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viernes, 17 de abril de 2015

HEREJES






Tenemos un partido de innovadores que está inventando la Iglesia.

 Arthur Loth, La Vérité, 23 de septiembre de 1896



Escribió Gregorio XVI en su encíclica Singulari Nos: «Es muy deplorable hasta qué punto vayan a parar los delirios de la razón humana cuando uno está sediento de novedades y, contra el aviso del Apóstol, se esfuerza por saber más de lo que conviene saber, imaginando, con excesiva confianza en sí mismo, que se debe buscar la verdad fuera de la Iglesia católica, en la cual se halla sin el más mínimo sedimento de error».

Un ejemplo lamentablemente actual de esta pestífera serie de novedades, engaños y delirios pueden encontrarse expuestos en el “pensamiento” de estos obispos y papas conciliares, a los que tan bien por su parte describió y condenó en su momento el último papa santo Pío X, y de los que damos aquí un extracto con citas del libro que “explica” lo que piensa Francisco.   






“Finalmente, la jerarquía de verdades invita a distinguir entre el contenido innegociable y el modo de expresarlo. Por­que, por el modo de expresarlo, algo que es secundario termina apareciendo como central. Claro, si uno quiere tener tranquilidad doctrinal, puede repetir expresiones que nadie entiende. Nunca hay que olvidar que “una cosa es la sustancia [...] y otra la manera de formular su expresión”. El Papa ha explicado que “a veces, escuchando un lenguaje completamente ortodoxo, lo que los fieles reciben, debido al lenguaje que ellos utilizan y comprenden, es algo que no responde al verdadero evangelio de Jesucristo. Con la santa intención de comunicarles la verdad sobre Dios y sobre el ser humano, en algunas ocasiones les damos un falso dios o un ideal humano que no es verdaderamente cristiano. De ese modo, somos fieles a una formulación, somos fieles a un lenguaje, pero no entregamos la sustancia. Ese es el riesgo más grave” (EG 41). El Papa retoma así lo que enseñaba Juan Pablo II: “La expresión de la verdad puede ser multiforme, y la renovación de las formas de expresión se hace necesaria para transmitir al hombre de hoy el mensaje evangélico en su inmutable significado” (Ut Unum Sint 19).”



¿Podríamos profundizar qué significa poner las cosas en su contexto si hablamos de cuestiones morales?
Como dijo el Papa, las cuestiones morales que planteemos tienen que estar dentro de un contexto para que sean bien entendidas. Esto implica un contexto cercano y un contexto amplio. Veamos.
El contexto amplio es el kerygma, es la invitación a encontrarse con un Dios que ama y que salva, y que por eso nos propone una vida mejor. Esto, ha dicho el Papa, es hacer “arder los corazones”, y es lo primero. Cuando la Iglesia habla excesivamente de cuestiones filosóficas o de ley natural, supuestamente, lo hace para poder dialogar sobre temas morales con el mundo incrédulo. Pero, al hacerlo, no convencemos a nadie con los argumentos filosóficos y nos perdemos la oportunidad de anunciar a Jesucristo, de hacer “arder los corazones”. En cambio, si uno hace arder los corazones o, al menos, logra mostrar el atractivo del evangelio, entonces sí las personas se disponen a conversar sobre una respuesta moral.
Pero hay también un contexto cercano, que es siempre un planteo positivo relacionado con lo que se está planteando o proponiendo. Por ejemplo, no sirve de mucho hablar en contra del matrimonio homosexual, porque la gente tiende a vernos como seres resentidos, crueles, poco comprensivos e incluso exagerados. Otra cosa es cuando nos referimos a la belleza del matrimonio y a la armonía en la diferencia que resulta de la alianza entren un varón y una mujer, y, en ese contexto positivo, brota casi sin necesidad de decirlo lo inadecuado de utilizar la misma denominación y llamar “matrimonio” a la unión de dos homosexuales.”


Un debate muy vivo se encendió a partir de la conversación que tuvo el Papa en octubre de 2013, en La Reppublica, con Eugenio Scalfari. Sobre todo, muchos han discutido su intercambio de frases significativas: “Usted, Santidad —dice Scalfari al Papa-, ya lo escribió en la carta que me envió: ‘La conciencia es autónoma y cada uno debe obedecer a la propia conciencia ’. Pienso que es una de las frases más valientes pronuncias por un Papa”. El Papa Francisco le respondió: “Ahora lo repito. Cada uno tiene su idea del bien y del mal, y debe elegir seguir el bien y combatir el mal como él mismo lo concibe. Eso bastaría para mejorar el mundo”. También John Henry Newman hablaba del “primado de la conciencia”, entendiendo la conciencia como el “representante de Dios en nuestra intimidad”. ¿Es así para Francisco?
Es así, por supuesto. Pero esto requiere una gran honestidad, que en el mundo de hoy es difícil de encontrar. Si usted me dice que está profundamente convencido de algo y que, después de un largo, profundo y sincero discernimiento, realmente piensa que no puede ir en contra de esa conciencia cultivada, entonces debe seguir su conciencia. De lo contrario, si usted toma todo a la ligera, si tiende a decidir según lo que le conviene, si no escucha a los demás porque es deliberadamente terco, si no ha formado con honestidad su conciencia, entonces no le recomiendo que siga esa conciencia con tanta ligereza, porque puede provocar mucho sufrimiento a los demás. Una cosa es seguir la propia conciencia y otra cosa es seguir los propios impulsos. Hoy es muy común que se confundan las dos cosas.
En Evangelii Gaudium, el Papa ha reafirmado el principio de la libertad religiosa, que incluye “elegir la religión que se estima verdadera” (255). Eso implica obediencia a la propia conciencia, aunque esta indique seguir una religión que no sea la cristiana. Pero si usted se fija bien, verá que el Papa Francisco dice esto utilizando una cita de Benedicto XVI que, quizá, no se tuvo en cuenta en su momento.”


El Papa Francisco pide a los obispos que no solo estén delante del pueblo, sino que también sepan estar en medio del rebaño o detrás de él. ¿Qué quiere decir exactamente con esto?
Estar detrás del pueblo es dejarse guiar por el rebaño, “porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos” (EG 31). Esto es propio de esa confianza en el pueblo que mencionamos antes. El pueblo es una variada trama de relaciones, de experiencias, de historias, y entonces allí hay una inmensa riqueza que el obispo debe ser capaz de reconocer, recoger y alentar.”


Una de las acciones más solicitadas por el Papa, en esta hermosa exhortación, es la necesidad de “salir”. La salida de las propias convicciones, comodidades, privilegios, ideas, para llevar el evangelio de Cristo a todo el mundo sin prejuicios ni exclusiones. Nos propone salir, cambiar, replantear hasta el modo de vivir la fe. El Papa indica concretamente algunas reformas y algunos cambios importantes, instando a todos “a aplicar con generosidad y valentía las orientaciones de este documento, sin prohibiciones ni miedos”. Ya no es el momento de la tibieza. Francisco quiere que todos, comenzando por los simples creyentes, abandonemos el criterio cómodo del “siempre se ha hecho así”. “Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estruc­turas, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades”, dice.


Permanezcamos todavía en la elección de su nombre. Recientemente se ha dicho que, si a Bergoglio lo hubieran elegido Papa en el 2005, se habría puesto el nombre de Juan XXIV. Dicen que eso le confió Bergoglio al cardenal Francesco Marchisano, de raíces piamontesas como él, cuando se eligió a Ratzinger. En aquel momento, Marchisano era arcipreste de la Basílica de San Pedro. Más allá de la veracidad de esta historia, ¿se puede decir que Angel Roncali inspira su Pontificado? En particular, en su opinión ¿qué piensa él del Vaticano II? Después de años de intentar interpretar el Concilio en sentido conservador o progresista (las grandes “batallas” de la hermenéutica), él piensa que es hora de “aplicar” el Concilio. ¿Es cierto?
Francisco es diferente de todos los Papas que lo precedieron.
Es verdad que puede tener características de uno o de otro, pero siempre en el camino abierto por el Concilio. Sin dudas, él prefiere mantenerse fuera de las discusiones teóricas sobre el Concilio, porque simplemente le interesa continuar el espíritu de renovación y de reforma que viene de él. En este sentido, se queda al margen de toda obsesión ideológica, pero aplica el Concilio sin pausas ni vueltas atrás, con la intención de llevar a la Iglesia fuera de sí misma para que llegue a todos. Esto vale también para muchos caminos de reforma que fueron abiertos por el Concilio, pero que se quedaron a mitad de camino. Por ejemplo, la importancia que el Concilio da a la colegialidad.



En las últimas décadas, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, hemos visto muchos acercamientos de la Iglesia a los no católicos. El Papa Francisco, en poco tiempo, ha protagonizado muchos gestos. Pero, desde el punto de vista del pensamiento y la reflexión, ¿qué nos está aportando el nuevo Papa?
El Papa ha retomado un documento de 1996, que había sido muy criticado, titulado El cristianismo y las religiones. Allí no solamente se afirma que los no cristianos pueden vivir en gracia de Dios, sino que, además, reconoce un valor a los signos, los ritos y los escritos de las otras religiones. Por eso, dice el Papa Francisco que “los cristianos también podemos aprovechar esa riqueza consolidada a lo largo de los siglos, que puede ayudamos a vivir mejor nuestras propias convicciones” (EG 254). No obstante, es imposible acusarlo de querer debilitar la identidad católica, porque él afirma que “un sincretismo conciliador sería en el fondo un totalitarismo de quienes pretenden conciliar prescindiendo de valores que los trascienden y de los cuales no son dueños” (EG 251). De hecho, nos convoca a estar firmes en las propias convicciones, ya que son un bien que podemos aportar a los demás. Si dejamos de ser nosotros mismos, renunciamos al bien que Dios nos ha regalado para ofrecerlo. Lo expresa con palabras muy firmes: “No nos sirve una apertura diplomática, que dice que sí a todo”.



En las relaciones con el judaísmo, conocemos los gestos del Cardenal Bergoglio en Buenos Aires: dialogaba frecuentemente con algunos rabinos, hasta el punto que uno de ellos lo llama “mi rabbí Bergoglio”. Compartió un programa de televisión con el rabino Skorka y propuso que la Universidad Católica le otorgara un doctorado “honoris causa” ¿Qué significado tienen para usted estos gestos?
Lo que quiero destacar es que no fueron gestos diplomáticos, para ser bien visto, porque esos gestos le causaron dolores de cabeza con algunos sectores nacionalistas antijudíos. Él dedicaba muchas horas de calidad a estos diálogos, con frecuencia, en horarios y en lugares donde nadie lo veía. Lo hacía de corazón, lloraba y reía con ellos. Pero me detengo en el doctorado honoris causa que quiso darle al rabino Skorka, porque yo, siendo rector de la Universidad Católica, fui parte de ese hecho. Se trataba de un gesto que superaba lo puramente cordial o diplomático, ya que implicaba reconocer que en un maestro judío hay sabiduría, hay una riqueza de conocimiento y doctrina con la cual también nosotros los católicos nos beneficiamos. Por eso, ese acto colmó la paciencia de los sectores ultraconservadores que se ensañaron especialmente con Bergoglio (y conmigo) por semejante ocurrencia.”



Además de esos gestos, y otros que ha realizado siendo ya Papa, ¿en Evangelii Gaudium encontramos algún aporte reflexivo novedoso sobre el judaísmo?
Hay varias cosas que llaman mucho la atención. Una es que no solo lamenta las persecuciones de las que fueron objeto los judíos, sino, también aquellas de las que “son” objeto ahora e “involucran” a cristianos no solamente con la iniciativa-menos frecuente-, sino además, “con el silencio” -más frecuente-. Es muy interesante que diga que “el diálogo y la amistad con los hijos de Israel son parte de la vida de los discípulos de Jesús” (EG 248). No es una actividad, no es una tarea conveniente, esa amistad ¡es parte de nuestra vida!
Pero lo que contiene más densidad teológica es una afirmación verdaderamente novedosa en el Magisterio, que invita a dar un paso más en la reflexión y en la acción de la Iglesia. Dice que “Dios sigue obrando en el pueblo de la antigua Alianza y provoca tesoros de sabiduría que brotan de su encuentro con la Palabra divina. Por eso, la Iglesia también se enriquece cuando recoge los valores del judaísmo” (EG 249). Esto es muy fuerte. Muchos aceptan fácilmente que los cristianos recibamos la riqueza del Antiguo Testamento, e incluso los aportes del judaísmo anterior a Jesucristo, sin embargo, aquí se habla de los valores actuales, porque se vinculan con lo que Dios “sigue obrando” ahora en ellos. No se dice que debemos convertirlos, que la religión judía tiene que desaparecer, sino que esa religión guarda un valor por la acción sobrenatural de Dios ahora. Lo mismo que expresó Bergoglio al otorgar un doctorado honoris causa a un rabino está expresado ahora con palabras magisteriales, al referirse a los “tesoros de sabiduría” que hoy brotan del encuentro de los judíos con la Palabra divina. Espero que este avance, plasmado en un párrafo breve, sea adecuadamente valorado por los teólogos que estudian las relaciones de los cristianos con el judaísmo y por aquellos que en la Santa Sede se dedican a estas relaciones.
Por otra parte, él retoma una insistencia del Cardenal Kasper, quien sostenía que no deben incluirse los judíos en los proyectos misioneros que procuren la “conversión” de los demás, puesto que el sentido bíblico de la conversión no se aplica propiamente a ellos. El Papa asume esa línea de reflexión al decir que los cristianos no incluimos a los judíos “entre aquellos llamados a dejar los ídolos para convertirse al verdadero Dios (cf. ITes 1, 9). Creemos junto con ellos en el único Dios que actúa en la historia, y acogemos con ellos la común Palabra revelada” (EG 247).



En lo que se refiere específicamente al diálogo ecuménico, que afecta a nuestra relación con las demás confesiones cristianas, ¿el Papa se ha atrevido a proponer algún avance?
Hay un solo párrafo importante dedicado exclusivamente al ecumenismo propiamente dicho, que tiene el valor de resumir en pocas palabras las cosas más bellas que había enseñado Juan Pablo II en Ut unum sint. Por ejemplo, que son muchas las cosas que nos unen y que podemos aprender unos de otros.
Pero lo más interesante de este párrafo es algo que afecta particularmente a la misión ad gentes, porque se advierte que el Papa está profundamente preocupado por el escándalo de la división en los países de misión. Es muy contundente al afirmar que “la inmensa multitud que no ha acogido el anuncio de Jesucristo no puede dejarnos indiferentes” y que “el empeño por una unidad que facilite la acogida de Jesucristo deja de ser mera diplomacia o cumplimiento forzado, para convertirse en un camino ineludible de la evangelización” (EG 246). Por eso, está invitando a los misioneros a no preocuparse tanto por la identidad católica o a no obsesionarse por la pureza absoluta del catolicismo en una competencia con las demás confesiones cristianas. Nos propone apuntar a lo más importante, que es el encuentro de los no cristianos con Jesucristo, dejando en un segundo lugar las cosas que nos separan de los no católicos, de manera que podamos evangelizar juntos, ¡sí, juntos! Lo dice con toda claridad: “Si nos concentramos en las convicciones que nos unen y recordamos el principio de la jerarquía de verdades, podremos caminar decididamente hacia expresiones comunes de anuncio, de servicio y de testimonio” (EG 246). Este es un inmenso aporte al ecumenismo y a la misión.



Con respecto a la libertad religiosa -otro tema típico del Vaticano II-, ¿ha propuesto algo novedoso?
Sí. Además del reclamo de libertad religiosa dirigido a los países islámicos, también es capaz de desnudar con valentía el otro aspecto, esos laicismos extremos que pretenden privatizar las religiones, relegándolas “al silencio y la oscuridad de la conciencia de cada uno, o a la marginalidad del recinto cerrado de los templos, sinagogas o mezquitas”. El Papa considera que eso no es “un sano pluralismo”, sino “una nueva forma de discriminación y de autoritarismo” que “fomentaría más el resentimiento que la tolerancia y la paz” (EG 255). Fiel a su fuerte sentido social, sostiene que “ya no se puede decir que la religión debe recluirse en el ámbito privado y que está solo para preparar las almas para el cielo. Sabemos que Dios quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra” (EG 182). Por consiguiente, “nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocupamos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos” (EG 183).
Frente a esta tendencia dualista de algunos países occidentales, y a sus prejuicios contra el aporte de las religiones en el debate público, el Papa acude también a una reflexión propia de la teología norteamericana. Es la postura que reclama un lugar, en los ámbitos públicos y académicos, para los textos religiosos clásicos, que “son despreciados por la cortedad de vista de los racionalismos. ¿Es razonable y culto relegarlos?”



“No hay que engañarse. Lamentablemente, algunos ámbitos supuestamente intelectuales, sobre todo, los más conservadores, se quedan en detalles que puedan ridiculizar al Papa: “¿Por qué usó esta palabra? ¿Por qué no dijo aquello? ¿Por qué no explicó tal cosa? ¿Por qué no es más preciso?”. Creo que el árbol no les permite ver el bosque. El Papa Francisco no habla ni actúa precipitadamente o irreflexivamente. Sus gestos, sus acciones y sus frases tienen objetivos a largo plazo, bien pensados y cuidadosamente elaborados. Por eso, mientras los demás se quedan discutiendo en la superficie, con el riesgo de desgastarse inútilmente, él avanza a paso firme liberado de todo cuidado de la apariencia y con una paciencia inquebrantable. No olvidemos que el valor de algo se reconoce también por los efectos que produce.”



¿Querido padre Víctor, en conclusión, cuál es el gesto o la palabra del cardenal Bergoglio de Buenos Aires que ha permanecido indeleble en la memoria?
Un gesto: en una reunión con comunidades evangélicas, se arrodilló para pedir que oraran por él. Unas palabras: las que ya he mencionado, esas que me dijo en un momento muy difícil: “Levantá la cabeza y no dejes que te quiten la dignidad”.