jueves, 23 de octubre de 2014

EL EXCESO DE MEDIOS OBSTACULIZA EL LOGRO DEL FIN





Para cada necesidad creamos un artefacto y nuestra vida se convierte cada vez en más fácil. He aquí la paradoja: el exceso de medios hace cada vez más difícil conseguir nuestros fines y hasta planteárselos. Si tengo cuatro sombreros es más probable que me vea saliendo de casa descubierto que si sólo tengo uno. Si tengo tres despertadores, puede que cada noche no sepa dónde encontrarlos, pero si tengo uno, siempre estará a la cabecera de mi cama. Somos de carne y hueso: si no experimento la privación frecuente –si la meta de la vida es erradicar la privación– ni sueño con resistir la más leve tentación. Contra Dios, contra mis prójimos, contra mí mismo. Sin el recordatorio de la abstención decaigo, incapaz de cortejar, tenaz, a la verdad.

La técnica hipertrófica se anticipa incluso a nuestras necesidades y toma la iniciativa: suscita necesidades a la medida exacta de lo que ofrece y las va ampliando al paso riguroso con que pone en circulación sus avances. 

El resultado es la insularidad moral y psicológica creciente. 

El hombre, el joven, el anciano, no se plantea una vida con fines prácticos más altos: desconoce incluso la admiración ante el heroísmo, no digamos su realización, no digamos el fin último, la dedicación total a la gloria de Dios. Puede pensar frívolamente en ello, de vez en cuando, pero no puede tomarlo en serio. Bastante tiene con controlar todos los aparatos: de entretenimiento, de trabajo, de seguridad, de descanso.

La técnica llama a la puerta ofreciendo solucionar problemas y sin darte cuenta se pone a dirigirte la vida, a darte órdenes.

Cuanta más molicie, menos se buscan la verdad y la amistad y menos aún la amistad exigente: más se asuela la conciencia y la vida espiritual.
Junto a todos los alicientes y consuelos de esta existencia es imprescindible la privación y la renuncia para seguir siendo humanos: y para llegar más lejos. Cuando no nos vienen impuestas por la vida, hay que salir al paso de esas renuncias e imponerse su yugo voluntariamente. ¿Cabe pensar algo más extraño a nuestra molicie? 

Una de las razones, de las muchas razones, de nuestra postración y decadencia, de nuestra pestilencia moral, está en ese sofocamiento que proviene del exceso de medios. 

Para educar a nuestros hijos hay que empezar por el áspero aprendizaje de uno mismo: abrazar la renunciación consciente y deliberadamente, para imponerla a nuestros vástagos como el mejor y más preciado regalo. Así haremos nuestra vida más humana y nuestra inteligencia más dispuesta a las verdades más altas.

El Brigante