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martes, 31 de diciembre de 2013

PESIMISMO Y REALIDAD – PADRE CASTELLANI





Estimado Federico: leí su entrevista en Azul y Blanco n.° 164 y caí de acuerdo con su «pesimismo». Para mí no es pesimismo, sino ver las cosas como están —condición de historiador. Por algo dijo uno:

Poeta fino, historiador ladino,
caballero rural y ciudadano,
Ibarguren es hito del camino
y es argentino como yo argen-tano.

Como historiador, usted ve a nuestra nación por dentro. Quiero de­cir esto: que una persona vista por fuera es una sustancia viviente que solamente cambia en sus vestidos o en sus muecas o ademanes; pero vista por dentro es un alma, que conforme a la idea cristiana, puede «perder­se». «Una nación histórica vive en continua posibilidad de perecer.» Puede incluso desaparecer. ¿Cuántas naciones históricas no han desaparecido? ¿Es una «nación» la Grecia actual comparada a la Grecia de Pericles? ¿Qué se hicieron Cartago, Sidón y Tiro?
Solamente los hombres tienen alma, propiamente hablando. El «alma» de una nación o una colectividad es una resultante de cierta mancomunidad de las almas individuales que la integran; y si desapa­rece esa mancomunidad, la nación «se convierte en un nombre vacío, en una palabra; y en una palabra mentirosa». «La música es un soplo; es un soplo en el aire» —dice por radio uno de tantos papagayos que por LRA hacen hoy justamente eso: aire. Pero la música no es un soplo. Una nación tampoco. La música es una armonía y un espíritu, y una nación es una armonía y un espíritu; y los dos espíritus, obras del hombre; que pueden perecer por la falibilidad del hombre.
El pecado de los que ahora detentan el poder (todos los poderes, eclesiástico incluso) es que están destruyendo o dejando destruir la mancomunidad argentina; eliminando, despreciando o simplemente ignorando su principio de unidad, que es espíritu. Este es el peor de los pecados, un pecado contra la luz.
Comparto su repugnancia por la «política» actual, que ni siquiera es mala política, ya que no es política sino otra cosa muy fea. Es tan despreciable que ni vale la pena conocerla, a no ser para estudiar fi­siología... social patológica. ¿Qué me importan a mí los meneos y parloteos de cuatro tahúres y de cuatro tontos que se agitan en torno a un «torno» pestilencial o dentro de los desacreditados «partidos»? ¿Qué me importa a mí por dónde van, si sé de antemano dónde van a ir? Así que no leo diarios, y si oigo alguna vez una arenga vibrante, «patriótica» y democrática por LRA, es para puntuarla de sardónicas carcajadas: una interrupción placentera de mi trabajo.
Creo que falta coraje moral entre nosotros; digo entre los «buenos». Es decir, la virtud de la Fortaleza, sin la cual las otras no son virtudes «adultas», si es que existen; pues actualmente no puede haber ni Pru­dencia ni Justicia sin Fortaleza. Nos falta la reciedumbre española. La reciedumbre española cuando se enrancia en cerrazón, rusticidad y chucarez es fea, de acuerdo; pero la reciedumbre en sí es buena. Aquí no hay corridas de toros porque no hay toros; zoológicamente hablando, somos el país que produce más novillos, incluso en la raza huma­na: novillitos y papagayos, como esos que ahora acaparan las radios. La radio es un gran invento, porque se puede cortar.
Mas las circunstancias actuales nos obligarán a crecer las astas. Bien sé que los de Azul y Blanco son toros en su rodeo, torazos en el ajeno. Pero son pocos. Haría falta que tirasen 100.000 números, como Tri­buna.
Una nación puede perecer como nación: puede convertirse en un abyecto amontonamiento de tiranuelos, tahúres y esclavos. Pero ésta no perecerá; primero perecerán los que ahora ensucian y profanan su espíritu.
Creo, o al menos quiero creer, que el fondo de nuestro país es sano, y que ahora está flotando la hez. Mucha hez es, y mucho dura —dirá alguno. Verdad; pero los avatares de una nación no se miden por el breve trecho de una vida de hombre. Una frase que puse arriba, entre comillas, es de Menéndez Pelayo. Menéndez Pelayo joven sintió ante la España de su tiempo el abatimiento que sentimos nosotros hoy ante la Argentina; e hizo un cuadro apocalíptico, que es picante leer hoy para ver que nihil sub sole novum. Y él murió, y España se ha sacudido y levantado. Y se levantó gracias, en parte, a la obra que el imperté­rrito santanderino le legó.
Mientras uno pueda distinguir entre la hez y la mies, entre el bien y el mal moral, entre la estulticia y la sabiduría, y pueda dar a cada cosa su nombre, puede morir tranquilo, dejando a los impenetrables desig­nios de Dios los resultados de su pequeño trabajo. No cumple a uno que trabaja para Dios amargarse porque su trabajo prenda poco, re­mueva nada, e incluso sea por violencia o fraude sepultado. Tanto peor... para los sepultureros.
Caro Federico, he aquí el resumen de nuestra conversación del 11; y para terminar los versitos hechos el 31 de diciembre del año pasado:

No les pido que brindemos
por el año que se va,
sino por el que vendrá...
Hubo una pena tirana
del diez por ciento mensual
y una política hermana
en este año bagual.
Hubo pestes, hubo muertes,
golpes y arbitrariedad.
Hubo temor, odios fuertes,
en el año que se va.
Pido a Dios que ya se vaya
llevándose su morral
este año de chuya chaya
para ver el que vendrá.
Que si viene igual que estotro,
pocos años quedarán
a los que ponen su potro
de pecho en el vendaval.
¿Y si viene un pior? ¿Qué hacemos?
Esperemos otro más,
manos limpias y alma en paz.



Leonardo Castellani, Pluma en ristre. Libros Libres, Madrid, 2010, págs. 270 a 273.