertamente que el Vaticano II debe ser leído “a la luz de la Tradición”, pero para los modernistas hay una plena conciliación entre la Tradición y el Vaticano II, mientras que para los católicos integrales hay una ruptura objetiva. Ahora bien, no se puede hacer un acuerdo (especialmente sobre cuestiones de fe y moral) basándose en el equívoco. Además los que mandan hoy son los modernistas y son ellos que tienen el cuchillo por el mango y dictan las leyes en un eventual acuerdo. Entonces exponerse al riesgo de ser absorbidos por el modernismo o de hacer un acuerdo con el Papa para luego deberlo romper y desmentirse, cubriéndose de ridículo delante del mundo entero, sería un riesgo que no se debe tomar; haría falta esperar sin hacerse tomar por la prisa, que es siempre una mala consejera. Según los modernistas, puede concederse como máximo un derecho a la “crítica constructiva” al Vaticano II, es decir, “según la hermenéutica de la continuidad”, pero nunca de ruptura entre la Tradición apostólica y la teología conciliar.

¿Qué es un acuerdo?

 “Acordar” significa “uniformar ideas, opiniones con el fin de evitar conflictos, tener los mismos principios, los mismos puntos de vista y la misma línea de acción" (N. Zingarelli). Acuerdo quiere decir “unión armónica de sentimientos, opiniones, ideas” (N. Zingarelli). En breve, un acuerdo presupone que dos partes se pongan de acuerdo. Ahora bien, entre el modernismo y el catolicismo no hay ninguna posibilidad de acuerdo, sino que hay una divergencia diametral en todos los campos. En San Pablo es revelado: “¿Qué acuerdo es posible entre Cristo y Belial?” (II Cor., VI, 15).

¿Puede existir un acuerdo “unilateral”?

No porque, por definición, en el acuerdo dos partes se ponen de acuerdo, aun si la manifestación de la voluntad de acordar viene de una sola parte y es por lo tanto "unilateral" en el punto de salida, pero se vuelve bilateral en el punto de llegada. Luego es necesario hablar de un reconocimiento legal o canónico. El reconocimiento canónico es un acto jurídico, que presupone una parte principal y superior, teniendo autoridad y predominio, la cual reconoce a una parte secundaria e inferior, sujeta a la autoridad, que es reconocida. En nuestro caso es la Santa Sede quien reconoce mientras que los tradicionalistas son reconocidos. Podría ser impensable considerar que los tradicionalistas reconocen y aceptan la Primera Sede, la cual por definición es “Primera”, es decir que no hay ninguna autoridad humana por encima de ella. Así que si el “reconocimiento jurídico” es unilateral, esto no significa que la parte reconocida no deba nada a la parte que la reconoce, de hecho, por definición, se ha aceptado un reconocimiento, que se dio unilateralmente o sólo por la Primera Sede a la cual después se debe prestar obediencia. La palabra “unilateral” es un sofisma utilizado por los modernistas para hacer caer en la trampa a los tradicionalistas. Esto no significa que la Santa Sede concede todo a los tradicionalistas y que los tradicionalistas no deban nada, más bien quiere decir todo lo contrario: la parte del león la juega la S. Sede y la parte del cordero la juegan los tradicionalistas. Para dar un ejemplo concreto, si un usurero gentilmente y “unilateralmente” me ofrece 100 millones de euros y yo lo acepto, no quiere decir que después no deba restituir al usurero no solo la suma prestada, sino también los intereses, los que, por la naturaleza misma de la oferta "unilateral", se ponen cada vez más exorbitantes hasta “estrangularme" (es por eso que al usurero le llaman “usurero”). 

En nuestro caso, la parte reconocida debe a la parte superior que le ha dado el reconocimiento la obediencia, la sumisión práctica, como ocurre entre subordinado y superior. Así que si la concesión fue dada “unilateralmente”, una vez aceptada se encuentra frente a un pacto que se convierte en bilateral ex natura rerum. Por tanto la concesión "unilateral" comporta inevitablemente consecuencias jurídicas de relación entre sujeto subordinado o subalterno y superior. Ahora bien, es el subordinado quien obedece y el superior quien manda. Es una contradictio in terminis hablar de reconocimiento total de los tradicionalistas por parte de la Santa Sede y de independencia absoluta de estas personas hacia su autoridad. Pero un tradicionalista subordinado a un modernista es como un ratón en la boca de un gato.

¿Existe el peligro real de cisma?

El cisma existe cuando se niega la autoridad del Papa, es decir que no se le reconoce como el Vicario de Cristo teniendo el poder supremo, directo e inmediato sobre la Iglesia universal. La desobediencia a las órdenes del Papa si no comporta la negación de su Primacía de jurisdicción, sino que sólo es hecha para no cumplir lo que es mandado no es un pecado de cisma, sino de desobediencia (cfr. L. Billot, De Ecclesia Christi, Roma, Gregoriana, V ed., 1927, vol. I, Thesis XII, p. 310 ss. ; S. Tommaso d’Aquino, S. Th., II-II, q. 39; Cajetanus, In Summ. Th., in IIam-IIae, q. 39).

Ahora bien, la herejía rompe el vínculo de la fe, mientras que el cisma el de la caridad, pero la unidad de la fe precede y presupone el de la caridad (León XIII, Enciclica Satis cognitum, 1896; Pio XI, Enciclica Mortalium animos, 1928). Luego está claro que la unidad de la fe prevalece y predomina sobre el de la caridad. Así que si no se obedece a las órdenes, directivas o exhortaciones que van contra la fe, no sólo no es cisma, sino que es necesario porque obedecer dañaría la fe.

Véase también S. Tomás de Aquino, S. Th., II-II, q. 10, a. 10.  El Doctor Angélico se plantea la cuestión “si se pueden tener superiores infieles" y contesta que "no debe ser permitido de ningún modo" ya que sería peligroso para la fe de los subordinados. Además, enseña (S. Th., II-II, q. 12, a. 1 e 2) que seguir un jefe que se ha desviado de la fe es muy peligroso para el alma de los subordinados. Ahora, si quien manda también tiene una autoridad espiritual que no tiene a ningún superior humano, como es aquel del Papa, a mayor razón la subordinación es peligrosa si su enseñanza no está conforme a la doctrina tradicional de la Iglesia, como ocurre en el entorno eclesial a partir de Juan XXIII y especialmente hoy con Francisco I. Así que tenemos que "hacer lo que la Iglesia siempre ha hecho, si se encuentra en un período de crisis y confusión que ha invadido toda la Iglesia" (San Vicente de Lerins, Commonitorio, III, 15) y esperar hasta que vuelva a la tranquilidad y entonces el acuerdo se llevará a cabo de forma espontánea. Si se camina por la noche en la montaña y se tropieza y cae en un barranco, necesita, por tanto, esperar que amanezca y retomar la marcha. San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales (Reglas del discernimiento de los espíritus n° 318) aconseja no cambiar nunca de propósito durante el tiempo de oscuridad espiritual, sino permanecer fuertes y constantes en la determinación y en los propósitos en que se encontraba antes de la oscuridad, ya que como en la luz nos conduce el espíritu bueno, así en la oscuridad nos conduce el espíritu maligno.

Rechazar hoy por un cierto período de tiempo, hasta que vuelva la luz, un acuerdo con los ultra-modernistas no es, por lo tanto, una actitud cismática, porque se basa en graves motivos de fe y moral, que nos obligan a no seguir el curso eclesial actual. Se debe saber esperar todo el tiempo que Dios quiera permitir que la crisis en la Iglesia persista. No hay que desalentarse, ni desviarse a la izquierda: con un acuerdo intempestivo y acelerado, ni a la derecha: declarando herético al Papa reinante y considerándolo depuesto ipso facto. Estos son los dos caminos que algunos tradicionalistas (y en algunos casos son paradójicamente el mismo) están tomando hoy. El grave riesgo que corremos hoy no es el del cisma, que es agitado por el mundialismo masónico y modernista como un espantajo para inducirnos a dar un paso en falso. ¡No! El peligro real es el naufragio de la fe, “sin la cual es imposible agradar a Dios” (Hebr., XI, 6).

Conclusión

Un acuerdo práctico con el neo-modernismo, como mínimo, llevaría inevitablemente, poco a poco al encerramiento de la Tradición en la sacristía con el reconocimiento oficial de parte del modernismo, como les ha ocurrido a los indios de América, encerrados en las reservas de los "wasp" (“white, anglo-saxon, protestant/blanco, anglosajón, protestante) regularmente reconocidos y reducidos a los mínimos términos como un fenómeno folklórico para mostrarles a los turistas. Pero el espíritu católico “no se dejará nunca encerrar en las cuatro paredes del templo. La separación entre la religión y la vida, entre la Iglesia y el mundo es contraria a la idea cristiana y católica (Pio XII, Discurso a los Párrocos y Predicadores cuaresmales de Roma, del 16-03-1946).

D. Curzio Nitoglia


19/10/2016