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domingo, 26 de octubre de 2014

MONSEÑOR LEFEBVRE: CRISTO REY





Vosotros habéis escuchado esta mañana, en las antífonas que hemos cantado en Laudes y en todos los textos que leemos en la liturgia de hoy:

Nada es tan bello, nada es tan grande, nada es tan sublime como Nuestro Señor Jesucristo que es nuestro Rey.

¡Ah, si el mundo pudiera comprender que Nuestro Señor Jesucristo, hoy, puede y debe ser nuestro Rey!

Pero cuando se lo decimos al mundo moderno, se subleva. Por las palabras que dije en ese discurso que pronuncié en Lille, ¡qué de protestas por parte del mundo! Por haber hablado de los adversarios de Nuestro Señor Jesucristo; por haber dicho que Nuestro Señor Jesucristo era todavía nuestro Rey y que Él debía ser nuestro Rey y que no había más que un solo Rey en este mundo: Nuestro Señor Jesucristo.

El mundo ya no puede aceptar este pensamiento de tener por Rey a Nuestro Señor Jesucristo.

Pero si hacemos referencia a este hecho, que durante mil años Nuestro Señor Jesucristo reinó verdaderamente sobre los pueblos y las naciones durante mil años de cristiandad, entonces estamos diciendo cosas abominables, somos retrasados, escleróticos, gentes que no piensan más que en lo sucedido en los tiempos de la Edad Media. Estamos en el oscurantismo.

¡Pues no! Hasta nuestro último suspiro, nosotros proclamaremos que Nuestro Señor Jesucristo es nuestro único Rey; que no hay otro y que no habrá otro en el Cielo, solamente Nuestro Señor Jesucristo.

Y no es solamente cuando Él vendrá sobre las nubes del Cielo que Él será nuestro Rey.

Y tal vez sea por eso que cambiaron la fiesta de Cristo Rey a finales del mes de noviembre, para hacer comprender que Jesucristo será nuestro Rey al final de los tiempos, cuando descienda sobre las nubes del Cielo; pero no en esta tierra.

Pero nosotros decimos: Sí, en esta tierra Nuestro Señor Jesucristo es nuestro Rey. No solamente cuando Él venga a juzgar a todo el mundo; no solamente cuando venga sobre las nubes del Cielo. Él es nuestro Rey hoy. Él debe ser nuestro Rey mañana. Él debe ser nuestro Señor siempre. Y ésta es la única solución para que los pueblos lleguen a la paz, a la fraternidad, a la justicia, a la santidad, para que lleguen al Cielo. No hay otra solución.

Nosotros debemos entonces hacer todo lo que esté en nuestro poder, para que Nuestro Señor reine en las Sociedades; reine en las familias, reine en los individuos. Este es el papel del sacerdote, de las familias cristianas, de todos los que creen en Nuestro Señor Jesucristo, en su divinidad.

Entonces tengamos esta fe muy firme en nuestros corazones. Y si el mundo se sometiera completamente a las fuerzas de Satanás y a las fuerzas de los adversarios y a las fuerzas que se oponen a la Iglesia, nosotros aún proclamaremos la realeza de Nuestro Señor Jesucristo. No es porque los hechos estén contra nosotros, que Satanás haya podido, de alguna manera,  dominar al mundo; que nosotros debamos aceptar el reino de Satanás y hacer un compromiso con su reinado diciendo: “Bien, nosotros aceptamos que Satanás reine en ciertas sociedades y en cierta medida sobre el mundo”. Nosotros no podemos aceptar eso. Nosotros aguantamos, si no podemos hacer nada más; pero en nuestros corazones, tenemos siempre el deseo ardiente de decir: El día que podamos derrocar a Satanás, lo haremos. Aunque sea al precio de nuestra sangre, para que Nuestro Señor Jesucristo reine.

He aquí lo que es un verdadero cristiano, lo que un verdadero católico debe tener en su corazón, y no hacer compromisos con las fuerzas satánicas y las fuerzas subversivas del mundo.

(Sermón del 31 de Octubre de 1976).