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sábado, 19 de junio de 2021
CARTA DE SAN AGUSTÍN, PARA TIEMPOS DE GUERRA, PERSECUCIÓN Y CATÁSTROFES
NOTA PREVIA: La siguiente carta fue escrita por San
Agustín en tiempos donde las invasiones bárbaras y los crímenes de los herejes
llevaban un terrible dolor y angustia a los fieles cristianos. La Iglesia se
veía devastada y nada parecía sustraerse al desorden y la barbarie. Por eso
mismo es muy propicia para los tiempos que corren. La tiranía sanitaria está
siendo un azote de Dios, para que expiemos, nos purifiquemos, nos convirtamos, nos
volvamos a Él porque por habernos alejado de Él y haberlo expulsado de nuestra
sociedad han venido estos males. Los hombres han dejado al verdadero y único
Dios por “otros dioses”, incluso con la “Democracia” se han erigido en pequeños
dioses de los cuales emana la soberanía y el poder, mediante el cual sus “representantes”
deciden qué es el bien y qué es el mal. Este desorden no puede sino traer el
mayor de los azotes y Dios lo permite para escarmiento, hasta que sea la hora
en que Él intervenga directamente.
Especialmente hay que
recordar esto, aun combatiendo la mentira que nos rodea, resistiendo con todos
nuestros recursos a las medidas tiránicas que nos son impuestas y demás
restricciones, porque hay muchos que se llenan de la palabra “libertad” pero
luego no saben contestar “libertad, ¿para qué?” ¿Para adorar al Dios único y
verdadero, para cumplir su Voluntad y alcanzar el Cielo, o para seguir su vida
liberal de espaldas a Dios?
Al fin, también podemos
preguntarnos si muchos de los que se oponen a la “plandemia” asesina –por
supuesto, pensamos sobre todo en los católicos- no piensan más y sobre todo en
los males del cuerpo, y hasta los temen, que en los del alma. Porque lo que acá
está en juego, sobre todo, es la salvación de las almas. Y casi nadie habla de
ello. Eso es lo que nos vino a advertir la Virgen en Fátima.
Pero los que sólo ponen
el énfasis en la plandemia, sin hacer
mención de que esto es un castigo que la Misericordia de Dios permite para
hacernos abrir los ojos al hecho de que debemos hacer reparación por los
pecados tan graves nuestros, de toda la Iglesia en su conjunto particularmente
quienes la pervierten desde el Vaticano II, quizás están dando a entender, en
esa su preocupación extrema acerca de la salud o la libertad amenazada, que se
olvidan por completo de que no merecemos nada mejor que esto, y que debemos
afrontar esto en primer lugar como una oportunidad de hacer penitencia, pedir
clemencia, insistir en la súplica, y también combatir por las almas, por la
verdad católica y por la Iglesia, y luego recién por la “verdad sanitaria”.
Porque ¿no vale más el alma que lo cuerpo? Lejos de caer en una actitud
victimista y quejosa, o simplemente maniquea, debemos aceptar que no somos
buenos como para poder gozar de la paz que tanto ansiamos. Es hora de volver a
Dios, pero en serio. "Las luchas de la vida terrenal tienen por objeto probarnos", dice Mons. Straubinger. Estamos siendo probados como nunca antes y debemos entender que sólo recurriendo absolutamente a Dios podremos pasar estas tan duras y decisivas pruebas.
“Y no temáis a los que matan el cuerpo, y que
no pueden matar el alma; mas temed a aquel que puede perder alma y cuerpo en la
gehena” (Mt. 10,28)
Carta CXI – Las
invasiones bárbaras
Por San Agustín
Hipona: Finales del año 409.
Agustín saluda en el Señor a Victoriano, señor
amadísimo, hermano muy deseado y copresbítero.
1. Ha llenado de inmenso dolor mi alma tu carta. Me pides que te dé
algunas contestaciones en una obra prolija, cuando a tales desgracias más se
deben prolijos gemidos y lamentos que prolijos libros. Porque el mundo entero se ve afligido de tantas catástrofes, que ya
apenas queda parte alguna de la tierra en que no se cometan y lamenten los
males que tú citas. Hace muy poco tiempo, en aquellas soledades de Egipto, en
que los monasterios, apartados de todo estrépito, parecían estar a cubierto de
toda contingencia, fueron degollados los hermanos por los bárbaros. Creo que no
ignoras las atrocidades que ahora se cometen en las Galias e Italia.
Ya han comenzado a llegar noticias semejantes de las numerosas regiones
de España, que durante tanto tiempo parecían exentas de tales atrocidades. Pero
a qué ir tan lejos. Y ya que los bárbaros no han llegado a nuestra región de
Hipona, los latrocinios de los clérigos
donatistas y circunceliones devastan la Iglesia de tal modo, que los crímenes
de los bárbaros quizá sean más tolerables. ¿Qué bárbaro pudo imaginar, como
éstos, el echar en los ojos de nuestros clérigos cal y vinagre, después de
maltratar los demás miembros con llagas y golpes horrendos? Desvalijan también
las casas de algunos y las incendian; les arrancan los frutos áridos, les
derraman los líquidos y, amenazando a los demás con semejantes venganzas,
obligan a muchos a rebautizarse. Un día antes de dictarte esta carta, me
anunciaban que en un lugar se rebautizaron cuarenta y ocho almas bajo la
influencia de parecidos terrores.
2. Estas cosas no deben causarnos extrañeza, sino dolor. Tenemos que suplicar a Dios que nos libre
de tanta aflicción, no según nuestros méritos, sino según su grande
misericordia. Porque ¿qué es lo que ha de esperar el género humano, estando
todas estas cosas profetizadas hace tanto tiempo en los Profetas y en el
Evangelio? No debemos contradecirnos a nosotros mismos hasta el punto de
creerlas cuando las leemos y quejarnos cuando sentimos que se cumplen. Por
el contrario, aquellos que eran incrédulos cuando leían u oían tales profecías
en los libros santos, deben por lo menos ahora creer, cuando ven que se van
cumpliendo. Así, de estas apreturas, como si estuviésemos en el lagar del Señor
Dios nuestro, no debe de cesar de exprimirse y correr el aceite de los fieles
que confiesan y oran. ¡Cómo cunde el orujo de los infieles y blasfemos! Hay
quienes no dejan de lanzar quejas impías contra la fe cristiana, diciendo que
el género humano no padecía tantas desventuras antes de que esta doctrina se
predicase en el mundo. A ésos es fácil contestarles lo que dijo el Señor: El
siervo que no conoce la voluntad de su señor y hace cosas dignas de azotes,
sufrirá pocos; pero el siervo que conoce la voluntad de su señor y hace cosas
dignas de azotes, sufrirá muchos1. ¿Qué
extraño es que este mundo, que en los tiempos cristianos es como un siervo que
conoce la voluntad de su señor y hace cosas dignas de azotes, sufra tantos?
Miran los impíos con cuánta rapidez se predica el Evangelio y no miran con
cuánta perversidad se le desprecia. Pero
los humildes y santos siervos de Dios, que sufren por duplicado los males
temporales, porque padecen por obra de los impíos y con los impíos, no dejan de
tener sus consuelos con la esperanza del siglo futuro. Por eso dice el Apóstol: No
son los padecimientos de este tiempo dignos de la futura gloria que se revelará
en nosotros2.
EL PENSAMIENTO DE MONSEÑOR VIGANÒ
“No hay nada más contrario al supuesto magisterio
del Concilio que la liturgia tridentina: toda oración, toda perícopa (como
dirían los liturgistas) es una afrenta a los delicados oídos de los novadores y
toda ceremonia una ofensa a sus ojos.”
“Los sacerdotes y obispos que al igual que yo han
redescubierto aquel tesoro inestimable de fe y espiritualidad –o que por la gracia
de Dios no lo han abandonado a pesar de la feroz persecución postconciliar– no
están dispuestos a renunciar a él, porque han encontrado en él el alma de su
sacerdocio y el alimento de su vida sobrenatural. Y resulta inquietante, además
de escandaloso, que a pesar del mucho bien que reporta a la Iglesia la Misa
Tridentina haya quienes quieran prohibirla o limitar su celebración alegando
pretextos.”
“Se equivocan cuantos creen posible la
coexistencia de dos formas opuestas de culto católico en nombre de una
pluralidad de expresión litúrgica que es hija de la mentalidad conciliar, ni
más ni menos que de la hermenéutica de la continuidad.”
“La Iglesia no es una empresa cuyo departamento
de mercadeo pueda retirar del catálogo productos obsoletos para presentar otros
nuevos a pedido de los clientes. Ya fue doloroso que se impusiera por la fuerza
a los sacerdotes y los fieles la revolución litúrgica en nombre de la
obediencia al Concilio, privándolos del alma misma de la vida cristiana para
sustituirla por un rito que el masón Bugnini copió del Book of Common
Prayer del anglicano Cranmer, si de verdad se quisiese ayudar en esta
crisis al pueblo de Dios, sería necesario abolir la liturgia reformada, que en
cincuenta años ha causado más daño del que hizo el calvinismo.”
“¿Cómo se puede pedir a un sacerdote que celebre
unas veces un rito venerable y santo en el que encuentra perfecta coherencia
entre doctrina, ceremonia y vida, y otras un rito falseado que hace concesiones
a los herejes y calla vilmente lo que el otro proclama con ardor?”
“Muchos están obedeciendo también en el ámbito
civil durante esta pandemia normas absurdas y perjudiciales porque las
impusieron médicos, virólogos y políticos que deberían preocuparse por la salud
y el bienestar de los ciudadanos; y muchos no han querido creer, ni siquiera
ante la evidencia de un plan criminal, que esos fuesen capaces de desear
positivamente que millones de personas pudieran enfermar o morir. Es lo que los
psicólogos llaman disonancia cognitiva, que lleva a las personas a refugiarse
en un nicho cómodo de irracionalidad antes que reconocerse víctimas de un
colosal fraude y reaccionar con valor.”
“Hay
que decir claro que el Concilio Vaticano II fue concebido como un acto
revolucionario. Entiéndase, no me refiero a las buenas intenciones de quienes
colaboraron en la redacción de los esquemas preparatorios, sino a los novadores
que rechazaron tanto dichos esquemas como la condenación del comunismo que
habría debido formular el Concilio, y que deseaba la mayor parte del
episcopado mundial. Ahora bien, si el Concilio fue un acto revolucionario, ya
sea por la manera en que se desarrolló o por los documentos que promulgó, es
lógico y lícito pensar que su liturgia está afectada por ese sesgo ideológico,
sobre todo si tenemos en cuenta que es el principal medio de catequesis para
los fieles y el clero. No es casual que Lutero y otros herejes protestantes y
anglicanos metieran mano en la liturgia por ser la mejor manera de difundir sus
errores entre los fieles.”
“Esa
conciencia de incompatibilidad doctrinal entre el rito antiguo y la ideología
vaticanosecondista es reivindicada por supuestos teólogos e intelectuales
progresistas, según los cuales se puede llegar a tolerar la forma
extraordinaria del rito siempre y cuando no se adopte todo el aparataje
teológico que esta supone. Por eso se tolera la liturgia de las
comunidades Summorum Pontificum en tanto que en la predicación
y en la catequesis se cuiden de no criticar el Concilio o la nueva Misa.”
“La
decadencia litúrgica es síntoma de una decadencia doctrinal que humilla a la
Santa Iglesia en su afán de halagar la mentalidad mundana.”
“Volver
al rito antiguo archivando definitivamente la miseria del Novus Ordo exigiría
grandes dosis de humildad, porque quienes hoy quieren salvarla del naufragio
eran ayer los más entusiastas artífices de la reforma litúrgica, y al mismo
tiempo del Concilio.”
“Al
próximo papa le corresponderá restablecer todos los libros litúrgicos
anteriores a la reforma conciliar y prohibir en los templos católicos la
indecente parodia a la que han contribuido notorios modernistas y herejes.”
“En
cuanto a la FSSPX, asistimos a una operación más sutil: Bergoglio mantiene con
ellas relaciones de buena vecindad otorgando por un lado a sus
superiores prerrogativas que hacen ver que los considera miembros vivos de la
Iglesia, mientras que por otro lado sería posible que quisiera otorgarles una
regularización canónica total a cambio de que acepten el magisterio conciliar.
Es evidente que se trata de una trampa astuta: una vez firmado un acuerdo con
la Santa Sede, desaparecería la independencia de que goza la Fraternidad en
virtud de su postura de legalidad incompleta, y con ello también su
independencia económica. No olvidemos que la Fraternidad dispone de bienes y
recursos que garantizan la subsistencia y la atención médica de sus miembros;
en un momento de crisis financiera sumamente grave para el Vaticano, a muchos
se les hace agua la boca pensando en esos bienes. Ya hemos visto lo que ha
pasado en otros casos, como con los Franciscanos de la Inmaculada y con la
persecución del P. Mannelli.”
“La
situación canónica de las comunidades Ecclesia Dei siempre ha sido precaria; su
supervivencia está ligada, al menos implícitamente, a la aceptación de la
doctrina conciliar y la reforma litúrgica.”
FUENTES:
https://adelantelafe.com/entrevista-de-res-novae-a-monsenor-vigano-sobre-la-liturgia-del-concilio/
SANTA TERESITA, EL PADRE CALMEL Y LA ACTUALIDAD
14/04/2021
De
1956 a 1957, el P. Roger Thomas Calmel OP (1914-1975) fue exiliado a España,
víctima injusta del avance del modernismo dentro de la Iglesia, que no
podía tolerar las posiciones firmes e intransigentes de este digno hijo de
Santo Domingo sobre la doctrina y la moral católicas. Su estancia en España le
puso inevitablemente en contacto directo con los grandes místicos de aquella
tierra.
En
San Juan de la Cruz, el P. Calmel vio, a través del camino místico, «al gran
doctor del camino de la unión con Dios, del desamparo, de la
docilidad al Espíritu Santo, junto a su hija, la pequeña Teresa«. Y es a
esta última al que el P. Calmel dedicará páginas magistrales, mostrándola como
la Santa dada a la Iglesia para nuestros tiempos de apostasía. Estudiando en
profundidad la «pequeña vía» de la infancia espiritual, el P. Calmel muestra su
actualidad en relación con la crisis desenfrenada de la Iglesia «en la que
el Señor nos pide que demos testimonio«.
A
quienes dudaban de los efectos de una posible «resistencia» a la creciente
infiltración modernista en la Iglesia, el Padre Calmel respondía: «La
pregunta de cuál será el fruto de nuestra resistencia no se pone en absoluto.
Se sabe que Dios hace fructificar el testimonio de fe de quienes Lo aman. La
verdadera pregunta es esta: ¿cómo dar santamente el testimonio que se debe dar?
Al respecto la lección de la infancia espiritual es de un precio inestimable,
ya que el cristiano cuya fe es de una sencillez infantil, tan pronto como ve en
qué consiste el testimonio de fe, descansa en una perfecta rectitud y en una
gran paz. El Padre Celestial, a través de su Hijo Jesús, le brindará la ayuda
necesaria, día tras día. Saber si Él impide o no el mal, si la Tradición
católica mantiene sus posiciones o si ella se detiene es una preocupación que
no le puede ser ajena. Pero está lejos de invadir o poseer su alma; esta
preocupación no tiene una repercusión formidable y trágica en su alma; la
simple melodía de la confianza y del abandono nunca se ahoga en gritos de
miedo.«
Recogemos
en estas palabras la sabia aplicación que el P. Calmel había hecho de la
doctrina de la infancia espiritual a las contingencias modernas: un espíritu de
absoluta confianza en Dios y desconfianza en sí mismo, en el testimonio de fe
llevado al extremo, según la propia vocación. El amor que Teresa nos enseña
-señaló el P. Calmel- no supone necesariamente acciones extraordinarias, sino
que exige que respetemos con extraordinaria atención las leyes de nuestra
inserción en el Cuerpo Místico, cada uno según su propio estado de vida.
En
nuestros tiempos de confusión y anarquía –sobre todo en tiempos de pandemia– en
los que la caridad, sobre todo la caridad apostólica, sirve de pretexto para
justificar la extravagancias, la profanaciones y traiciones de todo tipo, la
voz del amor enseñada por la pequeña Teresa es «una voz de orden, no de
desorden». ¿Entonces que hay que hacer? “Lo que el Señor nos pide es
resistir: resistir respecto a la buena Misa y la buena Liturgia, sobre el
Bautismo, el catecismo y la doctrina sagrada, como también sobre la moral. Lo que
el Señor quiere hacer con sus amigos -no se puede dudar- es colmarlos cada vez
más de su amor. Para lograr resistir, para perseverar, basta dejar que Él lo
haga, ya que el amor que el Señor quiere poner en sus almas es fuerte como la
muerte (Ct. 8,6) y es un alimento maravilloso e inagotable.«
Es
precisamente en virtud de este amor que la pequeña Teresa soñaba con participar
en los tormentos de los hijos de la Iglesia en tiempos del Anticristo. Entonces
el P. Calmel, en una idealizada conversación, le pregunta: «¿Qué tormentos?
¿Pensaste, tal vez, ¡oh Santa! cuya vocación es el amor, en alguna reedición
adaptada al mundo moderno de parrillas y minas incandescentes, minas
asfixiantes o peines de hierro? ¿Habíais entrevisto que habría algo
peor?¿Habíais pensado en los tormentos espirituales de tantos fieles engañados
por la Jerarquía?«.
Y
aquí procede a hacer una descripción implacable y profética de lo que está ante
nuestros ojos. Él previó que «sacerdotes, obispos iban primero a aceptar ser
encarcelados en gran número en un sistema muy perfeccionado que luego los
habría hecho caer insensiblemente en una nueva religión, en el último culto
inventado por el infierno: el de la humanidad en evolución. Sería la
destrucción de la fe bajo anestesia, por el efecto conjunto de la
democratización y de la autoridad paralelas. Cloroformados, manipulados por el
sistema existente, vaciados de su alma, se verían sacerdotes en masa imponer
ritos equívocos a los fieles y predicarles una doctrina dudosa. Se vería a
obispos y sacerdotes en gran número intoxicados, dominados por el sistema,
llevando a la apostasía a una multitud de simples fieles sin otra defensa que
la de confiarse a la autoridad. El pueblo de Dios es engañado, abusado y
traicionado por sus líderes. Quizás este no sea el tiempo del anticristo: es su
prefigura. Ahora bien, es en una época así tan terrible que le hubiera gustado
vivir para dar testimonio de su amor al Señor. En el innumerable ejército de
santos y santos, eres la única que has manifestado tal deseo. Tú, por
tanto, eres más capaz que otros de comprender nuestra situación y de acudir en
nuestro socorro. Dígnate enseñarnos cómo llegar a ser Santos en la hora en que
los precursores del anticristo gobiernan, dominan la ciudad y encadenan a la
Iglesia».
Se
sabe que ser santo no es cosa fácil, ni siquiera en una sociedad cristiana y en
una Iglesia fiel a su Señor. Basta abrir cualquier hagiografía para comprender
el alcance de las batallas espirituales a las que fueron sometidos todos los
Santos.
Pero
entonces -se pregunta el padre Calmel- «¿cuál será la intensidad del amor
indispensable, cuál será la fuerza de espíritu necesaria para emprender el
camino de la santidad cuando la apostasía no haya ganado ciertamente no a todos
los prelados, ni a todos los fieles -lo que sería imposible- sino al menos una
gran cantidad de ellos y hasta los rangos más elevados, ya que la abominación
de la desolación se sentará en el lugar santo? Ciertamente será mucho más
difícil y mucho más raro ser santo en la época del anticristo que en la época
de Nerón. Por salvaje que fuera su persecución, Nerón atacó desde afuera; el
anticristo (y sus precursores, ndr.) se enfurecerán, según las
palabras de San Pío X, in sinu et gremio Ecclesiae (en el seno y gremio
mismo de la Iglesia). Sea como sea, en estos como en todos los tiempos, es
el amor el que hará la santidad. Pero en esta nueva situación, en la que la
fe generalmente será obscurecida o negada, el primer efecto del amor
será garantizar la perseverancia de la fe. No únicamente para conformar la
vida a la fe por amor, sino para conservar la fe por amor. Conservar la
fe, cuando la jerarquía permite que se disfrace y se pierda, permanecer firme
en la fe ante un peligro de este género es imposible sin una gran sencillez de
corazón. Por poco que nos dejemos atraer por la gloria que viene de los
hombres, o si nos sentimos temerosos y débiles ante los males que nos infligen,
nos traicionaremos sin darnos demasiada cuenta, argumentando con la sabiduría
ilusoria de este mundo».
Ante
este escenario apocalíptico, que el Padre Calmel considera como la prefigura de
la época del anticristo, es difícil escapar de la tentación del desánimo, si no
de la desesperación. Y entonces el gran Fraile dominico vuelve de nuevo a la
pequeña carmelita de Lisieux. «No le pido a la pequeña Teresa –escribe– que
me indique los detalles concretos de la perseverancia y de la resistencia; Le
pregunto qué quiere darme: mostrarme el recurso oculto, el elemento
invisible. Ella me responde que basta amar, ser pequeña y sencilla, que
esto es todavía y siempre posible. Esto es lo que necesito saber en primer
lugar antes que nada. Si lo sé, seré mucho más capaz de frenar el modernismo y
perseverar en la fe».
A
esta altura el Padre Calmel, como en una visión profética, describe cómo serán
los santos que vivirán en tiempos de apostasía. Su lucidez, dice, «será
evidentemente muy grande, proporcional al nuevo medio inventado por el padre de
la mentira para engañar y provocar mareos. Y como estos medios estarán a la
medida de los espíritus infernales y no a la medida del espíritu del hombre,
será el mismo Espíritu Santo quien dará la lucidez necesaria. […] Esta claridad
no será un principio de confusión o desesperación, sino de humildad y abandono.
El alma tendrá plena conciencia de los hilos que le son tendidos, pero para el
que tiene dos alas, poco importa la perfección técnica de los hilos que le son
tendidos. Nuestro mundo, que siempre ha sido un valle de lágrimas, se
convertirá, en estos tiempos finales, en una imagen del infierno; sin duda será
un infierno indoloro, una antecámara climatizada del infierno eterno; pero los
santos de estos últimos días volverán a decir con los santos que los han
precedido en siglos de menor perversión y de tinieblas más ligeras: No
temeré porque Tú, Señor, estáis conmigo… Tú habéis vencido al príncipe de este
mundo».
Más
que todos los otros santos, la pequeña Teresa intercede eficazmente por las
almas que, como nosotros, viven en tiempos que prefiguran los del anticristo,
porque más que los otros santos ella quiso vivir en esos tiempos y mostró el
camino seguro al cual los precursores del anticristo no encontrarán acceso: el
camino de la humildad, de la sencillez de corazón, de la infancia evangélica. «Es
el espíritu de la infancia, con la sencillez de corazón que le es inseparable,
lo que hizo a santa Juana de Arco capaz de defender la verdad de su misión ante
un falso tribunal de la Iglesia y no obstante la prisión y el fuego; y es el
mismo espíritu de infancia que hizo a San Pío X capaz de hacer frente donde sea
al enemigo que estaba dentro (de la Iglesia), el modernismo, bien lejos de
negociar nada con él. Porque el espíritu de la infancia no hace que la lucha se
evite con dulzura, sino que hace afrontar en paz las más graves dificultades y responsabilidades
por el amor del Señor».
A
nuestro buen Dios, que ama confundir la sabiduría de este mundo, le gustó dar
para los tiempos más apocalípticos de su Iglesia no un gran sistema de defensa,
sino una pequeña vía de humildad. Él quiere recordarnos, una vez más, su
palabra infalible: la puerta del Reino de los Cielos es «estrecha» y hay que
ser «pequeño» para entrar. Es la «pequeña vía» de Teresa de Lisieux: «pequeña»
no porque sea fácil, sino porque nos invita a hacernos pequeños. Pero hacerse
pequeño es algo grande. De hecho, es lo más grande, porque abre las puertas del
Cielo.
PROGRESISMO, TRADICIÓN Y CONSERVADURISMO: A PROPÓSITO DE UN ARTÍCULO
“El progresismo desactiva la
tradición entregándola al conservadurismo”.
En esta afirmación (sacada de un artículo que
recomendamos leer, como otros del mismo autor en este enlace)
nos parece encontrar condensado el error que se opera en la actualidad, cuando
vemos que ha surgido una “nueva derecha”, un conservadurismo juvenil y
“pujante”, que no trepida en tener buenas relaciones, contactos y amistades con
algunos liberales, a partir sobre todo de la necesidad de, dicen, combatir al
“progresismo” y volverse “pro-vida”. Una nueva recaída en la ya gastada
dialéctica “derecha-izquierda”, siempre funcional a la izquierda, pues todo es
izquierda, ya sea extrema, moderada, práctica o estética. Y lo que no es va
camino de serlo si trata con ella o alguno de sus aspectos. Pues izquierda es
simplemente estar, permanecer, sucumbir o verse seducidos por la tentación
ofídea de volverse uno “independiente”, de dejar de lado a Dios en ciertas
circunstancias, en tales o cuales momentos, de prescindir de la Iglesia, etc.
La división verdadera ha de ser entre revolucionarios
y contrarrevolucionarios. O Cristo Rey,
o el Anticristo. “Quien no está conmigo, está contra Mí” (Mt. 12,30).
El progresismo atrae a la tradición hacia un falso
combate, por eso la tradición se vuelve conservadora.
La confusión es mayúscula. Combatir al comunismo es
combatir sólo la consecuencia. Si no se combate el liberalismo, no se sabrá
combatir al comunismo, el progresismo y todo el resto de lacras que nos asolan.
Quienes “combaten” el comunismo mediante la “democracia”
son el hazmerreír de los mismos comunistas.
La manera católica de combatir es la manera
antiliberal. Diríamos aún, furiosamente antiliberal, ultramontana, integrista.
Esa manera no es la del invadido por el celo amargo
que se imagina encajado en una lustrosa armadura dentro de la cual grita a voz
en cuello contra todos los que son sus oponentes, sin ton ni son, añorando
algún dictador de opereta que haga una buena “liquidación” de la cual él
quedaría por supuesto absolutamente inmune.
Ese combate comienza consigo mismo, y las propias
actitudes, opiniones y hábitos liberales, que hay que desarraigar.
Ese combate es el eficaz para hacer que sobreviva la
verdad, que es en última instancia lo que cuenta.
En definitiva, hay que saber por qué y por Quién se
combate. Y que en ese combate, estamos subordinados, pues somos apenas “siervos
inútiles” enaltecidos por el servicio de un Rey que vuelve y sin el cual “nada
podemos”.
“El progresista entrega la
tradición al conservador para que éste, imitándola, se encargue de destruirla
falseándola. Y así todos contentos”.
Eso ha pasado en la Iglesia con la ineficaz labor de
los grupos “Ecclesia Dei”, y está pasando ahora con los grupos de influencia
político-cultural que se manifiestan sobre todo en la Internet. “Mucho ruido y
pocas nueces”. La doctrina de Cristo Rey, puesta a un lado, fuera, lejos. No
tiene importancia.
“El conservadurismo combate las
heterodoxias visibles pero no las invisibles, porque es pelagiano y nominalista.
Los desórdenes en el orden de la doctrina no le parecen decisivos respecto de
la verdad sino respecto de la autoridad”.
¿Cómo
llegamos a la “pandemia” y el “Nuevo Orden Mundial”? El conservador no lo sabe.
O si lo sabe o lo sospecha, no lo dice.
A
estas alturas hay que colocarse bajo el estandarte de la Inmaculada. Todo lo
demás resta inútil para el gran combate que se está llevando a cabo.
Guardémonos de las ilusiones y de los falsos aliados.
Como
enseñaba San Ignacio, no hay más que dos banderas.
Lo
demás, con sus buenas intenciones y con sus parciales aciertos, no pasa de ser entretenimiento y “vanidad de vanidades”.
Ignacio
Kilmot
PRONTO HA LLEGADO
G.
K. CHESTERTON
Un
buen puñado de ideas, A
la mínima, Renacimiento, Sevilla, 2018, p. 255.